Rostros dolientes. Preocupación. Lamentos. Consuelos. Torsos desnudos. Miradas ensimismadas. Torvas. Rumores de preocupación. Gestos suplicantes. Un músico pulsa un tambor entre el pobrerío quizás sin demasiado éxito. Esa “Salamanca norteña” acompañará desde ahora los pensamientos y desvelos del presidente Alberto Fernández en su despacho de la Casa Rosada. La obra, que bien podría ser una postal de la Argentina actual, resucita a Alfredo Gramajo Gutiérrez, pintor tucumano de trascendente trayectoria.
Ambiente casi brujo
“En ese ambiente casi brujo nací. Heredé de mi pueblo el aciago pesimismo y creía que la vida era solo un sueño perverso. El misterio era para mí algo real y tangible. Mi espíritu se alimentaba de tradiciones y consejos que andaban en boca de jóvenes y viejos, gente atormentada por lo sobrenatural me hablaba trasladando a mi espíritu sus hábitos, sus abominaciones, sus creencias”, afirmaba Alfredo Gramajo Gutiérrez.
El pintor tucumano nació en Monteagudo, al sur de la provincia, el 29 de marzo de 1893. A la muerte de su padre, se traslada a temprana edad con su madre y sus hermanas a San Miguel de Tucumán, donde comienza a pintar. Al poco tiempo, la familia se instala en Buenos Aires, e ingresa al ferrocarril. Atraído por la pintura inicia sus estudios artísticos en la Asociación Estímulo de Bellas Artes, bajo la dirección de Pompeo Boggio y Eugenio Daneri, y posteriormente en la Academia Nacional de Bellas Artes, donde obtiene su título de profesor.
Gramajo Gutiérrez expone por primera vez en 1918 en el Salón Nacional y en el Salón Anual de Acuarelistas. Dos años después, en un artículo publicado en el diario La Nación, el escritor Leopoldo Lugones lo declara “pintor nacional”. A partir de ese momento su producción es mirada con atención por la crítica. El gobierno de Francia le compra una pintura para el Museo de Luxemburgo y en 1926, obtiene el primer premio y la medalla de oro en la Exposición Iberoamericana de Sevilla. En forma constante, desarrolla su labor artística en los Salones Nacionales en el período que va de 1918 a 1952.
Las frías ánimas
“Duendes, luces malas y apariciones danzaban en mi mente y mi sueño se volvió desesperado. En las noches, las ánimas esparcían su frío por mi cuerpo; sentía su respiración en mi almohada y me arrebujaba con desesperación en las cobijas”, contaba.
Alfredo Gramajo Gutiérrez ha cultivado la pintura representativa de las zonas norteñas de nuestro país, en sus aspectos costumbristas, raciales y documental, género en el que ha realizado una obra muy numerosa. Se instala en Olivos, Buenos Aires. En 1952 se lleva el Gran Premio de Honor del Ministerio de Educación. “A más de 30 años de su muerte -estuvo aquí pocos meses antes- sigue sin ser profeta en su tierra; el Museo de Bellas Artes de su provincia no tiene en sus colecciones ninguna pintura suya. Es un desconocido. Sería un ignorado si no fuese por tres pequeños dibujos, que no representan ni medianamente lo mejor de su obra”, escribió el crítico de arte Ramón Alberto Pérez en LA GACETA del 17 de junio de 1996.
El dolor argentino
Aunque vivió pocos años en Monteagudo, el artista nunca lo olvidó. Su obra fue premiada en Francia, en España y en otros países de América. “El hombre del día: Gramajo Gutiérrez, el pintor del dolor argentino”, se titulaba una publicación de la revista Atlántida, de julio de 1920. En la década de 1990, el crítico Ramón Alberto Pérez y el pintor Fued Amin publicaron un trabajo monográfico ilustrado sobre el pintor, que se consideraba fuera de las modas.
“Los personajes de mis cuadros existen, pero más dolientes y lacerados que antes. Parecen señalados por la mano de la desgracia para que yo pinte sus angustias y vierta su dolor en las pinceladas. Con la desesperación que ellos resumían en mi corazón, abandoné el pueblo”, decía. El 23 de agosto de 1961 la muerte se llevó el corazón de Alfredo Gramajo Gutiérrez, donde latía su pago natal y el norte sufriente.