Estos días representan un antes y un después. Como cada año, se realiza un balance de lo que aconteció en el período que se va y también proyecta lo que puede acontecer en el nuevo año. En el medio de ese proceso hay alegrías, tristezas, éxitos, frustraciones, reflexiones y palabras de aliento. Sin dudas, todos necesitan mirar hacia adelante, no importa en la situación en la que se encuentren. Sueños, ilusiones, metas y proyectos se conjugan cada vez que se abre un ciclo. La Argentina ha transitado un 2019 difícil; un año electoral, con consecuencias políticas por errores nuevos y también por los acumulados.
Los términos fueron repitiéndose: inflación, estancamiento, devaluación, dólar, pobreza, indigencia, desempleo o informalidad laboral. Las frías estadísticas nos han mostrado la cara más cruda de una realidad que se discute cotidianamente. Son las fotos del pasado con consecuencias en la película de mañana. Frente a tanta dureza socioeconómica, la pregunta que subyace es: ¿qué hacemos para cambiar esta situación?
Naturalmente que la primera respuesta debe llegar de parte del Estado, que tiene incidencia directa e indirecta en las decisiones económicas. De las medidas que se adopten depende, en gran parte, aquel futuro de mejora, con crecimiento y menos inflación. Se ha decidido profundizar durante 2020 la política impositiva, pero nada se ha dicho aún de beneficios directos para sectores expuestos a los vaivenes económicos. Las pequeñas y medianas empresas tratan de subsistir en este contexto adverso. Un plan de pagos puede aliviar el cuadro de situación del paciente, pero no lo saca todavía del hospital. Un incremento impositivo, naturalmente, repercute en el bolsillo de todos los ciudadanos, porque los consumidores son el último eslabón de una cadena que traslada los mayores costos de un negocio. Una industria necesita de incentivos para poder ampliar su capacidad de producción. Un Estado necesita recaudar más para costear todos sus gastos. La cuestión esencial frente a tantas necesidades pasa por el equilibrio de las decisiones que se adoptan.
El esfuerzo no necesariamente es solidario cuando recae más en una franja social que en otras. Indudablemente que hay que hacerlo. El economista Víctor Elías suele decir que el país se acostumbró tanto a los vaivenes económicos porque sus crisis no han sido ni siquiera cercanas a las que vivieron países de posguerra. Observar cómo se construyeron varias de esas naciones tiene que ver con la conducta. Todos sus habitantes tiraron para el mismo lado, con la sola finalidad de que su país crezca sostenidamente y, por ende, vayan mejorando -paulatinamente- la situación general de sus habitantes. Con el tiempo, esos países fueron alcanzando estabilidad y confianza.
La Argentina necesita imperiosamente tomar conciencia de que la cultura del esfuerzo debe ser internalizada. Que el bienestar no se alcanza tan solo por una mejora de los ingresos, sino también por un cambio cultural que tienda al no derroche. No hay un solo culpable que explique que el 40% de los habitantes está en situación de pobreza o que tres de cada 10 argentinos están en la informalidad laboral o que el 40% de la actividad económica está en negro.
El psicólogo Bernardo Stamateas sugiere pararse cada día frente al problema para que, en primera instancia, sea visibilizado. Puede que las soluciones lleven meses, años o décadas, pero vale la pena hacerlo. Los resultados, con el tiempo, llegan. Así como hay necesidades de cambio a nivel institucional, de la misma manera pasa con cada uno de nosotros. ¿Cómo nos veremos dentro de cinco años? Stamateas dice que no importa lo que pase alrededor de nosotros; hay que focalizarse en las metas y objetivos trazados y nunca dejar de soñar.
El año viejo invita a la reflexión y al balance de lo que se hizo bien y lo que se debe cambiar. El año nuevo alimentará los sueños de concretar las metas anheladas para el período que se inicia.