Da la impresión de que en Tucumán el incremento de la irritabilidad social es proporcional a la temperatura del ambiente. Esto ocurre especialmente durante los meses del verano, cuando el calor y la humedad se convierten en una combinación que parece potenciar el mal humor y reducir los índices de la paciencia. Una cosa es esperar que el semáforo dé el verde en enero con el termómetro en 36 o en 37 grados y un índice de humedad superior al 80%, y otra muy diferente es hacerlo en julio, cuando el mercurio rara vez supera los 20 grados. De hecho, algunos policías y funcionarios que trabajan en la investigación de delitos defienden una teoría empírica: cuando hace calor se incrementan las peleas y los hechos violentos.
Pero sería ridículo culpar de la irritabilidad, la impaciencia y la crispación únicamente al clima. Además de las características de una sociedad cada vez más violenta e intolerante con el otro (y de los problemas personales de cada uno) hay factores externos que pueden modificar el humor: los obstáculos que presenta la ciudad para el desenvolvimiento de la vida armónica de sus habitantes.
Si partimos por lo básico, la inseguridad, los problemas de infraestructura (las innumerables pérdidas cloacales), las dificultades en el acceso a servicios básicos (falta de agua o de luz) y la contaminación (vivir cerca de un basural, por ejemplo) son situaciones que tienen la capacidad de carcomer la calidad de vida de aquellos vecinos que las padecen.
A eso hay que sumarle los obstáculos urbanos que generan demoras en desplazamiento, las estructuras que fueron superadas por el crecimiento poblacional y aquellas situaciones que ponen en riesgo la salud de los vecinos.
Por ejemplo, en la zona oeste hay elementos físicos que generan problemas en la circulación y que requieren soluciones. La semaforizada rotonda de Camino del Perú y Belgrano demanda una acción política urgente: es ridículo mantener esa estructura si ya no cumple con su función original: ordenar el tránsito. Ahora sólo genera demoras que exasperan a los conductores y que pueden incrementar el mal humor social.
En ese mismo sector se produce un problema de solución un poco más compleja: desde la avenida Belgrano hacia el sur, Yerba Buena y la capital están separadas por el Canal Sur. Actualmente existen pocas vías para conectar ambas ciudades: la avenida Belgrano-Perón, la Mate de Luna-Aconquija y los puentes que se encuentran a la altura de las calles San Juan, Mendoza, San Martín, Cariola, Boulevard 9 de Julio y La Madrid. Quien haya circulado por la zona en horarios pico seguramente tendrá la certeza de que son insuficientes para canalizar el inmenso flujo vehicular que se traslada entre las dos ciudades.
En el otro extremo de la capital se produce un problema parecido. Da la impresión de que los puentes Lucas Córdoba e Ingeniero Barros se quedaron chicos para contener el flujo vehicular que llega a la ciudad desde el este. Esto se patentiza en el semáforo de la avenida Gobernador del Campo y Coronel Suárez, y en el de Benjamín Aráoz y Silvano Bores. En los horarios pico se hace muy complicado avanzar (el panorama se agrava con las aguas servidas que inundan esas esquinas).
A eso hay que sumarle las congestiones vehiculares en el centro, las interminables filas de colectivos que taponan las calles y muchos otros factores que aportan a la irritabilidad social. La buena noticia es que todos estos problemas pueden ser solucionados. Sólo hace falta que los gobernantes tomen la decisión de hacerlo e inviertan los recursos necesarios para lograrlo.