El domingo pasado una familia caminaba por el el Parque Guillermina. El padre acompañaba a su hijo de unos 6 o 7 años quien disfrutaba del sol en bicicleta, mientras la madre parecía darle indicaciones al pequeño sobre la técnica del pedaleo. La postal podría haber sido intrascendente salvo porque los tres estaban violando la cuarentena obligatoria.
La reacción ante dicha foto fue inmediata en las redes sociales. Hubo enojo y rechazo por quienes cumplían el aislamiento y se sentían “traicionados”. Pero también hubo molestias por parte de aquellos que, cansados de casi 50 días de restricciones, decían que no había nada de malo en un paseo con el debido distanciamiento. Entre ambas posiciones, en pocos minutos hubo más de 400 comentarios en la página de Facebook de La GACETA.
¿Qué pasará el próximo domingo? ¿Habrá más familias paseando? ¿Habrá más indignados en las redes sociales? Seguramente la expectativa de un nuevo anuncio del Gobierno Nacional sobre la cuarentena marcará el humor de los argentinos que cumplieron con un pacto desde el 20 de marzo.
Las emociones son justamente la materia prima de lo que hacemos en las redes. Quizás por eso algunos funcionarios emprendieron la rechazada idea de “ciberpatrullaje”, con el objetivo de detectar el humor social y prever las violaciones al confinamiento. ¿Qué haremos entonces con esas emociones si no existe un plan para sobrellevar los días que vienen? Si ya pudimos aplastar la curva de contagios, ¿cómo convertimos la indignación en expectativa?
Una posible respuesta puede estar en manos de un ingeniero español de la Universidad de Stanford llamado Tomás Pueyo. A mediados de marzo, el especialista en informática publicó un artículo en la plataforma Medium que ya superó las 60 millones de visitas y se titulaba “Coronavirus: el martillo y la danza”. Allí alertaba sobre la necesidad de tomar medidas urgentes y drásticas como el golpe de un martillo para frenar la cantidad de contagios. Pero al mismo tiempo proponía una segunda fase, la danza, definida como “el período de varios meses entre el martillo y la vacuna o el tratamiento” para terminar con el virus.
Según Pueyo, en la fase de la danza se puede comenzar a liberar la economía y restringir las medidas de confinamiento a los sectores más frágiles de la población. Sin embargo, esta etapa precisa mayor capacidad de gestión por parte de los gobiernos: se necesita ser ágil, tomar riesgos, hacer pequeños martillos sectorizados. Es una cadencia entre la economía y el sistema sanitario. El 10 de mayo puede aparecer entonces en nuestro calendario con dos colores: con un amarillo, como señal de que nuevamente se extiende el aislamiento sin mayores novedades o bien con un verde, para indicar el inicio de una etapa que nos motive de otra manera. Seguramente las prioridades para el Gobierno serán la salud y la economía, pero no hace falta decir que somos seres emocionales, y que por las emociones podemos hacer un mejor trabajo colectivo o bien arruinarlo todo.
Danzar a diferencia de caminar es una tarea más difícil. Podemos errar, repetirnos, perder el ritmo, pero también nos permite crear y aprender. Queda en manos de los gobernantes seguir comandando esta crisis con la fuerza del martillo o bien con la agilidad de una coreografía que nos entusiasme otra vez, sabiendo que los paseos por el parque ya no serán como antes.