El fútbol que se percibe en las redes lejos está de ser ese deporte en el que conviven todas las clases sociales. Esos jugadores que reciben miles de likes en Instagram, que inmortalizan momentos o que envían mensajes por su cuenta de Twitter desde su casa en barrios privados o subidos a vehículos de alta gama no llegan a marcar un número representativo en cuanto a lo que es la vida de un futbolista.
La brecha es enorme. Mientras algunos eligen cómo vivir o en que “chiche” gastarán el jugoso nuevo contrato, la gran mayoría espera con ansias la llegada de los primeros días de un nuevo mes para poder garantizarle a su familia el plato de comida en la mesa.
En este bendito fútbol argentino, tan venido a menos como “manoseado” por dirigentes que sólo piensan en el bolsillo personal, todo parece ser cuesta arriba para cualquier joven que tiene pensado vivir haciendo lo que sueña cualquier futbolero medio: siendo jugador profesional. Porque dadas las circunstancias actuales, llegar a fin de mes es todo un desafío para un futbolista.
Hoy, con la pelota detenida y el futuro del fútbol tan incierto como oscuro, muchos jugadores debieron agilizar sus ingenios para poder darles de comer a sus familias.
Actualmente en el país hay aproximadamente 3.800 futbolistas con contratos vigentes. De ese número, más o menos son 290 los que tienen un sueldo superior a $500.000. ¿El resto? Hay para todos los gustos de ahí para abajo, claro. Pero lo concreto es que los sueldos promedios en la Primera Nacional son de $80.000 y en el Federal A de $40.000. Aunque también están los de más abajo, los de los torneos regionales o la Liga Tucumana, esos a los que el “mango” que ganan en sus clubes no les alcanza para satisfacer sus necesidades y deben rebuscárselas con un trabajo extra.
En un contexto desfavorable de por sí, y en el que la pandemia trastocó todos los planes, LG Deportiva realizó un relevamiento para conocer la situación de algunos futbolistas que fin de semana tras fin de semana animaban las canchas de la provincia y hoy deben ponerle el pecho a la situación para poder mantener a sus familias.
En un fútbol argentino tan desigual como desordenado, buscan ganarse el pan de cada día lejos de las canchas. Porque lo importante en esta era es que sus familias salgan airosas del duelo más difícil.
Una buena cosecha
Diego Herrera y Emanuel Díaz son jugadores de Jorge Newbery. Pero claro, con la pelota parada y la economía golpeando fuerte la estructura de los clubes de la provincia, se las rebuscan para salir adelante en una etapa complicada. Actualmente, trabajan en la cosecha del limón; en una finca de Monte Bello a 10 kilómetros de Aguilares. Trabajan en equipo, como en la cancha. Mientras Díaz se encarga de cortar los limones, Herrera tiene la misión de trasladar las “maletas”. Eso sí, nada es sencillo; las ganancias varían de acuerdo con lo que consiguen recolectar. “Es variable, cuando mejor andás podes trabajar toda la semana y ganar bien”, dice Díaz y le pasa la “pelota” a Herrera. “Nos buscan a las 9 y estamos trabajando hasta la tarde. Almorzamos en la finca, así que ya somos como una familia”, agrega.
"Maneja" sus sueños
Tiene 35 años, pero ni piensa en el retiro. Que la pandemia pueda terminar con su carrera no se le pasa por la cabeza a Juan Paz, que sigue con el mismo apetito voraz que en sus inicios y lo transforma en un goleador implacable de nuestro fútbol. Por eso, mientras espera que el mal trago pase cuanto antes para poder volver a hacer lo que ama, el punta que estaba jugando el Regional Amateur para Sportivo Guzmán, al que conducía hacia adelante con sus goles, ahora maneja un auto rural. “Gracias a Dios a lo largo de mi carrera casi siempre pude vivir del fútbol. Aunque claro, en los últimos tiempos por la mañana trasladaba pasajeros desde Ranchillos a la capital y por la tarde me entrenaba”, dice Juan, que espera que la cuarentena se corte cuanto antes. Ahora sólo está activo por la mañanas y extraña horrores lo que más ama.
¿Cambiará su profesión?
Hace algunos años brilló en San Jorge y hasta se dio el gusto de llegar a San Martín. “En todos los clubes por los que pasé siempre me cumplieron. Eso hizo que a lo largo de mi carrera no tenga problemas para vivir de lo que más me gusta”, explica Emir Ojeda, al que la llegada de la pandemia casi le cortó las piernas.
Por eso, sin fútbol, el carrilero de Amalia buscó cómo sacar adelante una situación que no es sencilla para aquellas personas que viven de un sueldo. Dejó de lado la camiseta, el short y los botines para calzarse el guardapolvo. Emir ahora es profesor particular de matemáticas, física y dibujo técnico. Por ahora le va bien, tiene varios alumnos. Pero el volante sabe que nada es sencillo. “Si esto se prolonga en el tiempo no sé qué pasará con mi vida. Deberé replantearme las cosas”, sentencia el taficeño.
Un "10" en la cocina
Nicolás Roldán venía mostrando su clase en Lastenia. Pero el fútbol se apagó y, mientras buscaba un nuevo rumbo, apareció otra de sus pasiones: la cocina. Hoy en día el hijo de Jacinto Eusebio reparte sus horas entre un delivery de comida y el manejo de un taxi. “Yo le pongo todas las pilas a todo lo que hago. Más allá de que algunos puedan criticar algunas decisiones que tuve en mi carrera, trato de ir siempre para adelante”, jura el volante de 29 años y dueño de una gran pegada. El trabajo como taxista lo venía desempeñando desde hace bastante, pero con la pelota detenida tuvo que buscar otra alternativa para seguir adelante con su vida y con su familia. “Debo reconocer que la historia de cocinar es por fuerza mayor. Pero eso no quiere decir que lo deje de lado; a mí me encanta”, remata “Nico”, el que tiene un “10” en la cocina.
Un "chef" de ida y vuelta
Gastón Arraya pintaba como una buena promesa en las inferiores de San Martín. Sin embargo, el fútbol muchas veces no tiene lógica y el carrilero quedó libre en el “Santo” y ahora estaba jugando en Atlético Concepción. Y en las categorías más bajas ganarse el pan de cada día cuesta muchísimo; por eso para paliar la delicada situación económica, Gastón administra un local de comidas; mientras su esposa Estefanía tiene un local de venta de ropa. “Nunca pude tener el lujo de vivir exclusivamente del fútbol. Siempre tuve una entrada extra para alimentar a mi familia. Hace 14 meses que tengo este trabajo y ya estoy canchero en la elaboración de la comida. Aprendí a hacer empanadas y pizza porque mi mamá tiene un salón de fiestas. Con mi esposa nos complementamos bien para llevar adelante esta situación”, admite.