En una ciudad con historia
A 1200 km de Buenos Aires, la pequeña San Miguel de Tucumán, escenario del Congreso de las Provincias Unidas, tenía importancia especial en la breve y azarosa historia de la revolución. Había sido ámbito de la batalla clave de Campo de las Carreras y era fuente de manutención permanente del Ejército del Norte. Tenía, además, un perfil especial. Juan B. Terán apunta agudamente que Tucumán constituía, desde sus inicios, una frontera, tanto geográfica como histórica. Frontera geográfica, porque “la montaña viene desde el centro de América y en el Tucumán se allana hacia el naciente y el sur”, con lo cual “la tierra se desdobla infinitamente en pampa”. Frontera histórica, porque hasta allí llegó la colonización del Inca, y allí detuvieron su trajín los conquistadores venidos del Perú.
Por eso durante siglos constituyó una verdadera “línea de encuentro de dos civilizaciones”. Un punto “equidistante de los dos océanos, defendida de ambos por altas montañas”. Nació del Pacífico pero fue guiada en su crecimiento por el Atlántico. Sería desde entonces un “puerto terrestre”, la “última estación de los caminos llanos que venían del Litoral”, y paso obligado para quienes se dirigían, desde el Alto Perú, con rumbo al puerto, y para los que marchaban en sentido contrario. Así, fue “el país de los arrieros y de las carretas”, gracias a la riqueza y abundancia de la madera de sus bosques. Criaba ganado, que se vendía en Chile y en las provincias altoperuanas. “Se cultivaba, en no corta escala, el tabaco, el trigo, el arroz, el maíz”, a lo que se agregaría, después de 1821, la famosa caña de azúcar. En su capital, se desarrollaba un activo comercio de “efectos de Castilla”, dice Ricardo Jaimes Freyre.
Llegan los diputados
Los diputados arribaron a San Miguel de Tucumán, “a caballos los unos, en galera los más, en sendas mulas de paso algunos de Cuyo, seguidos por machos cabestreros con sus cargas de petacas y retobos”, escribe Paul Groussac. Una colorida reconstrucción de Manuel Lugones conjetura que “a medida que iban llegando los ilustres forasteros, los curiosos tucumanos y los nerviosos exiliados del Alto Perú que merodeaban por sus calles, debieron preguntarse más de una vez, y comentar entre ellos, quiénes eran estos personajes, doctos en Derecho y en Teología, que se dispersaban en los alojamientos preparados para ellos en las casas de familia, en las celdas de los conventos y en las casas parroquiales. Nunca había llegado a Tucumán clientela tan excelsa y numerosa”. Las veía el pueblo “trastabillando por las aceras desparejas, luciendo sus fraques de colores severos o sus trajes talares de dignidad eclesiástica; o bien los mosqueteaba, bullicioso, a través de las ventanas abiertas de las tertulias”.
(Capítulos del libro: “El Congreso de la Independencia -Antes, durante y después”. Editado por LA GACETA en 2016. Autor de los textos: Carlos Páez de la Torre (h))