escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsisDigital.com
1.- Alberto quería echarlo a Ginés
“Con la pandemia nos fue mal, más de 50 mil muertos”, confirma la Garganta.
“Con la cuarentena nos fue peor. La economía quedó destruida”.
Entonces define:
“¿Por qué corno nos va a ir bien con la vacunación?”.
Antes de encender la mecha de las indignaciones fáciles, generadoras de tristes reclamos éticos, debe explicarse qué pasó con el codiciado elixir ruso.
Según la información (probablemente mala), a mediados de noviembre Alberto Fernández, El Poeta Impopular, ya estaba harto de Ginés, El Ministro Saludable.
Confesados deseos de echarlo. Lo fastidiaba la falta de celeridad del ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica).
Organismo descentralizado, o entelequia que el ministro controlaba.
Alberto necesitaba aprobar la documentación presentada por Los Impresentables, a través de un laboratorio presentable.
Papeles relativos a la vacuna rusa. Había motivado la peregrinación secreta hacia Moscú de las señoras Carla y Cecilia.
Las damas, enviadas por Alberto, recolectaban los contactos de Los Impresentables divertidos que las paseaban e invitaban a cenar.
Pero serían embocados.
Los obstáculos para la luz verde de ANMAT se atribuían al empeño del Ministro Saludable en desestimar las virtudes del elixir ruso.
Desde Olivos, intentaban puentear a Ginés, que era un profesional. Pretendían tratar directamente con las autoridades de la entelequia.
En las sobremesas porteñas de Olivos creían que la reticencia ministerial se inspiraba en las preferencias por otros elixires.
Se aludía, incluso, a “la vacuna del comisario”. La preferida.
Por demoras y otros hostigamientos, finalmente Alberto y Ginés iban a coincidir.
El único elixir firme que tenían era el ruso (y aún no había aparecido la fresca bendición de The Lancet).
El elixir, por entonces, era degradado, subestimado. Como si fuera una variación del veneno proporcionado al opositor Navalny, El Lilito Ruso.
Alberto y Ginés se pusieron también de acuerdo en disolver la influencia de Los Impresentables.
Para adoptar, en adelante, la formulación de “Estado a Estado”.
En efecto, un Estado, el ruso, tenía un dueño. Y una empresa muy bien armada, con fondo propio, para comercializar el elixir.
En el otro Estado, el argentino, costaba entender quién mandaba.
Los Impresentables le acercaron a Alberto hasta Vladimir Putin envuelto en un Zoom.
Pero fueron despachados sin agradecimientos patrióticos.
En adelante, El Poeta Impopular se puso la casaca rusa como si fuera discípulo estético de Vladimir Mayakovsky.
Pero con la galantería de Yevgueni Yevtushenko, el poeta soviético fascinado por la carne argentina (servida en residencias burguesas).
2.- El Miguel Strogoff del subcontinente
Desfile de contratiempos, de anuncios entusiastas, sucesiones de equívocos y retrocesos.
El despilfarro de cifras millonarias admitió el ejercicio inicial del optimismo.
Los rusos, propietarios científicos del elixir, de pronto se sorprendieron con la demanda extraordinaria del producto.
Habían prometido entregar millonadas de dosis para Argentina. Pero fueron suplantadas por cuentagotas de a miles.
Aparte, Alberto se recreó en Michel Strogoff, el correo del Zar (Putin), personaje de Julio Verne encarnado en el cine por Curd Jürgens.
El correo del Zar asumió el rol de “influencer” entre los presidentes del subcontinente de la esperanza.
Era casi el despachante del elixir. Trató de entusiasmar hasta al despierto Piñera (aunque el chileno ya lo había dormido con sus elixires adquiridos).
Pudo conseguir la propina de 20 mil dosis para Bolivia. Fue el país que representó el primer éxito en política internacional.
El segundo que se atribuyen, para no rebajarse, fue terminar con Donald Trump.
3.- Poner el hombro
“¡Póngale el hombro a la vacuna!”.
Consigna planificada para la campaña promocional del elixir.
Para que la población no hiciera caso a los detractores y aceptara vacunarse.
Se había puesto de moda degradar al elixir como si fuera un producto siberiano de los tiempos de Stalin.
Se tentaron a diversos referentes del deporte, del espectáculo y de la cultura.
Los comprometían a poner el hombro, para la vacuna y -sobre todo- la fotografía.
En plena cruzada preparatoria fue cuando la vacuna comenzó a escasear.
Se asistía al retroceso en materia de producción justo cuando aparecía la consagración en la revista The Lancet.
Ya no hacía falta el hombro de ningún referente público para motivar.
Sobraban “todos los hombros todos” dispuestos a recibir el codiciado elixir.
4.- Final con mandíbulas y bocados
Es el turno de la indignación de los turistas escandinavos.
Ética de bragueta baja de quienes se obstinan en desconocer las claves de la cultura política argentina.
Es el estallido contra la «malversación» moral de los acomodados.
Como en el clásico poema de Isidoro Blaistein, “Balada del Boludo”, el líder del Movimiento Todos por Horacio invirtió sus extraños “cinco minutos de bol…”.
Son los minutos que Alberto necesitó para deshacerse del Ministro Saludable.
Por el escándalo del vacunatorio VIP se produce la reacción de los innumerables turistas escandinavos. Sorprendidos porque existe, en Argentina, “el acomodo”.
Alberto despacha a Ginés para suplirlo por la viajera originaria.
La señora Carla Vizzotti fue contabilizada como propia.
Creían que Vizzotti había dejado de ser leal a Ginés, lo cual era -si no falso- inexacto.
A lo sumo se podría destacar la astucia de la funcionaria para desenvolverse como doble agente.
Estaba en el medio. Entre Alberto y Ginés. Amiga de Dimitri, de Fernando, de Ariel. Valorada hasta por Los Impresentables.
De repente, las tonterías que se decían en las sobremesas porteñas de Olivos eran reproducidas en los medios.
Acción y atracción del selecto grupo de voceros indirectos de Alberto. Son reconocidos en distintas vertientes mediáticas.
Divulgaban que «Ginés estaba celoso de Vizzotti». Todo por el tratamiento que le brindaban a Carla en Olivos.
Molesto y celoso, el gran sanitarista, por la figuración de la hija de uno de sus mejores amigos. En la práctica, una sobrina.
Los voceros indirectos de Alberto destacaban las fallas del Ministro Saludable en materia de comunicación.
Como si el ministro de Salud debiera tener la habilidad de Chiche Gelblung.
En realidad Alberto le había picado el boleto a Ginés tres meses atrás. Para suplirlo por Carla.
La dama sabía comunicar mejor. Y por supuesto que desconocía, como los turistas escandinavos, que existía una vacunación VIP.
Como desconocía que cualquier amigo, funcionario o compañero, llamaba a Ginés, o a cualquier gobernador o mini gobernador para decirle: “Haceme el favor de vacunar a mi tía», o «te mando a mi viejo».
Para condenarlo, después, si trascendía el favor de haberlos vacunado.
“¿Cómo un ministro de Salud no va a disponer de 30 dosis para vacunar a quien se le antoje?”, razona otra Garganta pragmática.
“Si pongo 50 lucas para la campaña de un gobernador no puede negarme una vacuna para mi novia o para mi hermana”.
¿Acaso no conocen las reglas del juego del país que habitan, y que pretenden gobernar?
¿O se compraron el espejito que venden, el de la igualdad?
Es un país de mandíbulas y bocados donde todos quieren ser mandíbula.
O indignarse y protestar. Destino enojoso de bocados.