Sabido es que en Santiago Kovadloff habita un espíritu dialógico que hace de su interlocutor un privilegiado por la posibilidad, claro, de que sus palabras asuman en el destinario el mismo peso enunciativo y epistémico que las que él pudiese proferir. En un encuentro con Kovadloff la prelación desaparece, no porque él no pudiera exigirla, sino porque pudiéndola ostentar prefiere compartirla. El monólogo en Kovadloff, como resulta obvio, sólo ocurre en las conferencias. Esta tal vez sea su mejor lección práctica del republicanismo que propugna. Como el fin de poder conversar sobre su nuevo libro ¡República Urgente!, pensado a dos mentes junto con Héctor M. Guyot, convinimos en encontrarnos a través de Zoom en dos sesiones de una hora cada una. La modalidad, el diálogo llano, que se usó en el libro, decantó de manera natural en nuestra conversación. A los fines de que los lectores de LA GACETA Literaria pudieran acercarse de una manera cabal a su pensamiento he optado por darle el formato de una entrevista.

– Hay en la tradición del pensamiento contemporáneo un momento liminar en donde se genera el concepto de “intelectual comprometido”, me refiero al caso Dreyfus, cuando en 1898 Émile Zola escribió J’acusse. Esta idea se consolidó con Sartre. ¿Cómo y desde cuándo asumes este compromiso e intervienes en la arena política?

– Es dificil precisar la génesis de cualquier proceso creativo, sobre todo cuando se trata de la producción de ideas en el campo social o político. Recuerdo que durante el proceso militar, en los sangrientos 70, recibí la propuesta de Enrique Vásquez de colaborar en la revista Humor con el fin de que escribiera sobre lo que estaba sucediendo. Yo colaboraba, en ese entonces, en la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos. Es ahí cuando comencé a escribir sobre la necesidad de recuperar la democracia, de ejercer el derecho a la libre expresión y vivir en paz en el marco de la ley. Luego en Clarín me propusieron abordar esta temática, ya que hasta entonces colaboraba en el suplemento literario del diario con ensayos y poemas. En 1981 me afilié al radicalismo y junto a intelectuales de orientación republicana, tal el caso de Luis Gregorich, Carlos Gorostiza, Marcos Aguinis, Daniel Larriqueta y Dante Caputo, creamos el Centro de Participación Política. En ese tiempo, y después, trabajé mucho en la difusión de la relación entre filosofía y política entendiendo el pensamiento filosófico como expresión de civismo tal como esto se podía advertir en la democracia griega del siglo V a. C., en tiempos de Pericles. Ese tipo de contribución lo continúe con regularidad a través de una columna política en La Nación desde mediados de los 2000 hasta 2011.

– En tu libro anterior, Locos de Dios, se despliega una serie de personajes que se rebelan en contra del poder establecido y lo denuncian arriesgando su libertad e incluso hasta su vida. ¿Es desatinado considerarte como uno más de ellos?

– Yo no podría adjudicarme ese atributo porque conozco demasiado bien a quienes se lo merecieron. Me refiero a los profetas judíos y a todos los demás que están enumerados en el libro, hasta llegar a Mandela. Aunque no debo negar que me sentí perseguido. En 2015 cayó sobre mí una causa penal que después fue desbaratada, pero en principio se me acusaba de atentar contra la democracia, la libertad y de defender intereses espurios que comprometían la autonomía de la economía nacional y se solicitaba mi condena a prisión perpetua. Esta misma causa recayó también sobre Marcos Aguinis y Daniel Sabsay.

– ¿Podrías definir lo que, tanto Guyot como vos, entienden por populismo y republicanismo?

– El populismo es autocrático, alcanza el poder a través de las elecciones y luego intenta socavar el carácter republicano de las instituciones que la Constitución propone como fundamentales para el sostenimiento de la república, desvirtuando así su sentido al someter la ley al poder. El republicanismo, en cambio, es una tentativa de que el poder no se aparte de la sujeción a la ley y se sostenga en el cumplimiento de esa palabra consensuada como palabra primordial de la república. En definitiva, el populismo aspira a ser una palabra hegemónica y monológica, mientras que el republicanismo es un coro de voces que busca la verdad a través del consenso y no de una imposición de idea de verdad que proviene de un líder paradigmático o mesiánico.

– ¿Hay alguna distinción en el uso del populismo en función de quien lo ejerza?

– Uno de los rasgos comunes del populismo es que todos son estructuralmente idénticos más allá de que se definan como de derecha o de izquierda. Tienen como características sobresalientes un perfil fuertemente nacionalista, una búsqueda de liderazgos personalistas y la necesidad de enfrentar al líder contra un enemigo real o imaginado; y por lo tanto, rehuir de toda posibilidad de interlocución con los adversarios, en desmedro de la búsqueda de consensos. El populismo reduce el Estado al Poder Ejecutivo, el Poder Ejecutivo al gobierno de turno y el gobierno de turno a la facción que lo encarna.

–Según lo que se puede leer en el libro, ¿por qué dar por supuesto que la oposición es republicana?

– El fracaso de Cambiemos en las elecciones del año 19 se debió principalmente al incumplimiento programático de disminuir o atenuar sensiblemente la pobreza del país y promover el trabajo. Todo lo contrario: sumó un millón y medio de pobres a los que ya había cuando asumió. Eso hizo que se interrogara acerca de su aptitud para generar condiciones de desarrollo y equidad social y como instrumento institucional para combatir la pobreza. Uno de los rasgos republicanos de la oposición es esta capacidad de interrogarse críticamente sobre sus fracasos. Pero no debe perder de vista que, de cara al futuro, enfrenta dos grandes desafíos. El primero es el de profundizar la autocrítica para capitalizar sus propios errores; y el segundo, estructurar, a partir de esa autocrítica, una línea programática que permita reconciliar los valores de la Constitución con la eficacia de la gestión en el orden económico. Por el contrario, el populismo autocrático desconoce la autocrítica.

Afirma sus convicciones sin buscar consensos, y usa el criterio verticalista y de sumisión a la palabra hegemónica para que su relato y sus actos jamás se discutan.

–¿Cuál es la fuente donde abreva el concepto de república al que ustedes adhieren?

– Unida a la tradición moderna del concepto de república se une esa simiente primordial que es la democracia griega, entendida como proyecto, como concepción de la verdad. Es decir, la democracia griega nos propone un concepto de la ley que sale a enfrentar el concepto teológico de la ley. La democracia entiende la ley como norma alcanzada a través del consenso y el debate entre los hombres. La ley política se opone a la ley divina; porque mientras la ley divina es despótica -una fatalidad impuesta a los hombres-, la ley democrática es transversal, colectiva, alcanzada a través de consensos. Es interesante destacar la enseñanza bíblica que también nos alimenta, el concepto judaico de la ley, con la idea de que el hombre es un ser responsable con su prójimo y que la identidad personal se constituye en el encuentro con el otro, tal como posteriormente lo supe meditar en Martin Buber.

– La obra se inicia con una dedicatoria a la memoria de Carlos Nino, de quien se dicen deudores. ¿Cuánto de su esencia está impregnada en las páginas que escribieron?

– Carlos Nino fue asesor del presidente Raúl Alfonsín para estructurar el juicio a las juntas militares y para constituir el Consejo para la Consolidación de la Democracia en 1985. Además fue uno de los mayores cultores de la enseñanza de la transmisión cívica del concepto del derecho. De allí la trascendencia del libro Un país al margen de la ley. Nino diagnostica la Argentina como un país para el cual la ley es obstáculo, tanto en el orden cívico cotidiano como en el orden del poder político. La ley tiende a acotar las ambiciones de poder o la voluntad del monopolio del poder; y en esa medida, allí donde la educación cívica no ha sido constitucionalmente vertebrada, la ley aparece como una barrera de la que hay que liberarse. Ese gran libro fija tanto el horizonte al que tiende nuestra interlocución como el punto de partida del cual nosotros estamos arrancando. Y estamos arrancando de una situación donde la transgresión de la ley pareciera ser el rasgo distintivo del desarrollo de la vida social argentina. Por eso, con Héctor Guyot, le hemos dedicado el libro.

– ¿El libro fue escrito como reflejo de la coyuntura actual o expresa una larga preocupación todavía irresuelta?

– ¡República Urgente! aspira a reflejar una preocupación social dominante en el sector del país que concibe a la democracia republicana como el escenario indispensable para el crecimiento y la equidad social. En este sentido expresa una inquietud que en este momento alcanza una intensidad inocultable en muy buena parte de la sociedad argentina. Pero también aborda una deuda histórica, no porque el republicanismo no haya insistido en saldarla, sino porque no alcanzó a afirmarse con la continuidad que hubiera sido deseable, y esto se debe a las impericias de los propios responsables del desarrollo del republicanismo, porque fueron estos los que contribuyeron a que hubiera sectores sociales marginados que buscaron, a lo largo de los años, cobijo en los autoritarismos y en los populismos.

– Para llevar adelante la consecución del republicanismo proponen una “verdadera educación”. ¿Cuál sería esta?

– Debemos ser prudentes cuando adjetivamos la palabra educación: para eso hay que saber el lugar desde dónde se la enuncia. Para quienes nos consideramos republicanos y liberales, profundamente constitucionalistas, la verdadera educación, entonces, es la que promueve la conciliación entre la formación especializada que puede brindarse en una carrera universitaria y la identidad cívica de quien está llamado a ejercerla. Lo mismo creemos de la educación secundaria. Aspiramos a que los alumnos sean educados en el ideal cívico que implica las tres normas fundamentales de la concepción republicana: vivir en el marco de la ley; concebir al prójimo como indispensable para la constitución de la propia identidad y desarrollar tanto el espíritu crítico como el autocrítico. A esto llamamos verdadera educación; además, porque lo vinculamos con el título de nuestro libro. Allí donde la república es una urgencia, la educación verdadera ha de ser primordialmente aquella que contribuya a generar responsabilidad subjetiva en la concepción del sistema político en el cual se quiere vivir. Y responsabilidad subjetiva hay donde yo no delego sumisamente en un liderazgo personalista la responsabilidad de pensar cuál es el camino que debe tomar mi país. Dejo para el final lo más importante. La escuela primaria es el primer escenario donde el ejercicio de la convivencia con el prójimo empieza a producirse bajo la orientación de un maestro, que puede ser caracterizado con estos términos: aquel que nos enseña a convivir.

– Y desde ese punto de vista, ¿qué significa ser ciudadano?

– Ser ciudadano significa tener un alto sentido de la responsabilidad personal en lo que hace a la vinculación de la vida privada con la vida pública. Es decir, es aquel que nunca concibe la vida pública como algo que le es ajeno a sus intereses primordiales como individuo o como persona. Ciudadano es aquel que sabe que dos viene antes que uno. Es decir que primero está la convivencia con el otro y de ella recién se derivan las posibilidades personales; es aquel, en suma, que entiende que la construcción de la república es una tarea de perfeccionamiento incesante, a diferencia del populismo que se presenta como una verdad consumada o como una verdad totalizada. En el campo de la ciudadanía republicana ser es no dejar de aprender.

– ¿Qué diferencia existe entre la palabra democrática y el relato?

– La palabra democrática es esencialmente una palabra dialógica, es una palabra que incluye la posibilidad de su ponderación por parte de quien no coincide con nosotros en una misma perspectiva aunque comparta una misma concepción de los valores fundamentales a los que está sujeto el sistema político. Entonces, llamamos palabra dialógica a la palabra que tolera y promueve el consenso, pero esto significa, a la vez, la palabra que promueve y fortalece la difusión y el intercambio de ideas. La palabra del relato o lo que se suele llamar hoy relato, la palabra del poder, tal como el oficialismo la practica, es una palabra monológica, no dialógica, es una palabra autosuficiente y que no está dirigida al otro con la idea de construir en forma consonante una noción de verdad sino que está dirigida al otro para ser acatada, es una palabra que pide convalidación y acatamiento y no pide interlocución y debate. Entonces, nosotros, si creemos que hay relato, es porque entendemos que hay una palabra que quiere ser expuesta y aspira a desplegarse para lograr la anuencia de un auditorio sin correr el riesgo de su discusión.

– ¿Por qué el relato tiene un efecto narcotizante?

– Yo tengo la impresión de que la palabra autocrática se postula y se presenta como una palabra que aspira a representar a un sector de la población como palabra suficiente, que no pide interlocución y fascina porque produce un enorme alivio. Los liderazgos unilaterales y personalistas permiten que muchas veces el propio pensamiento sea delegado con deleite, a veces por ignorancia, a veces por insuficiencia de conocimiento, pero muchas veces también porque introduce un profundo alivio el poder delegar en otro la responsabilidad personal de interpretar y de discutir el significado de los hechos. Los liderazgos personalistas son sustitutivos, generan una fuerte demanda de paternalismo que satisface la orfandad del pensamiento propio.

¡República urgente!
Un libro concebido por dos cabezas
Por Santiago Kovadloff

“Este libro no hubiera sido posible sin Héctor Guyot. Héctor es mi interlocutor indispensable en su concreción. Fue una obra concebida como posible al cabo de una larga amistad de muchos años. Él es un periodista y un novelista con una íntima disposición a la escucha y al diálogo y creo que este libro nació realmente en forma oral, nosotros no escribimos ni una línea, sólo transcribimos lo que conversábamos y perfeccionábamos después de su enunciación a través de un trabajo incesante, que nos llevó tantos meses como los del despliegue argumental de sus páginas. Pero lo cierto es que mis respuestas a las preguntas quisieran tener la posibilidad de que sean leídas como respuestas de dos hombres y no de uno solo”.

Reglas de juego *
Por Héctor Guyot

En nuestro país tanto la izquierda como la derecha se creyeron dueñas de la verdad y han querido imponerse a la fuerza. En el contrato de la democracia, la opinión del otro es equivalente a la mía. Si alguno pretende imponer su visión anulando la de los demás, estamos en la verticalidad de un sistema autoritario. La democracia es un repertorio de procedimientos para que todos puedan hacerse ver y oír. Reglas de juego. Sin esas reglas, sin ese Centro, la política se convierte en una lucha sin otro sentido que la conquista del poder en la que todo vale.

* Fragmento de ¡República urgente! (Planeta).

PERFIL

Santiago Kovadloff nació en Buenos Aires, en 1942. Es ensayista, poeta y traductor. Se graduó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Es profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, doctor honoris causa por la UCES, miembro del Foro Iberoamérica y del Comité Académico de la Universidad Ben-Gurion, Israel. También es miembro correspondiente de la Real Academia Española y miembro de número de la Academia Argentina de Letras y la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.

© LA GACETA

Por Jorge Daniel Brahim.