Casi todos los que tenemos más de 30 recordamos dónde estábamos ese martes, hace 20 años. Conservamos imágenes indelebles en la memoria, como también conservaremos las que vimos hace poco, tomadas en el aeropuerto de Kabul durante el apresurado final de la presencia norteamericana en Afganistán, derivada precisamente de los atentados del 11 de septiembre. Las imágenes de esos cuerpos afganos cayendo de un avión militar son tan difíciles de olvidar como las de los que vimos cayendo de las Torres Gemelas, para librarse de un abrasador incendio.
Se cuentan por decenas los libros y películas que giran en torno a los acontecimientos del 11-S. Una de las más recientes es ¿Cuánto vale la vida?, un estreno de la semana pasada de Netflix, protagonizado por Michael Keaton, quien encarna a Kenneth Feinberg, el perito encargado de ponerle números a las indemnizaciones que ofreció el Estado a los familiares de las víctimas. El protagonista se enfrenta con un dilema que reapareció en el debate público con la pandemia: ¿se puede adjudicar un valor económico justo a las vidas humanas y establecer diferentes cotizaciones?
Punto de inflexión es un documental, también estrenado la semana pasada en la misma plataforma, que ofrece en cinco capítulos una de las reconstrucciones más minuciosas de lo ocurrido en los atentados y sus derivaciones políticas y militares.
Entre los libros, merecen mencionarse títulos como 11 de septiembre. Historia de un ataque terrorista, en el que periodistas de la revista Der Spiegel hacen una cuidada recreación cronológica de la preparación de los atentados.
Literatura de anticipación
En el terreno de la ficción, Tom Clancy imaginó, siete años antes del 11-S, a un piloto suicida que pretende estrellar un Boeing 747 contra el Capitolio. Ese era, en la cabeza de los terroristas, un posible destino del vuelo 93 que cayó en un campo de Pensilvania por la acción de los pasajeros.
Deuda de honor, el libro de Clancy, fue uno de los mayores best-sellers de 1994. No es descabellado pensar que Khalid Sheikh Mohammed, el “cerebro” de los atentados, haya conocido la trama de la novela. También es posible que alguno de los 37 pasajeros del vuelo 93 haya leído el libro.
Hay dos películas que, en su adaptación al castellano, tienen el mismo nombre: Vuelo 93. La dirigida por Paul Greengrass tiene uno de los finales más impactantes de la historia del cine. Ambas se apoyan en los archivos de la Comisión Nacional de Investigación, que hizo el reporte más completo sobre lo que ocurrió ese día. Paidós publicó en la Argentina 11-S- El informe, libro que reproduce extractos de ese documento.
Ese martes 11, dos décadas atrás, el horror se apoderó de todos ante la contemplación de una escena dantesca. Pero también ese martes hubo historias que nos devuelven la fe en el espíritu humano.
Heroísmo en el vuelo 93
Sabemos mucho de lo que pasó en ese vuelo por las llamadas de los pasajeros a sus familiares y autoridades, transmisiones por error de los terroristas captadas por el centro de control aéreo y las grabaciones de la caja negra del avión. Las películas y el libro mencionados muestran el heroísmo de pasajeros como Todd Beamer, un analista de sistemas que formó parte del grupo que decidió intentar reducir a los terroristas.
En el momento en que el primer terrorista se levantó de su asiento y empezó a gritar en árabe, Beamer supo lo que estaba pasando. Apuñalaron a uno de los pasajeros, un segundo terrorista se desprendió la camisa y mostró lo que parecía una bomba. Uno de los pasajeros habló por su celular con su esposa y ella le informó que dos aviones se habían estrellado contra las Torres Gemelas. Beamer les dijo a cuatro hombres que estaban detrás de su asiento que se trataba de una misión suicida y que de ellos dependía evitar que los secuestradores se salieran con la suya. Debían organizarse para atacarlos y pedirles a las azafatas que les trajeran tenedores, matafuegos y agua hirviendo. Los cinco fueron avanzando entre los asientos hasta acercarse a pocos metros de la sección de primera clase, separada por una cortina, en la que se encontraban dos de los terroristas. Luego se sumaría el resto de los pasajeros hombres. El más nervioso de los terroristas tenía pegados sobre su estómago, con cinta adhesiva, supuestos explosivos plásticos y en su mano algo similar a un detonador. Uno de los pasajeros dedujo que la bomba debía ser falsa porque no podría haber superado los controles del aeropuerto. Beamer encabezó el ataque y sus compañeros, entre los que había un piloto de avionetas que intentaría tomar el control del Boeing, lo siguieron. Ahmad al Haznawi y Saeed al Ghamdi fueron reducidos por los pasajeros, quienes empezaron a patear la puerta de acceso a la cabina, que finalmente cedió. Entonces Ziad Jarrah puso al avión en picada y veinte segundos más tarde se estrelló en medio de un campo en Shanksville, Pensilvania, tres minutos después de las diez de la mañana.
Los pasajeros del vuelo 93 evitaron que su avión generara una tragedia mayor. La ejecución de las acciones para impedirlo duró, según la reconstrucción del informe oficial, seis minutos. Antes del ataque final, los pasajeros votaron para decidir si debían actuar, intercambiaron sus nombres y se organizaron. Decisiones vertiginosas, a 9.000 metros de altura, entre personas desconocidas entre sí, en un día en que la historia de la humanidad sufría un quiebre. Una gesta plasmada en pocos segundos que nos mostró que el horror que ciertos hombres son capaces de generar puede ser contrapesado por el coraje y la entrega de otros.
Ausencias
El 11-S, de todos modos, seguirá asociado en la memoria colectiva a la imagen del vuelo 175 de United Airlines estrellándose contra la Torre Sur del World Trade Center. En ese instante, millones de personas veían por televisión el hasta entonces inexplicable incendio de la Torre Norte por el impacto del vuelo 11, también de United, 17 minutos antes.
En 2013 estuve en Ground Zero. Allí hay dos huecos en el espacio en el que estaban emplazadas las Torres. Es una suerte de antimonumento. No hay una estructura que se erige sino el vacío sustituyendo a las moles que en su momento fueron las torres gemelas más altas del mundo hasta que en 1998 las Petronas les quitaron el record. César Pelli, el creador de estas últimas, me dijo en una entrevista que lo más importante de sus torres era el espacio que había entre ellas. Como el silencio en la música, el espacio resalta lo que lo recorta. O, como en el caso de Ground Zero, de manera estremecedora, el vacío potencia lo que todos recordamos y ya no está.
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Por Daniel Dessein.