Me puse a pensar entonces en la cantidad de tiempo que llevo caminando. Años, décadas. En el caso de vivir demasiado más podría seguir sumando, porque si de algo estoy seguro es de que nunca dejaré de caminar. Sin embargo, aún con esta tremenda cantidad de recorrido, en realidad ninguna caminata me ha brindado auténticas revelaciones. No ha sido en mi caso como en el pasado, cuando las caminantes sentían reencontrarse con algo que solo se ponía de manifiesto en el trance de andar, o creían descubrir aspectos del mundo o relaciones en la naturaleza hasta ese momento ocultas. Yo nunca encontré nada, solo una vaga idea de los novedoso o lo diferente, por otra parte bastante pasajera. Pienso ahora que caminé para sentir un tipo específico de ansiedad, que llamaré ansiedad nostálgica o nostalgia vacía.
La ansiedad nostálgica vendría a ser un sentimiento de privación de nostalgia cuando no se tiene la opción de sentir una nostalgia real. Puede haber varios motivos para el bloqueo. Si voy a explicarlo debo recurrir a historiar mis ideas prestadas, de las que estoy lleno -aunque no por eso creo que no me pertenezcan de pleno derecho, al contrario. Una de estas ideas, de las primeras en ser asimilada hasta convertirse en propia, consistió en la idealización, romántica primero y moderna después, de las caminatas. Algo habrá fallado en mí, ya que cuando debí elegir una vida para el futuro ninguna me convenció.
Desde un temprano momento me he sentido inepto para albergar cualquier entusiasmo: incapaz de creer en casi nada, o en nada directamente; decepcionado de la política con anticipación; incrédulo ante la cultura juvenilista pese a ser entonces joven; espectador ocioso de la carrera hacia el dinero y el llamado éxito material; reticente frente a las bondades de la conducta caritativa o de la autosuperación; ajeno a los beneficios de procrear y a las posibilidades de continuidad biológica; ajeno también a la idea de estar pendiente de los deportes o de alguna variante del espectáculo; incapaz de entusiasmarme ante alguna impracticable vocación profesional o científica; inepto para las artes o las artesanías; también para el trabajo físico o manual; también para el intelectual; inútil en síntesis para el trabajo en general; imposibilitado de soñar; descreído de cualquier opción religiosa pero anhelante de pasar por la primera experiencia de este tipo; demasiado tímido o incompetente para una entusiasta vida sexual; en fin, carente de todo esto no me quedó más opción que caminar, lo más parecido a la mente disponible y en blanco. Caminar sin hacer nada más. No caminar sin destino, como podían ilusionarse los personajes modernos, atentos a las novedades de la casualidad y el territorio, sino con destinos alejados, casi inalcanzables o inaccesibles, poniendo a prueba los mapas.
* Publicado en LA GACETA
Literaria en 2011. Incluido en Mis dos mundos (Alfaguara).