Que las lenguas cambian -como todo, hasta las aparentemente inamovibles leyes de la Física- es un hecho establecido, aunque a mucha gente le cueste aceptar algunos de esos cambios. “Quizás en el origen de esa dificultad está el hecho de que al principio esos cambios eran más lentos; o al menos, se tardaba más en hacerlos conscientes; y cuando eso ocurría, ya se habían impuesto”, postula el filólogo tucumano Carlos Castilla, experto en lingüística y profesor en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT).
Pero también es cierto que el ritmo de esos cambios parece ir acelerándose generación tras generación; de hecho, ya se empieza a hablar de “brecha lingüística entre generaciones”. La frase describe el hecho de la convivencia actual entre (al menos) tres generaciones, cada una con su propia manera de influir en el lenguaje.
Esas tres generaciones ya no fueron designadas en función de la década en la que “hicieron historia” (como la Generación del 80, como se conoce a la élite gobernante de Argentina durante la República Conservadora, entre 1880 y 1916). Reciben nombres que ya en sí mismos abren una brecha lingüística: es probable que muchos padres de los centennials (que nacieron de 2000 en adelante) no sepan qué quiere decir la palabra con la que se describe a sus hijos. Es posible, también, que ignoren que a muchos de ellos los llaman la Generación X (tienen entre 40 y 54 años); y que en el medio están los milenialls, que nacieron entre principios de la década de 1980 y 2000.
De jerga a lengua oficial
Volvamos: ahora que vamos avanzando en medio de la brecha lingüística, importa entender que todos, a nuestro tiempo, hemos ido generando lo que empezó siendo una jerga que sólo nuestros contemporáneos podían entender.
“Empezó siendo”, porque con frecuencia ocurre como con la expresión trucho (impuesta desde el Río de la Plata): el uso se generaliza y el diccionario hace lo que su función indica que debe hacer, dar cuenta de esa generalización. Un paso previo al registro propiamente dicho (un twitt en el que se “se documenta en el uso”) dio la Real Academia Española de Letras (RAE) en 2018 con los neologismos feminazi y machirulo, por dar dos ejemplos, que también escuecen.
“Sucede que, en realidad, lo constante de la lengua es el cambio -sentencia Castilla-. La imaginamos una estructura estable; pero eso es el esqueleto de un fenómeno social preexistente: la interacción de los hablantes”.
“Y las variaciones son más vertiginosas en estos tiempos de omnipresencia de las tecnologías digitales, y de las interacciones que -con ellas y en ellas- se desarrollan”, señala Julio Sal Paz, profesor de Lingüística y especialista en Análisis del Discurso Digital, también de la UNT. Y agrega: “las variaciones irrumpen e impactan con fuerza en el entramado de experiencias cotidianas de la denominada glocalidad, nombre que se le ha dado a lo local y lo global aunados, no sin tensión, por esa mediación tecnológica”.
El desarrollo de jergas propias de determinados grupos implica, entre otros elementos, puntos de referencia y fuentes culturales divergentes, y dice mucho de la identidad de quienes hablan. La de los adolescentes es una de ellas.
Contado en cifras
Una encuesta elaborada por Babbel, plataforma de aprendizaje de idiomas enfocada en conversaciones cotidianas, revela que el 60,5% de los mayores de 40 años (los de la Generación X) tiene dificultades para entender la jerga de los más jóvenes (de 18 a 24 años); esto se debe a que el 88% de los ellos utiliza habitualmente palabras, expresiones o acrónimos procedentes de otras lenguas.
La encuesta analizó sólo la incidencia del inglés, pero hay más influencias significativas; es uno de los criterios de análisis que plantea Cecilia López, licenciada en Letras que trabaja para su tesis doctoral las prácticas de lectura y escritura de las culturas juveniles móviles (“profundamente marcadas por la omnipresencia de lo digital en la vida cotidiana”, explica), y ejemplifica: “es muy importante la incidencia del anime y del manga; también la del coreano, de la mano del K-pop; y la del llamado ‘lenguaje villero’”.
“La jerga cambia mucho más rápido que el lenguaje formal. Pero aunque pueda parecer difícil relacionarse con expresiones de nuestros padres o con acrónimos de los adolescentes, dedicar tiempo a entender lo que significan no sólo favorece la comprensión mutua -resalta Héctor Hernández, lingüista y jefe de Desarrollo Curricular de Babbel-; también proporciona una visión considerable de la cultura en la que estamos inmersos”.
Gran resistencia
Sin embargo, el sondeo en cuestión muestra que gran parte de la Generación X piensa que los centennials no utilizan un lenguaje “adecuado” y que “están perdiendo” el castellano y, además, el 82% cree que se habla “peor” por el uso de anglicismos.
“Esta percepción del cambio como ‘contaminación’ se basa en la visión del castellano como algo estable, propia del pensamiento cartesiano del Renacimiento, y en la realidad de la España de ese tiempo: la gran expansión colonial y el manejo de una lengua que debía unificar el imperio, entre otras variables”, explica Castilla.
Resalta asimismo que desde siempre la cuestión de la lengua también fue política (N. de la R: pensemos en el latín y el imperio romano; o en el inglés como lengua dominante del imperialismo no territorial desde el siglo XX) y añade elementos para el análisis de lo ocurrido con nuestra lengua: la aparición de la imprenta; la primera gramática (1492), que permitió organizar el paso de la oralidad a la escritura; la necesidad de poner el imperio en orden...
“La lengua siempre se acomodó al imperio -sentencia Castilla-. Y seguir pensándola como estructura no refleja el dinamismo de la realidad. La lengua es un sistema; no es estable, pero no va a explotar, porque siempre se acomoda”, agrega el experto.
López, por su parte, destaca: “la mutación estuvo en el origen; el castellano es el latín que se modificó, nutrido de aportes de muchas otras lenguas: las ‘bárbaras’, el árabe, las de los pueblos originarios de América...”.
“Esa impronta de la Modernidad, la de ‘poner orden’, quedó como herencia; ante eso, y más con la velocidad de los cambios, surge la sensación de invasión, de que lo propio corre peligro, de apocalipsis. Y, como señala Umberto Eco, esa sensación de apocalipsis da lugar a ‘superhéroes protectores’; a la demonización de quienes hacen usos no canónicos de la lengua”, agrega Castilla y resalta: “pasó con el lunfardo y con el lenguaje carcelario; pasa con el de los adolescentes, y también pasa con el de las personas transgénero (y con muchos grupos vulnerables): se proyecta sobre el lenguaje del otro lo que molesta del otro”.
No sólo cuestión de edad
Todo esto nos permite ir más allá, y afirmar que las brechas , en realidad, son muchas y (como la vida misma) diversas.
“Los hablantes, con nuestra actuación lingüística, dotamos siempre de dinamismo, vitalidad y renovación a la lengua, en la que pueden identificarse variedades y particularidades originadas por variables como el ámbito geográfico, el nivel de escolarización, las esferas de la cultura -en su más amplia acepción-, la franja etaria de los sujetos...”, enumera Sal Paz.
“La brecha lingüística no es sólo generacional -especifica por su parte, y contundente, López-. Fuimos siendo cada vez más conscientes, por ejemplo, de que hay brechas de clase, y de que estas impactan, entre otras cosas, en lo educativo. Pero hoy tenemos cada día más claro que la brecha de género es enorme, y además, es transversal a todas”.
“Y es allí, en la decisión política de manifestarse, donde los sectores invisibilizados aprovechan las atribuciones que tenemos todos los usuarios para dejar huella, y levantan el lenguaje como bandera”, describe Castilla.
“Entonces, aparecen componentes y términos específicos, por ejemplo, de los feminismos, en los que los jóvenes se sienten representados, y que los adultos no entienden, o no quieren entender -señala López- También esta resistencia va atrofiando la comunicación entre generaciones”.