Recuerdos que revolotean en la memoria. Caminan escenarios. Evocan escenografías. Dos carátulas. Abrazo de risa y llanto. Voces changuitas repican en la mirada de los recuerdos. Y aunque se ha subido varias veces a las tablas, la dirección de actores ha sido su lugar en el mundo artístico. Suelen decir que nunca es tarde cuando los reconocimientos en vida llegan. Los 82 años de Alberto Rolando Díaz, teatrista de larga trayectoria, recibirán un halago en Bella Vista, donde fundó en 1968 el elenco teatral. Hoy, a las 19, en la Casa de Cultura “Lucho Díaz” de esa ciudad, le pondrán su nombre al salón y descubrirán una placa recordatoria.
- Hacía pocos años que habías empezado a incursionar en el teatro, ¿cómo llegaste a Bella Vista?
- Estuve 26 años, desde 1968 hasta el 2003. Chicho Zapata estaba en Nuestro Teatro, me invitó a que fuera Bella Vista. Voy y me llaman del Club Social, que tenía una comisión de cultura; me pagaban la nafta porque íbamos con Chicho en una Rastrojera, él trabajaba acá en una casa de artículos del hogar. Íbamos sábados y domingos a hacer lectura de mesa de teatro. Elegí gente que en su vida había pisado un escenario y empecé a hacer obras que yo elegía. Yo ya estaba en Nuestro Teatro dirigiendo obras para chicos; Oscar Quiroga me introdujo en el teatro a mí como director con las obras para chicos y las empecé a hacer en Bella Vista.
- ¿Cuál fue la primera obra que estrenaste? ¿Dónde actuaban?
- “Clavelina, la vaquita de la Luna”, que ya la habíamos hecho dos o tres veces, era una pieza muy ganchera para los chicos y después otras que hice acá y las repetí con el elenco de Bella Vista. Empezamos a actuar en el viejo cine, frente al colegio San José; había un escenario muy lindo y se alquilaban sillas para los espectadores, ahí hice las primeras obras y después se cerró el lugar. En el patio del Colegio San José, hice una obra también y después pasé a la Escuela Técnica, donde me prestaban el espacio. Alquilaban el escenario, las luces. Fernando Luna, que era de Nuestro Teatro, me hacía el sonido, Carlos Kirschbaum hacía las luces y Ernesto Lobo, del teatro San Martín, también, el Curro Augier y el Negro Ceballos me asesoraban sobre la escenografía. Nada se hacía improvisado, todo se hacía muy organizado y muy ensayado. Llegué a tener 97 actores y ya hay varios muertos: Chicho Zapata, Julio Rojas, Barreiro que era médico…
- ¿Cuál es la pieza que más satisfacciones te ha dado, ya sea por el éxito de público o por otras razones?
- “La ratonera”, de Agatha Christie, un policial, fue la que más me gustó; después “Luz de gas”, de Patrick Hamilton, una de suspenso, para la cual el ingenio Bella Vista me prestó la alfombra de Esmirna, cuando estaba en el Club Social, y también me prestó un frente de chimenea y unos silloncitos de la época de los García Fernández.
- ¿Cuándo el elenco vocacional se convierte en municipal?
- Cuando estaba de intendente el Nene Valeros, me empieza a hacer un contrato la Municipalidad, era un pago mensual. Algunos alumnos del Colegio San José vinieron a formarse como actores en mi grupo. Pero fueron 97 personas que actuaron conmigo en Bella Vista, que no tenían idea lo que era teatro, de todas las edades.
- ¿Qué satisfacción personal tiene para vos el haber creado este elenco teatral? ¿Qué lugar ocupa en tu corazón?
- Fue la mejor época de mi vida. Primero, empecé en Nuestro Teatro y en el 67 abrimos la sala en la casa de la Rosa Ávila y de ahí en el 68 empiezo en Bella Vista, viajaba los fines de semana. Me iba en la Línea 4 hasta la terminal, tomaba el ómnibus a Bella Vista, hacíamos lectura de mesa, terminábamos, volvía mi casa a la nochecita. Hacíamos unos tres meses de lectura, mientras yo iba explicando de los personajes, todas esas cosas, porque no conocían nada del teatro. Asistían maestras, profesoras…
- ¿Por qué no seguiste?
- En la época de Valeros se lo hace municipal al elenco y me pagaron un aporte mensual hasta 2003. Termino porque la mujer del intendente era la directora de Cultura; alcancé a hacer una obra “Sábado de vino y gloria”, de Alberto Drago. Le hablé a ella para que me renovara el contrato y me dijo que tenía que hablar con el contador y eso me respondió no sé cuántas veces por teléfono. Entonces yo le dije: “señora, usted da tantas vueltas para pagarme los dos pesos que me paga que yo renuncio al teatro”. En la época del Proceso hubo un corte. Con la vuelta de la democracia, cuando a Isabel Refusta la nombran directora de Cultura, me vuelve a llamar, era la época de Fernando Riera…
- ¿Qué significa para vos este reconocimiento?
- (se emociona) Un agradecimiento muy grande, creo que es mucho para mí.
- Pero vos has dado mucho...
- Es cierto que he dado mucho y con mucho gusto lo hacía y otra cosa que quiero destacar: no cobrábamos entradas, se ponía una caja a la entrada de local donde dábamos la obra y poníamos: “Colabore con el teatro”. Entonces, la gente que se venía a ver la obra, familiares de los actores… había gente que iba de la ciudad: Pichi Di Lullo, mi familia, Héctor Marcaida, que incluso trabajó en una obra mía, hacía el cura de “Trampa para un hombre solo”… se llenaba el local, se hacían dos funciones. Se ponía una caja a la entrada y entonces la gente que venía a ver la obra dejaba la plata, se llenaba el local. Después, la Dirección de Cultura, en la época de Gaspar Risco Fernández, hizo un festival de teatro del interior porque en varios lugares había grupos de teatro: Simoca, Monteros, Tafí Viejo, Lules, Banda del Río Salí, nosotros íbamos a hacer la función allá y ellos verían de hacer la función acá. Ah, en la caja que se ponía en la puerta, la gente largaba sus monedas y cuando terminaban la función, la abríamos (se ríe) y con la plata recaudada íbamos con todo el elenco a comer a un bar.