En el medio de un picnic en el desierto de la Puna, María Eugenia Farías, doctora en Biología y experta en microbiología, cuenta a un grupo de expedicionarios, una de las tantas historias emocionantes que vivió en esos parajes durante los años de trabajo científico en la región: la de Shawn Bishop, el “Cazador de Supernovas”.
Antes de empezar el relato referencia un dato clave: venimos de las estrellas.
En el origen del universo, los primeros elementos químicos, los más livianos que el hierro, se formaron en las estrellas. Luego, cuando algunas de esas estrellas explotaron -las supernovas-, con la energía de la explosión se formaron el resto de los elementos, los más pesados. Todo lo que nos rodea está compuesto por elementos que se formaron en la vida o muerte de una estrella, incluso nosotros mismos. Somos polvo de estrellas.
Shawn Bishop, intuía que las estrellas, particularmente las supernovas, habían influido mucho más en la historia de la vida en el planeta. Sostenía que hubo explosiones de supernovas cercanas al sistema solar en varias ocasiones. En ese sentido desarrolló la hipótesis de que uno de esos sucesos ocurrió hace dos millones de años: identificó esa supernova en el universo y comenzó a buscar las evidencias de los restos de esa explosión que impactaron en la Tierra.
Shawn comenzó a recorrer el mundo buscando rastros de supernovas y descubrió que quizás ese rastro estaba en las posibles marcas de radioactividad en fósiles de microbialitos de dos millones de años, vivos al momento del estallido. Los microbialitos son ecosistemas bacterianos de aspecto semejante a rocas. Fueron los primeros seres vivos que habitaron el planeta.
Encontró las marcas de radioactividad en sistemas bacterianos fósiles en diferentes lugares del mundo: huellas de supernovas en “rocas vivas”, una curiosa forma de unión entre el universo y el planeta.
Sus observaciones los llevaron a la Puna, en búsqueda de los microbialitos modernos para indagar cómo funciona la radioactividad en estas formas de vida y demostrar que queda "pegada" en microorganismos de ese tipo.
De esta manera nació un proyecto de colaboración científica entre el astrofísico y la doctora Farías, en el marco de una investigación del Max Planck Institutes, de Alemania. Más tarde, el el “Cazador de Supernovas” y la “exploradora” de microbialitos, se volverían muy amigos.
Los viajeros escuchan con atención la narración de María Eugenia: en ronda y de pie bajo el sol de un desierto agrietado de aguas termales, rodeados por camionetas y la roca gigante. La voz del relato se entrevera con el alboroto de un viento tenaz.
Durante la investigación, Shawn, el científico riguroso y difícil, conoció la Puna: ese lugar donde uno mira la Tierra atrapado por la misma sensación de pequeñez que se siente cuando se contempla el mar.
Siguieron intensos meses de campaña, buscando restos de radioactividad de explosiones nucleares en el planeta en los microbialitos modernos. Es decir, las marcas de bombas y ensayos de la era nuclear en sistemas bacterianos vivos.
El astrofísico aprendió a querer el lugar y se enamoró de las canciones folclóricas. Durante las largas horas en camioneta -siempre una huella en la arena, siempre una estela de polvo-, el astrofísico y la microbióloga acortaban distancias escuchando y cantando zambas y chacareras: uno en mal español; la científica argentina, entre risas. Él, obstinado, le pedía que traduzca palabras imposibles como Pachamama o mazamorra. Parecía que la Puna también empezaba a querer a Shawn.
En diciembre de 2019 le diagnosticaron un cáncer de cerebro y le dieron seis meses de vida. “Logró vivir dos años más”, cuenta María Eugenia, conmovida. “Vivió lo suficiente para comprobar que sí hay rastros de las explosiones nucleares en los microbialitos modernos y de esta manera probar que podría haber las trazas de supernovas en los microbialitos fósiles”, revela.
Antes de morir, Shawn llamó por teléfono a María Eugenia para contarle que se despedía en paz por haber terminado su investigación y para pedirle que en el final, sus cenizas sean esparcidas entre aquellos vastos paisajes.
La huella de Shawn en la Puna: polvo de estrellas.
“Cada vez que me preocupo por cosas insignificantes me acuerdo de Shawn y pienso que hay que hacer que nuestra vida y la de quienes queremos valga la pena, porque nuestro paso por este mundo es muy fugaz”, reflexiona la especialista.
“Sé humilde, porque vienes de la tierra; sé noble, porque vienes de las estrellas”. Dice un proverbio serbio popularizado por el divulgador científico Carl Sagan en Cosmos, un programa de televisión de los 80. Algo de la frase late en esta historia: de nuevo, marcas del universo en el planeta.
“Goodbye, mi dear Supernovas'Hunter, that is the way I named you during our trip to Puna”, le escribiría más tarde su amiga María Eugenia en las redes sociales: "adiós, mi querido Cazador de Supernovas, así te nombré cuando viajamos a la Puna".
La científica termina el relato ante los ojos conmovidos de los expedicionarios. La descomunal Puna tiene, también, historias que la superan.