“Se trata de un tema complejo”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta repuesta de boca de dirigentes políticos? La usó por ejemplo hace pocos días el presidente de la Nación, Alberto Fernández, cuando se le consultó por las razones de la inflación y sobre todo por cómo combatirla. No pudo explicar (excepto cuando habló de la herencia recibida con el ya tan famoso “ah, pero Macri”) cómo llegamos a esta situación, y lo que es peor, cómo saldremos de ella. Es que sí, aunque sea un eufemismo, hay temas que nos sobrepasan, e intentar resolverlos desde un solo ángulo, o siempre con la misma fórmula, no da resultados. Por eso se habla de multicausalidad. Esos problemas se convierten en tales por distintas razones y, obviamente, la manera de resolverlos no es siempre la misma. Uno de esos tantos problemas es la inseguridad. El mismo Alberto Fernández, ante el Consejo Federal de Seguridad Interior dijo hace pocos meses que una de las causas del aumento en los índices de inseguridad es “la desigualdad” que se vive en el país. Cada vez más pobres. Cada vez mayor distancia entre clases.
Según un informe del Monitor de Inseguridad del Observatorio de Psicología Social Aplicada, de la Facultad de Psicología (UBA), el ranking de percepciones sobre los problemas que afectan al país están encabezados por la inseguridad (71%), la corrupción y la pobreza (ambas con 69%) y la inflación (68%). Es decir que siete de cada 10 personas señalan a la falta de seguridad como uno de sus problemas centrales. Y hasta aquí no hay cómo solucionarlo.
En Tucumán Osvaldo Jaldo tomó como caballito de batalla la lucha contra la inseguridad. Con la ley de narcomenudeo se metió de lleno y llevó adelante una lucha nada menos que contra Edmundo Jiménez, el ministro fiscal que no quería saber nada de que la Justicia local se hiciera cargo de los delitos relacionados con droga. Y ganó esa batalla. Se propuso además solucionar un tema que ya parecía inviable: el del alojamiento de los detenidos. Hay tanta gente presa que ya no hay lugar donde tenerla, y por eso se están encarando las obras de construcción de alcaidías y de la nueva cárcel que se erigirá en Benjamín Paz. Pero amontonar detenidos no significa que bajen los índices delictivos, ni mucho menos.
En Tucumán, los asaltos, los robos y los hurtos son la principal preocupación: salir a la calle y que nos roben lo que llevamos, o volver a nuestra casa y encontrar que nos desvalijaron. O peor, que ingresen a nuestros domicilios con nosotros adentro. Hace 10 días, Jaldo afirmó: “siempre decimos que por más esfuerzo que hagamos, la inseguridad nunca será cero, pero no hay dudas de que en Tucumán bajaron los índices delictivos, hay una Policía más activa en las diferentes regionales, en las unidades especiales”. ¿En qué se basa el gobernador para decir eso? En estadísticas propias que le pasan desde el Ministerio de Seguridad. Pero esos números son secretos hasta que la Nación, a la cual se le envía un informe, los publica… con dos años de demora. Las últimas estadísticas que se dieron a conocer en ese sentido son de 2020. Pero la Justicia también maneja estadísticas y cuatro fiscales consultados fueron contundentes en que los robos, el delito más denunciado, no sólo no bajaron, sino que se incrementaron. La seguridad, entonces, sigue siendo una sensación. Vivimos con el temor de ser víctimas de un delito. Y si encima la inflación nos come lo poco que tenemos...
Pero hay además dos factores en este flagelo multicausal que los gobernantes pocas veces mencionan a la hora de planificar cómo reducir los índices de inseguridad. Uno tiene que ver con la educación, donde Tucumán, vistos los resultados de las últimas pruebas nacionales, está lejos de ser una provincia modelo. Como dato basta comentar que más de un 70% de las escuelas públicas de Tucumán no tiene conexión a internet. En pleno siglo XXI y con las experiencias que nos dejó la pandemia. De las 1.594 escuelas, 1.123 no cuentan con ningún tipo de conectividad. Sólo nos “superan” Formosa, Santiago del Estero y Chaco. Pero además, hubo retroceso en una materia clave como Lengua, aunque también se registró un avance de 2,4 puntos en Matemática. Pero, del total de los estudiantes del último año en situación de pobreza, sólo el 14% logró un buen desempeño. Otra vez las diferencias sociales. Los que más tienen, reciben mejor educación. Hacer el máximo esfuerzo con la educación en Tucumán también es un buen punto de partida para combatir la inseguridad. Y el otro punto a tener en cuenta, y sobre el cual el Gobierno debería hacer mayor hincapié, es la política en materia deportiva. Tucumán cuenta con una secretaría de Deportes cuyo exiguo presupuesto se gasta, en enorme medida, en el pago de sueldos. Mientras tanto, muchísimos clubes de barrio, que actúan como una barrera de contención, languidecen. Si queremos sacar a los chicos de la calle y evitar que caigan en el delito, no hay nada más importante que la familia, la educación y el deporte. Dentro de un “problema complejo” como les gusta definir a los políticos algo que no pueden manejar, ampliar la idea de que combatir la inseguridad es sólo detener a delincuentes es un buen punto de partida. Sobre todo pensando en el futuro.