“Lo que está en la base del cambio positivo, tal y como lo veo yo, es el servicio al prójimo”. Así piensa y así actúa Lech Walesa, figura clave de la historia del siglo XX y verdadero emblema de la lucha por la libertad. Fue desde el sindicato que Walesa impulsó entre los trabajadores portuarios que se esparció en Polonia la llama de la resistencia al totalitarismo, un fuego que prendió en el cuerpo social hasta hacerse imparable. Por eso, cuando se enumeran las causas de la caída del Muro de Berlín y del yugo soviético que oprimía a Europa del Este la resistencia del pueblo polaco rankea bien alto. No podía ser más emblemático el nombre de aquel sindicato: Solidaridad. Es en su honor que la ONU dispuso celebrar cada 31 de agosto el Día Internacional de la Solidaridad.
Servir al prójimo en el marco de una vida empática y desprendida son ideales que Walesa empleó como bandera y le valieron el Premio Nobel de la Paz. Esta actitud ante la vida es producto de su profunda religiosidad. Para Walesa, Juan Pablo II fue el campeón de la libertad. “Dotó de sentido y confianza a nuestros esfuerzos y cambió la faz del mundo”, sostuvo en referencia al Sumo Pontífice, declarado santo en 2014.
Claro que Walesa no estuvo exento de polémicas, ligadas sobre todo a su actuación política y a algunas opiniones extremas, sobre todo en detrimento de los derechos de las minorías. No obstante, jamás cedió en la defensa de la solidaridad como un fin por el que vale la pena cualquier sacrificio. “Sólo en la medida en que todos nos ayudemos y trabajemos por una causa común, que proporcione el mayor bienestar, viviremos en un mundo mucho más pacífico, enriquecedor y próspero para cada nación, pueblo o individuo”, sostuvo.
Al contrario de lo que sucede con otras celebraciones, regidas cada año por alguna consigna o tema de agenda global, la ONU prefiere que cada país decida cómo prefiere conmemorar el Día Internacional de la Solidaridad. “Lo que no se debe perder de vista es que toda iniciativa debe reflejar un espíritu solidario propiciado por el deseo del bien común”, advierten las Naciones Unidas. Entre las actividades que más suelen programarse figuran:
- Dar de comer a los más desfavorecidos.
- Recolectar ropa para los pobres.
- Organizar jornadas recreativas y de esparcimiento en plazas, parques, clubes y toda clase de espacios públicos.
- Ayudar a los niños y a las personas de la tercera edad.
- Llevar adelante acciones gratuitas de concientización sobre cuestiones de salud y promoción de la calidad de vida.
El Día de la Solidaridad, tan propicio para servir al prójimo, propone también una mirada interior, un momento para reflexionar y plantearnos una serie de preguntas: ¿soy solidario? ¿Qué y cuánto soy capaz de ofrecer; cómo y cuándo lo hago? ¿De que manera contribuyo a fortalecer el tejido social por medio de mis iniciativas? ¿Me siento parte de una sociedad solidaria? Este examen de conciencia, traducido en respuestas sinceras y en una manifiesta voluntad de cambio si realmente sentimos que estamos lejos de lo que el prójimo necesita de nosotros, es clave para que el Día de la Solidaridad no quede en una simpática miscelánea del calendario.
Es, a la vez, un camino para que el espíritu solidario no sea cosa de un aislado 31 de agosto, sino que se mantenga latente y proactivo todos los días. Si tanto lamentamos la descomposición de las redes que históricamente sostuvieron unida a la ciudadanía, es tiempo de poner manos a la obra y de recomponerlas.