La realización del Septiembre Musical refuerza la presencia de Tucumán como una plaza de excepción en el concierto artístico nacional. Pensar ese evento anual como un espacio liminar para la construcción de identidades locales con proyección regional sigue siendo un desafío constante, más en tiempos de renovación de la escena como se está viviendo desde la salida de la etapa más compleja de la pandemia.
Los objetivos trazados institucionalmente en el Ente Cultural de la Provincia de atender en forma prioritaria a grupos y artistas tucumanos y solo en segunda línea pensar en contratar figuras nacionales (la visita de algunos de ellos se sustenta con fondos que no son propios, como el reciente caso de Litto Nebbia), más funciones gratuitas en distintos espacios (como bares, lo que implica la presencia de público consumidor y un ingreso para esos emprendimientos), sumado al concepto de poder efectuar donaciones a entidades de bien público locales (el Banco de Alimentos, Cáritas, la Cooperadora del Hospital Avellaneda, el Cottolengo Don Orione, FAI y FANN), genera una dinámica atractiva y beneficiosa, una sinergia que potencia lo programado.
Pero hubo voces que se levantaron en contra de esa gratuidad con el argumento de que conspira deslealmente contra aquellos espectáculos que cobran entrada. En el mismo sentido ya se realizaron planteos antes sobre otras obras producidas por el Ente, respecto de los espectáculos que se daban en el Centro Cultural Virla en el Julio Cultural Universitario a sólo $100 de entrada (se pedía además alimentos y artículos de aseo para donar al Hogar San Roque y se recaudaron 750 kilos) y a la obra de danza contemporánea “Ciudades invisibles-universos propios”, producida por el Teatro Nacional Cervantes en el teatro municipal Rosita Ávila.
Al respecto se pueden esbozar razonamientos tanto en coincidencia como en refutación al planteo de los artistas independientes. En el primer sentido, considerar lo gratuito como económicamente opuesto a los intereses de artistas que cobren efectivamente su derecho de espectáculo puede devenir irrefutable si se aportan números que así lo sostengan. Que alguien opte por un show o por otro según la disponibilidad de su bolsillo -en tiempos en que están flacos y todo ingreso es escaso- es una variable realmente posible.
Por el contrario, cuando se va a asistir a un recital todavía puede pesar más el gusto estético y la calidad de la propuesta antes que el dinero disponible. Muchos ejemplos hay de funciones gratis con escasa concurrencia y de costosas propuestas con platea llena. Si no interesa algo, el living de la casa pasa a ser mejor que estar en una sala.
Otro aspecto del debate roza lo semántico. Quizás el error originario sea usar el concepto de gratuidad: no se perciben ingresos para el Estado por las entradas pero sí hay un gasto. Los cachets artísticos, los honorarios de los autores y los costos de realización son sostenidos desde las áreas públicas constituidas por los impuestos que pagan todos los contribuyentes; en ese sentido, todos los ciudadanos (y no solo quienes van a presenciar un espectáculo determinado) están solventando al show. Definitivamente, muchos más que quienes lo presencian desde una platea. Hablar entonces de entrada sin cargo o de acceso libre serviría para despejar debates y aclarar realidades.