Hace un tiempo escribíamos para LA GACETA Literaria un artículo sobre la presencia del término “anomalía” en la literatura actual. Hablábamos de dos libros homónimos: el de cuentos del argentino Alan Talevi (Premio Luis José de Tejeda 2019, publicado por Editorial Municipal de Córdoba) y de la novela (Premio Goncourt) del francés Hervé Le Tellier. En fin: de aquello que la realidad no puede rotular como posible o aceptable, lo extraño que se cuela en los pliegues de lo cotidiano, lo acechante, lo dislocado.

Días atrás leía una reseña de Mauricio Koch sobre los cuentos de Pequeño catálogo de anomalías, del escritor y –sobre todo- artista plástico Marcelo Pelissier. El libro da cuenta de “un mundo incierto, oscuro: apocalíptico. Apocalíptico, sí, pero no en el sentido religioso del término sino en el sentido cósmico”, dice Koch, y plantea: “seremos nosotros como especie los que nos ocuparemos de llevar la situación al mismo destino. ¿Suena duro? Pues así es, parecen decirnos estos cuentos, que no vienen a redimir nada”.

Llegué a preguntarle a Samanta Schweblin sobre esta reincidencia en lo desconcertante, lo ominoso, citando un término alemán al que se refiere Freud, “das Unheimlich”: “lo familiar desconocido”. La pregunta era si, finalmente, lo anómalo es el mecanismo que mueve nuestros días. Decía Schweblin: “Creo que lo que mueve nuestros días es algo que yo leo como lo contrario a lo anómalo, es la intención de promediar, de parecerse, de permanecer, de estabilizar, de normalizar. Y creo que la literatura se trata de todo lo contrario, por eso mira todo el tiempo lo anómalo. Y esa búsqueda no la encarno solo en la escritura, también como lectora busco esto, creo que lo buscamos todos. Porque la literatura es siempre un gesto de avanzada, de intentar pensar y pensarse en lo que viene, en lo que pronto podría tocarte, y ese espacio de la ficción, de esa relativa ficción que supone cualquier ensayo de lo anticipatorio, es un espacio para entenderse y prepararse para eso que ya podría tocarte en cualquier momento”.

Volviendo a Koch: “al universo no le importa nada de lo que les pasa a las criaturas que pueblan este planeta”. Y al leer “criaturas” vino la sinapsis con animales.

Los animales actuales

A esa forma de vida, de la que algún modo venimos y de la que a cada paso nos alejamos, hacen alusión varios libros publicados últimamente, en su mayoría por autores jóvenes, en su mayoría premiados.

Pensemos en Animales, de Santiago Craig (Factotum, 2021), que, en palabra de Claudia Piñeiro, “pone el foco sobre ciertos animales para hablar de nosotros”. Hay osos, jirafas, perros, búhos, cebras, cisnes. En las de Federico Falco, Craig construye esos cuentos “con fijación animal, ojo para el detalle y una prosa minuciosa”.

Carlos Prahim publicó, a través de Indómita Luz, El pabellón de los animales domésticos, relatos en los que se mezclan, según escribió Sebastián Grimberg, una atmósfera bonaerense, cierto extrañamiento y la sensación “de que los personajes están siempre incómodos, con las situaciones y con ellos mismos”. El libro resultó premiado en el concurso Casa de las Américas en 2018.

La crudeza es uno de los motores de los cuentos de El mar de los lobos, de César Sodero (Alto Pogo, 2019, segundo premio de la Fundación El Libro del año anterior). El límite entre lo salvaje y lo urbano –más aún: lo humano- aparece entre caballos, perros, chanchos degollados, sapos y riñas de gallos, articulando de una manera notable belleza y violencia. Aquel animal que todos llevamos dentro.

El descenso a lo esencial

Como corolario, tomemos un cuento, ya no un libro: “Sección seis”, que da título al volumen de Juan Manuel Cortelletti publicado por Mil Gotas en 2021.

Un hombre de traje y corbata ingresa a su lugar de trabajo, atraviesa oficinas, desciende los pisos de un edificio a medida que va desnudándose, quitándose la ropa, la ciudad que lleva encima, hasta llegar a un bosque y a una laguna y, lanza en mano, dedicarse a la caza de animales. Un regreso a las fuentes, el antagonismo entre civilización y naturaleza.

¿Será que lo ominoso, lo desconcertante es este momento de la humanidad sea eso, su cercanía a las alturas de la razón y su alejamiento del subsuelo animal, primigenio, primordial, de esa forma de vida de la que de algún modo venimos y de la que, a cada paso, nos alejamos? ¿El duro destino de la especie, ese apocalipsis?

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Hernán Carbonel - Periodista y escritor.