Hay acciones que pueden cambiar el rumbo de la historia, para bien o para mal. Las situaciones límite obligan a tomar decisiones, que implican sobreponerse al miedo de equivocarse o apostar a la sensación de que lo que se hará es lo correcto. Los resultados y, en muchos casos el tiempo, darán su veredicto acerca de si fue acertado lo que se hizo. Hace 210 años, un abogado, devenido en militar, por el solo hecho de servir a un sueño de libertad, se hallaba en esa circunstancia.
En 1812, el poder central porteño le había ordenado retirarse desde Jujuy hasta Córdoba, si los realistas ocupaban Salta, como finalmente sucedió. El 3 de septiembre, el invasor español -bien pertrechado y con más de 3.000 hombres- cargó con éxito en las inmediaciones del río Las Piedras sobre la retaguardia del desvencijado Ejército del Norte, que apenas llegaba a los 1.500 soldados; la cuarta parte estaba herida y la artillería era mínima. Pese a los esfuerzos del teniente coronel Eustaquio Díaz Vélez, los realistas lograron apoderarse de dos piezas de artillería y tomaron prisioneros a un centenar de soldados. Pero Manuel Belgrano, que se hallaba cerca, contraatacó y puso en fuga al enemigo, tras matar a 25 hombres, tomar prisioneros, armamento y rescató gran parte de sus soldados capturados. Este enfrentamiento resultó importante para levantarle la moral a la tropa. Luego de la acción, el creador de la Bandera meditaba sobre sus próximos pasos. Las órdenes de Buenos Aires eran claras sobre la retirada a Córdoba, pero obedecerlas implicada dejar a todo el norte en poder del opresor. Se trataba de una difícil decisión. Cambió su ruta e hizo creer a los realistas que no se detendría en Tucumán.
Un grupo de vecinos tucumanos, encabezado por Bernabé Aráoz, fue al campamento de La Encrucijada a pedirle a Belgrano que se plantara en esta tierra y diera batalla. Él les dijo la cantidad del dinero y de hombres que necesitaba y ellos le aseguraron que aportarían el doble. “La gente de esta jurisdicción ha decidido sacrificarse con nosotros. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos, que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos”, escribió a Buenos Aires. Belgrano decidió dar batalla y derrotó a los realistas el 24 de septiembre de 1812. Sin duda, la Batalla de Tucumán fue fundamental en la lucha por la independencia. Si Belgrano hubiese obedecido las órdenes porteñas y se hubiese retirado con el ejército hasta Córdoba, nuestra provincia habría quedado bajo el yugo realista.
Algunas enseñanzas podrían rescatarse de esta victoria. Cuando vieron que sus vidas, sus pertenencias y su libertad, peligraban, el espanto a perderlo todo en manos del invasor, logró la cohesión de los tucumanos que se encolumnaron tras Belgrano. La victoria fue posible por la unión, el coraje y por la fe en la Virgen de la Merced, ante quien Belgrano se encomendó.
Nuestro país está atravesando una vez más momentos difíciles. La grieta social se ha profundizado, más aún con la proximidad de las elecciones, que saca a relucir todo tipo de miserias en una buena parte de los postulantes, que aspiran a llegar al poder a como dé lugar. De la boca para afuera se habla de dialogar, de buscar consensos para sacar al país de este grave atolladero económico y social en que se halla, pero los gestos, las acciones, muestran todo lo contrario, solo mezquindad. En el fondo ninguno está dispuesto a ceder algo. Las descalificaciones mutuas y de grueso calibre reflejan una intolerancia exasperante. ¿Somos acaso incapaces de dialogar, de unirnos? El seleccionado nacional de fútbol, por ejemplo, es capaz de hacernos deponer las diferencias y juntar los corazones tras la esperanza de un triunfo deportivo. ¿Juntarnos para desterrar la miseria, la desocupación, las constantes transgresiones a las leyes, la impunidad, la contaminación ambiental, la corrupción y para que sobre la base de la educación, surja una dirigencia que anteponga los intereses colectivos a los personales, es imposible?