Carlos Duguech
Analista internacional
No era extraño que el mundo se asombrara con el anuncio del 6 de octubre de 2019 del Comité Noruego del Nobel de la Paz, de que el recientemente asumido presidente de los EEUU, Barack Obama, fuera el distinguido. Las razones que abonaron ese otorgamiento abrían esperanzas legítimas sobre la gestión presidencial. Una de ellas, un discurso en Praga del 5 de abril de 2019. Apenas trascurridos 75 días desde aquella fría mañana del 20 de enero, en que juraba -sobre la biblia que utilizó Abraham Lincoln- cumplir el mandato de presidente “de América” (no de “Norteamérica”) de defender la Constitución”.
En Praga
Sí, para asombrarse, además, de que el presidente de la más poderosa potencia nuclear dijera ante una multitud en la “Ciudad de las cien torres” palabras esenciales nunca antes pronunciadas por ningún presidente norteamericano: “Así como estuvimos en el Siglo XX por la libertad, debemos permanecer unidos por el derecho de los pueblos de todo el mundo a vivir libres de temor en el Siglo XXI. Y como potencia nuclear –como la única potencia que ha utilizado un arma nuclear- los Estados Unidos tienen la responsabilidad moral de actuar. No podemos tener éxito en este esfuerzo si sólo podemos iniciarlo”. Las 30.000 personas que cabían en la plaza de la zona del castillo de Praga con entusiastas aplausos rubricaban las palabras de Obama. No se privó, además, de referirse a Irán, por entonces un peligro por su determinación de convertirse en potencia nuclear.
Ese discurso en el que el término “nuclear” se mencionó ¡40 veces! revela una intencionalidad concreta: la de instalarlo en la comprensión de sus destinatarios: los checos. Esas expresiones de Obama adquieren autonomía por lo inesperado en boca de un presidente del país poseedor del más grande arsenal nuclear del planeta. Y para reforzar la simpatía hacia su persona por los checos dijo: “Estamos hoy aquí por el Espíritu de Praga – por la simple y principal búsqueda de la libertad… Estamos aquí hoy porque 20 años atrás, la gente de esta ciudad tomó las calles para reclamar la promesa de un nuevo día, y por los derechos humanos fundamentales que le habían sido negados por demasiado tiempo”. Arreciaron esta vez aplausos más significativos. Se supone de agradecimiento por recordar la “Primavera de Praga” (1967). Un discurso de Obama que generó entusiasmo y emotividad entre quienes lo escuchaban.
En El Cairo
Entre otros asuntos que consideró el Comité Noruego del Nobel fue la visita de Obama a Egipto el 4 de junio de 2009 (135 días después de asumir como presidente).
Nunca antes el discurso de un presidente de EEUU osó incursionar en un territorio de conceptos, ideas y definiciones de índoles cultural y religiosa como las expresadas por Obama en la Universidad de El Cairo. Palabras dignas de ser esculpidas en granito en el frontispicio de esa universidad. “Es un honor para mí estar en la ciudad eterna de El Cairo, y tener como anfitriones a dos eminentes instituciones. Durante más de mil años, Al-Azhar ha sido un modelo de enseñanza islámica y durante más de un siglo, la Universidad de El Cairo ha sido una fuente de adelantos para Egipto. Juntas, representan la armonía entre la tradición y el progreso. Agradezco su hospitalidad y la hospitalidad del pueblo de Egipto. También es un orgullo para mí ser el portador de la buena voluntad del pueblo estadounidense y del saludo de paz de las comunidades musulmanas en mi país: salam aleicom. Esta última expresión que Obama la concretó en árabe (“La paz sea con ustedes”) es un hito de raigambre ético-cultural de inusitada valoración en boca de un “occidental americano” que empieza a gestionar su mandato en Washington, “la capital del imperio”. El discurso proseguía vertiendo conceptos nunca antes oídos: “He venido aquí a buscar un nuevo comienzo para Estados Unidos y musulmanes alrededor del mundo, que se base en intereses mutuos y el respeto mutuo; y que se base en el hecho de que Estados Unidos y el Islam no se excluyen mutuamente y no es necesario que compitan. Por el contrario: coinciden en parte y tienen principios comunes, principios de justicia, progreso, tolerancia y el respeto por la dignidad de todos los seres humanos”. Los otros temas abordados (Israel, Palestina, convivencia entre religiones, derechos de las mujeres, etc.) mostraban a un líder de paz y de amplia y justa concepción del tejido variadísimo que muestra a la Humanidad en sus mil rostros. Una pieza digna de imprimirse y ser divulgada como propuesta de convivencia pacífica.
Suecia y Noruega
La Real Academia Sueca de Ciencias y otros organismos específicos ligados a ella otorgan cada año los premios Nobel de Física, Química, Fisiología o Medicina, Literatura y el de Economía (sólo vigente desde 1968). Premios a quienes ya realizaron una obra en su especialidad digna del galardón. En cambio el Nobel de la Paz, que es otorgado por el Comité Noruego, es en rigor un premio para apoyar e incentivar las acciones de personas o grupos o instituciones que están por su accionar en camino de procurar la paz. Es un premio para impulsar esa tarea.
Dos frentes a la vez
Cuando en mayo de 2018 Donald Trump anuncia el retiro de EEUU del acuerdo nuclear con Irán, que tan laboriosamente se logró en 2015 en Viena con la participación de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania (Plan de Acción Integral Conjunto 5+1) genera la repulsa general de sus socios (a quienes traiciona, obviamente, sin previo aviso). Además, y para mayor escándalo, renueva las sanciones económicas contra Irán. Propio de Trump, de esa política exterior despreciativa y peligrosa, a la vez.
Uno podría imaginar que un único gobierno lo felicitaría a Trump. Sí Netanyahu, desde su gobierno en Israel. Nunca antes en la historia se realizó un acuerdo de semejante envergadura y con tan encumbrados países para cualquier propósito. Siendo por seguridad nuclear adquiere luminosidad por su inusitada naturaleza y la composición de los miembros acordantes.
Rafael Mariano Grossi, diplomático argentino, director general de OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) desde noviembre de 2019, fue “nuestro hombre en Teherán”, parafraseando el título de la novela de Graham Greene. Incansable, conocedor de cada paso del tratado y de sus posibilidades de que Irán vuelva al ruedo, sus viajes entre Viena y Teherán, fueron frecuentes. Resultado, además de otros factores (el presidente Biden de EEUU): revivió el tratado, con sus magulladuras y desconfianza por simientes sembradas por Trump.
El otro frente que fue el escenario cumbre del director general Grossi estaba yuxtapuesto: Ucrania y Rusia. La diaria preocupación de Grossi por la seguridad de la central nuclear más grande de Europa, Zaporiyia, le llevó a decir que “está fuera de control”, derivado de acciones de la guerra de conquista de Rusia en Ucrania.
En San Petersburgo Putin recibió a Grossi el 11 de octubre. Diálogo a solas, directo. Grossi esforzándose por acordar con Putin una zona de seguridad para la central de Zopiriyia, La única forma de evitar un “Chernobil” aún más dañoso. Esa gestión del diplomático argentino junto a la que lleva en simultáneo con recomponer el diálogo de los 5+1 con Irán, supera las exigencias que se tienen que valorar de alguien un actividad concreta por la paz del mundo. He ahí la razón de gran peso para sostener que Rafael Mariano Grossi se hace merecedor, sin observaciones, del Premio Nobel de la Paz.
(*) Obama, vale decirlo, cuando le anunciaron el premio dijo que “era un galardón no merecido”. Ya en Oslo, en plena ceremonia: “lo recibo con humildad y gratitud”.