Es una espada en el corazón cuando veo cómo la gente quiere obtener la segunda ciudadanía por motivos egoístas y no por motivos que corresponden, lo cual desnaturaliza por completo la idea de la ciudadanía por el Ius Sanguinis. Quiero explicar lo que digo: usar el Ius Sanguinis es un derecho pero sobre todo un deber; la persona que lo aplica no lo debe hacer porque le va mal en su país de nacimiento y recién se acuerda que puede tener otra ciudadanía (es mi parecer que Italia, España, etc. no debieran otorgar las ciudadanías por este motivo; es una pena que se llenen de ciudadanos por conveniencia y no por amor al terruño de sus antepasados que con tanta generosidad los alcanza) sino porque realmente le corresponde asumir la otra ciudadanía que le corresponde, es decir por amor a la otra patria y ejercer, por supuesto el deber del voto, etc. Esto conlleva a que así como el padre o la madre va al Registro Civil Argentino ni bien nace el bebé, debería ir simultáneamente al consulado que le corresponda o bien hacer los trámites de traducción y enviar el acta de nacimiento (legalizada, traducida, etc.) a su pueblo de origen para que un familiar ahí haga los trámites. Esto es demostrar que el segundo país es también su país cumpliendo todo lo estipulado como aquel nativo de dicho país y no teniéndolo “como una carta bajo la manga” para cuando le haga falta. Digo todo esto sabiendo que se puede hacer, porque mi abuelo, Giuseppe Viggiani, hizo los trámites de mi ciudadanía apenas le llegaron los papeles y la de mi mamá apenas cumplieron con papá los 3 años de matrimonio requeridos para obtener la ciudadanía.
María Isabella Viggiani
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