El ilustre sanjuanino explicaba al sonrojado maestro, la importancia de los signos de puntuación en la escritura. “El maestro dijo, ‘el inspector es un burro’. ¿Le parece a usted lo mismo que ‘el maestro, dijo el inspector, es un burro’ ”? Y solo había cambiado de lugar una coma y agregado otra. Mucho se habla de la falta de comprensión de textos en educación. Tal vez por ignorancia supina, por agotamiento psicofísico, por el intento de surfear virtuosamente nuevas realidades como el lenguaje inclusivo, se abandonan las aguas más calmas de la lengua cervantina. El evento de la Copa Mundial de futbol FIFA (aunque nada hay menos eventual que estadios con aire acondicionado u hoteles con cientos de estrellas construidos en ocasión del mismo) es una oportunidad para recuperar algunos palotes olvidados en cuadernos amarillos. Que nuestros jóvenes sepan que en esta simulación de la guerra (con ataques y defensas, con bombardeos de centros, con uniformes y arengas, con maniobras de distracción, con pelotazos que son bombazos y arqueros que se convierten en héroes) se van a entonar los himnos, como en cualquier ejército que marcha patrióticamente hacia el frente de batalla; puede ser una oportunidad única para que aprendan esos primeros conocimientos que se fugaron sin aviso. Si así sucede, nos animaremos a desterrar propagandas de cervezas con sus tarareos guturales y podremos recuperar la letra y el sentido originario que le dio a la canción patria Alejandro Vicente López y Planes. Desde comienzos del siglo XX, se enseña en las escuelas (¿se enseña?) una versión acotada del Himno Nacional, eliminando párrafos que pudieran ofender al concierto de Naciones que en su momento no tuvieron vergüenza para ejercer su dominación imperial. En el último párrafo dice “coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir”. Una disyuntiva donde claramente sabría dónde pararme y aspiraría a vivir gloriosamente antes que nada. Sin embargo hay algo de tanatofilia en los argentinos que no contentos con exclamar a los gritos ¡O juremos con gloria morir! , lo repiten un par de veces más por si alguien no escuchó. “Da lo mismo vencer, que hacer gloriosa la derrota”, escribió Unamuno, y muchos compatriotas están convencidos de que nuestro destino es convertir en épica cada derrota y poder atribuirla a una conspiración universal, a algún entuerto de los dioses del Olimpo, cuando no es posible darle encarnadura humana, pues de lo contrario ya estaríamos juntando ramitas para cocinar al chivo expiatorio. Para otra ocasión, tal vez otra Copa Mundial o Juego Olímpico, quede el explicar el origen de los colores de otros símbolos nacionales o ¿Por qué un Dios incaico se encuentra en nuestra bandera y en la moneda de un peso? Hoy, como ayer, el desafío es el mismo, lograr tener una vida gloriosa, o cuando menos digna de aquellos que alumbraron la patria y para ello siguen retumbando en Los Andes que acunaron su infancia las palabras de Sarmiento: “Educar al soberano”.
Miguel Ángel Reguera
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