Daniel Balderston ha dedicado sus días a la envidiable tarea de estudiar ciertos aspectos de la obra de Jorge Luis Borges; particularmente, las características de los borradores o esbozos que Borges desarrollaba antes –y, en algunos casos, también después- de la edición de sus trabajos. ¿Qué método seguía Borges para elegir las palabras justas en cada uno de sus textos? ¿Cuán profunda es la relación entre sus lecturas y su obra? ¿Hasta dónde llegaba ese deseo de continuar escribiendo variaciones aun de textos ya editados? Gracias al acceso a manuscritos y a borradores intervenidos por la mano misma de Borges, Balderston comparte documentación que sacia los deseos del fetichista ansioso por comparar la caligrafía del genio en las diversas etapas de su vida, así como el interés del curioso que descubre la historia detrás de la elección de un término o del título de un ensayo.
El Método Borges no es un ejercicio carente de metodología. Hay un marco teórico académico (“la crítica genética”) que Balderston conoce a la perfección. El mérito del autor –al menos uno de ellos- es no apartarse de aquél tras la búsqueda de un estilo menos arduo en algunos pasajes: donde se requiere precisión y terminología de aula universitaria, ella aparece, recordando que hay ideas que se destruyen si intentan simplificarse.
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