NOVELA
EL VERANO EN QUE MI MADRE TUVO LOS OJOS VERDES
TATIANA TÎBULEAC
(Impedimenta - Madrid)
“Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba junto a la puerta como una pordiosera”. Así comienza una novela de amor. De un amor contrariado, lleno de resentimiento. Los primeros capítulos se cocinan a fuego alto en cantidades casi insoportables de odio y rencor. Aleksy, el narrador, es un artista consagrado. Tiene un problema de sequía creativa y recurre a un analista. Allí rememora el verano que pasó con su madre, en un pueblo de la campiña francesa, tras salir de la institución psiquiátrica inglesa donde estaba internado. Era un adolescente con problemas de conducta que detestaba a su madre. El producto de una familia de migrantes polacos desintegrada: su hermana murió, el padre alcohólico los abandonó y su madre lo ignoraba: “ni amado, ni deseado, ni desechable …” Las frases hirientes se suceden sin anestesia, por momentos destilan verdad: “…éramos unos despojos humanos - pólipos y quistes, y encima extirpados-, pero teníamos las pretensiones de unos riñones y un corazón.” En otros, fina observación: “cuando tienen dinero, a los enfermos psiquiátricos se les llama excéntricos.”
En una primera lectura, ese odio áspero resuena impostado y hasta exagerado. Por otro lado, al analizar cuidadosamente las costuras de la novela, tanta crudeza parece funcionar como un truco narrativo, un gancho para atrapar al lector. Los párrafos iniciales son una golpiza y se vuelven asfixiantes. Pero funcionan. La ferocidad en la narración es muy necesaria para establecer el contraste con el proceso de redención posterior.
Redención y aprendizaje
Hay una mirada sobre la maternidad. La desacraliza, la pone en la piel de una mujer con muchas fallas de carácter. Cuenta todas y cada una de sus flaquezas. Nos recuerda, con vehemencia, que la maternidad se da también en contextos familiares destruidos. Expresa esa realidad sin condescendencia: una madre que no ha sido amada, que no ha cumplido sus sueños, y que, al perder a su hija, se sume en una situación insostenible.
El odio mutará lentamente en dependencia y luego en una forma de amor disfuncional, cuando la madre le confiese a Aleksy que ella sufre una enfermedad terminal y que el verano que empieza será el último que pasarán juntos. Comienza la redención y el aprendizaje. Madre e hijo esperan la muerte como si se tratara de un alumbramiento. En esa espera, sin solemnidad, empiezan a reencontrarse. Aquí la autora narra escenas sin demasiada acción, pero con descripciones potentes y emotivas. Abunda en comparaciones, todas relevantes, de mucha belleza, líricas por momentos.
Es una novela llena de imágenes que buscan provocar una reacción emocional. Toca todas las fibras de una relación filial: amor, muerte, perdón, frustración, silencios. Se mete sin concesiones con traumas familiares que a veces se barren bajo la alfombra: cuando se produce una pérdida, muchas veces cuesta reaccionar como familia; el dolor debería ser un sentimiento que una a las personas, pero termina por separarlas; la falta de amor también se hereda.
La traducción de Marian Ochoa de Eribe es excelente. La prosa fluye y se organiza en capítulos cortos. Entre los capítulos hay unas viñetas poéticas. Un remanso en forma de versos. Son como descansos en un camino de subida. Alivian al lector de la gran tensión narrativa y emocional que tiene la novela.
Un tiempo imposible
La autora nació en Moldavia. Vive actualmente en Francia. De chica en su casa se hablaba en ruso. Escribió la novela en rumano, describe el verano francés de una atribulada familia polaca que emigró a Inglaterra. Toda esa mezcla de nacionalidades, culturas y lugares se percibe en un relato insertado en el tiempo de la memoria del narrador, un tiempo imposible y sintético.
Tatiana Tîbuleac declaró que escribió la novela en dos meses. “Me sentaba por la mañana, sin moverme, sin comer, como si estuviera abducida”. ¿Tiene este arrebato creativo algún valor literario? Por un lado, al final de la novela cuando termina el flashback del narrador, hay un par de personajes sobre los cuales hubiera sido deseable un desarrollo posterior. El apuro los dejó flotando, sin destino. Por otro lado, sin ese apuro, la novela hubiera perdido esa brutalidad tan necesaria para mostrar la transformación de Aleksy y su madre, personajes muy infelices en sus universos paralelos. Bienvenida, entonces, la urgencia en la escritura.
PERFIL
Tatiana Tîbuleac nacó en Chisináu (Moldavia) en 1978. Es escritora, periodista y traductora. Fue conductora de televisión y columnista de uno de los principales diarios rumanos. En 2014 publicó el libro de relatos Fábulas modernas. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, su primera novela, fue un boom literario en Rumania. Recibió distinciones de la Unión de Escritores Moldavos y la revista literaria rumana Observator Cultural.
Elio Rodríguez Marquina