CRÓNICA
COSMÓPOLIS
FABIÁN SOBERÓN
(Modesto Rimba – Buenos Aires)
Cosmópolis en lo formal es un libro de crónica de viajes. Desde Heródoto hasta Antonio Tabucchi y Claudio Magris, las crónicas de viajes vienen siendo uno de los clásicos más frecuentados por la literatura universal. Este caso parece no ser la excepción. Pero taxonomizarlo de esa manera supone un camuflaje que esconde el verdadero tesoro textual. Mirándolo más detenidamente, la estructura semeja a entradas de un diario anárquico y sui generis que presupone el registro de los apuntes de las vivencias diarias del autor, mientras abre los ojos con asombro hacia las piojerías que encuentra diseminadas a lo largo de calles, avenidas y parques; trenes, subtes y buses. La ciudad vertical, con sus torres apuntando hacia las nubes, a Soberón no le interesa. Desecha la mirada panorámica que ofrecen los drones para escudriñar en lo bajo, oscuro y abyecto que Nueva York regurgita de sus entrañas, empachada de tanta opulencia. Lo horizontal, lo sinuoso y lo larvado son sus circuitos elegidos para una frenética búsqueda indefinida y librada al albur de lo que le deparen sus pasos. Los 85 textos breves, verdaderas breviatas , desfilan ante los ojos del lector como estampas donde quedan ilustrados episodios y testimonios banales de personajes magros, insulsos o derrotados, con un ritmo que nunca da tregua. La estampida de palabras no hace otra cosa que proteger la congoja que subyace en el fondo de lo escrito.
Intercalados entre las breviatas, aparecen poemas de urgencia y textos que parecen traspapelados, fuera de foco, como es el caso de un miniensayo sobre el encuadre de la pintura y la foto. Mientras, se va dibujando sutil, en sordina, el barrunto que le preocupa, la fugacidad de la vida, la evanescencia inasible de la felicidad, la muerte demoledora. Los partícipes necesarios son Bruno y Catalina: “Mis hijos no saben / que no soy un hombre fuerte / Soy más débil que una hoja / al viento/ y me quiebro en cada esquina / de la edad”. “Cómo explicarle a mis hijos / que sólo soy un sobreviviente […] Sólo soy un vencido. / La muerte gana todas las batallas”.
La ternura también se hace presente cuando presintiendo la soledad infinita en la “Babilonia protestante” les envía sendos mails a Chris Kraus, Philippe Claudel y Stephen Dixon preguntándoles si vienen por Nueva York. En el fondo, Soberón necesita compañía y casi que la pide a gritos. En el recorrido de las páginas aparecen personas que cumplen algún tipo de ese rol de compañía. Esas son Mariza Bafile, Gy Mirano y, muy destacadamente, Renán Darío Arango, el fotógrafo colombiano, oriundo de Barranquillas. El que lo tuvo a tiro de objetivo a John Lennon para fotografiarlo en la avenida Lexington y, nunca sabrá por qué, quedó inmovilizado, mientras Lennon continuaba sus pasos hacia el edificio Dakota. Hasta que al final, al poco tiempo, el 8 de diciembre de 1980, el tiro se lo terminó dando Mark Chapman. El protagonismo de Arango se hace palpable a lo largo de todo el libro. Es el ángel guardián de Soberón. Y hasta su Virgilio en el infierno yanqui.
En el medio hay una escapada a San Juan de Puerto Rico. El anfitrión es Edgardo Rodríguez Juliá. En una charla de café Juliá aconseja a Soberón: “...el mundo de los escritores es un sistema implacable de jerarquías regido por la mera idea de fama. La línea vertical es indisoluble y vana. (…) te voy a dar un consejo de viejo. La fama no importa. Lo único que importa es la escritura. Cuando menos buscas a la fama, llega. Y si no llega es mejor, pues así tienes más tiempo para escribir”.
Las breviatas, en general, no representan en su totalidad la verdad objetiva. La carga subjetiva de quien las escribe hace que los textos traduzcan una mirada sugerentemente impresionista. En síntesis, Cosmópolis es el diario impresionista de un viajero descalzo.
Pero todo lo desarrollado en las episódicas breviatas son sólo pretextos, un montaje escenográfico para enmarcar y reconducir el verdadero argumento: hacer oír el rugido del grito mudo atragantado. Mejor que lo diga Soberón: “Notas sobre una imposibilidad se podría llamar este libro. ¿Por qué hacer algo que está destinado al fracaso?”
© LA GACETA - Jorge Daniel Brahim