Entre la figuración y la abstracción o el dibujo y la pintura, ese entre define lo inestable, el desequilibrio. Un arte que no afirma ni niega; en el que las asociaciones son libres, lícitas o ilícitas. El entre es esto y aquello, a la vez; arte y artesanía. No es casualidad que la nueva figuración de los 60 en la Argentina pueda encontrarse tan distante y con otros nombres en los 80, en Italia con la transvanguardia o el neoexpresionismo alemán. La potente gestualidad es, igualmente, una recuperación de lo manual de estos movimientos. Tal vez por el placer de ensuciarse las manos con la misma materia.
El entre es un operativo de deconstrucción. La teórica argentina Rosa Ravera había señalado ya, hace décadas, ese abordaje para las pinturas de Noé, De la Vega, Macció o Deira, en un texto de los 70.
Carla Grunauer tiene bajo perfil, pero desde hace un lustro sus obras comenzaron a circular internacionalmente: tuvo una participación en un colectivo en la Documenta de Kassel (de 2022, el evento más importante del mundo); la feria de ARCO (España) y la de Dubai, más recientemente, a través de galerías que la invitaron o de curadores internacionales. Por estos días se encuentra en Perú inaugurando una exposición.
Ella aclara que su obra ha viajado más por el mundo, y afirma que afuera, la escena argentina es más mirada y reconocida. Importa tener en cuenta qué repercusión tiene su arte, más allá de su participación en el mercado internacional. De qué se trata, cómo se expresa.
Grunauer reside en Buenos Aires y cuando se le pregunta sobre si integró la “legión tucumana” que se trasladó allí en la primera década del siglo, cuenta que cuando llegó desde la provincia ya muchos estaban allí. Entre los audios, textos y conversaciones telefónicas piensa que hay una mirada federal en los últimos años intentando generar visibilidad. Y en un par de oportunidades asegura que Buenos Aires le parece fascinante en muchos sentidos.
En una entrevista con LA GACETA la artista recuerda la primera década de este siglo en Tucumán, una escena con grupos como Gente No Convencida o Los Pasteles Rojos, espacios como El Rancho, sus estudios en la Facultad de Artes, el happening y la performance; El Ingenio, la música del dúo de Belén Romero Gunset y Soledad Alastuey, o la de Max Lowrey, con los “karaokes del amor”. “Es una escena en la que crecí y no sé si hay ciudades así. En la Argentina es muy importante en lugares como Mendoza, Córdoba, Salta, Rosario y aquí en Buenos Aires”, cuenta.
- ¿Cómo es tu proceso de trabajo?
- Mi proceso de trabajo es como un círculo, porque paso de la pintura al dibujo y retomo ese camino. Sí hice algunas piezas escultóricas en yeso para la muestra “Las oferentes”, en el Museo de Arte Moderno, porque además, se trataba de un laboratorio experimental. Me pareció muy interesante porque llegué a lo tridimensional; es como que las pinturas ya pedían volumen. Poder convivir con estas piezas fue bueno porque tenían una escala de mediana a grande, pero además fue un alivio, es un trabajo más a largo plazo. Las pinturas tienen un proceso que requiere más rapidez, fluidez, con trazos largos. Fue una experiencia increíble para mí, me dio contención y un espacio distinto, un tiempo diferente. A partir de allí comencé a explorar con respecto al volumen. Me detengo en el desarrollo de técnicas particulares de ejecución que combinen materialidades contemporáneas con prácticas tradicionales de oficio, creando mixturas y bordes permeables entre pintura y dibujo, abstracción y figuración, cuerpo y arquitectura.
- Entonces, ¿de qué trata tu arte?
- Hay una fuerte representación en torno al cuerpo y sus relaciones con eso muy cotidiano y mundano, hasta desde la propia explotación; son estos temas los que atraviesan mi obra: una serie de relatos en torno a la deriva de estos cuerpos, que también está en contacto con lo erótico, con lo sensual. Está muy influenciada por el arte que vi de los 80, pero igualmente hay una fuerte intención de mi obra con explorar técnicas particulares y propias de ejecución, en el soporte por ejemplo, tengo un especial interés con los ingredientes químicos, como te dije. Con el poliuretano como soporte hago una preparación en la que paso horas.
- Concretamente, ¿qué de los 80 que aquí se conoció a principios de los 90, acaso la transvanguardia italiana?
- No sé qué tan directo es el link con ese movimiento, pero si me enganché mucho con Francisco Clemente (NdelaR: uno de sus integrantes), me enamoré de su trabajo. Cuando ingresé a la facultad fue el año 2000, un año en el que murió Ezequiel Linares, vi imágenes de Daniel Rivadeo y de Myriam Holgado, sobre todo el horror que nos pasó con la dictadura y el sida, todo muy heavy. Identifiqué eso con la nueva figuración, y creo que se vuelve a instalar, lo veo en el arte contemporáneo, está en mi imaginario. Tal vez sea una fantasía pero es como que la tengo a mano todo el tiempo.
- ¿Cómo manejás el tema de que, casi como una condena, seguirás siendo la artista tucumana donde te encuentres, así como los de Buenos Aires en Europa son los artistas argentinos?
- Depende de cómo uno se muda de ciudad. Buenos Aires es fascinante en muchos sentidos, también vine a ampliar mi formación y fue enriquecedor para mí. Mi obra ha viajado más que yo, pero pude observar que aquí se resuelve con lo que se tiene y bien, y eso es un valor, pero claro, no significa defender la precariedad de los trabajadores. Hay una obra poderosa en Latinoamérica que se sostiene pese a la falta de recursos. La escena argentina afuera es muy mirada.