Esta es la historia de un hombre que llevó a sus hijos a jugar al parque 9 de Julio un domingo a la tarde y terminó siendo el fotógrafo que captó un crimen en el instante mismo en que atacó el asesino. Al accionar su cámara, nunca imaginó que aquel episodio iba a cambiarle la vida para siempre. A las cuatro de la tarde del 23 de junio de 1968, Gerardo Carlos Gramajo tomó una seguidilla de imágenes, en blanco y negro como era en aquel tiempo, mientras otro hombre a pocos metros, dominado por la ira, gatillaba su arma de fuego tres veces en medio de una discusión familiar a plena luz del día, en un sitio repleto de niños que jugaban, y familias que disfrutaban del aire libre, tal como suele suceder cada domingo en el parque.

Hoy en día tal vez sea más usual que un hecho quede registrado por alguna de las tantas cámaras de seguridad en la vía pública. A fines de los años 60 esa posibilidad era casi remota. Gramajo tenía 30 años, un cargo de director de escuela en Las Tacanas, y era un aficionado a la fotografía. Aquella tarde, alrededor de las 16, llevó a sus hijos María del Carmen Gramajo (cinco años) y Daniel Gramajo (tres años) a la zona de los juegos. Su esposa se había quedado en la casa con su tercera hija recién nacida.

Todo era risas y bullicio de chicos que jugaban al aire libre hasta que, de repente, se desató la tragedia. Margarita Bellomío de Hernández estaba con sus dos hijos y su madre a pocos metros de Gramajo, en la misma zona del parque. Un hombre, que más tarde sería identificado como Francisco Hernández, llegó furioso al lugar y empezó una discusión. Hacía poco que Hernández y Bellomío se habían separado.

55 AÑOS DESPUÉS. María del Carmen Gramajo.

Todo sucedió muy rápido. Apenas unos segundos antes de la discusión, Gerardo Gramajo tomó una foto a su pequeña María del Carmen que sostenía su algodón de azúcar con la mano izquierda. En esa imagen se percibe el ambiente de un típico domingo de familias que disfrutan en tranquilidad el día al aire libre. Sin embargo, en el siguiente fotograma, como en una escena de película de suspenso, puede verse el instante previo a la tragedia. El fotógrafo toma una foto a su hijo Daniel que muerde el dulce de azúcar y detrás aparecen más personas en un banco de cemento. En ese grupo están los Bellomío y Hernández, el matador enfurecido. Hernández llegó acompañado por un amigo y empezó a increpar a su ex mujer y a su ex suegra. El hombre gritaba que no lo dejaban ver a sus hijos. En ese momento pasaba por el lugar un tío de Margarita, el hombre que después sería identificado como José Bellomío, y que llegó a intervenir en el incidente. Según los testigos, Bellomío tomó por detrás a Hernández y luego de un breve forcejeo se escuchó un disparo. Bellomío cayó al césped y tenía sangre en el abdomen. Estaba en el piso y el asesino le disparó dos veces más. El estruendo de los disparos paralizó a los niños entre los toboganes y los bancos.

ESCALOFRIANTE. El fotógrafo Gerardo Gramajo captó los momentos clave del ataque en el parque 9 de Julio.

Gramajo se dio cuenta del incidente y giró el lente hacia el grupo. Sin dudarlo presionó el obturador de su cámara Bessamatic, de origen alemán, que cargaba un rollo de 126. El asesino se dirigió hacia su suegra, que protegió a los niños y corrió a buscar refugio entre los árboles. El fotógrafo registró la imagen de la mujer desesperada, mientras envuelve con sus brazos a los nietos. Con la cámara en mano volvió a girar hacia donde seguía el tumulto en el que estaba el atacante. Otra vez, en cuestión de segundos, Gramajo presionó el obturador. En ese instante clave, el amigo de Hernández, a quien la Policía identificó más tarde como Orlando Vicedo, se abalanzó sobre él, logró reducirlo, le quitó el arma de fuego y huyó rápido. Los testigos dijeron que mientras se alejaba del lugar le gritaba a la suegra: “yo le dije que estaba exaltado”.

REGISTRO DE FOTOS. Los cuatro primeros fotogramas que captó Gerardo Gramajo (aficionado a la fotografía hasta esa fecha). De la serenidad y la inocencia de los niños que juegan en el parque a la tragedia, en un instante.

Una vez desarmado, Hernández sufrió un ataque de nervios y cayó desmayado sobre el césped. Mientras tanto, Bellomío fue llevado al hospital, donde se dio otra increíble situación. En la guardia del Centro de Salud se vivieron momentos desgarradores, de intenso dolor, porque la víctima fue recibida por su propio hijo, que era practicante de Medicina, y estaba cumpliendo su turno de guardia en el hospital. Según fuentes policiales de aquel momento, Bellomío había llegado sin vida a la sala de quirófano.

El rollo de la cámara

Pasaron más de 50 años de lo que se conoció como “El crimen del parque”. Una vez que terminaron los disparos, los gritos y las corridas, un testigo le recomendó al fotógrafo Gramajo que llevara el rollo de fotos a LA GACETA. En la redacción del diario, el departamento Fotografía, reveló las imágenes que se publicaron al día siguiente en la edición del lunes 24 de junio de 1968.

Las fotos eran estremecedoras y los tucumanos se conmovieron con las circunstancias del crimen. Las repercusiones crecieron con el diario del lunes y todo el mundo se preguntaba quién había tomado las imágenes. LA GACETA anunció que el autor había sido Gerardo Carlos Gramajo, de 30 años, y que “en razón de su espíritu periodístico” se decidió premiarlo con una recompensa en efectivo y una medalla de oro por su “Vocación Periodística”. Aquella fue la primera vez que se entregó ese premio y así quedó instituido oficialmente en los años sucesivos. El 4 de agosto de ese mismo año 68, durante los festejos del 56° aniversario del diario, el entonces director, Enrique García Hamilton, le entregó la distinción a Gramajo.

PREMIO. Enrique García Hamilton felicita a Gramajo y a su esposa.

Más de cinco décadas después, María del Carmen Gramajo, la niña que posaba en la foto con un algodón de azúcar, mientras detrás se desataba la furia de Hernández, habló sobre aquella tarde en el parque 9 de Julio. “Mi papá estaba nervioso –rememora-. Nos abrazó fuerte, me acuerdo; era como que nos envolvía a mi hermano y a mí, porque hacía frío”, detalla.

MEDALLA DE ORO. El premio para Gramajo.

Aquella niña de la foto en blanco y negro, hoy en día es una madre de dos hijos, se recibió de maestra jardinera, pero nunca ejerció esa profesión y dedica su vida a la actividad comercial. Aquellas imágenes que captó le cambiaron la vida a la familia Gramajo. Luego del premio a la Vocación Periodística, LA GACETA le ofreció la corresponsalía de Rosario de la Frontera. Aceptó la propuesta laboral; dejó el cargo de director de escuela, se mudó con la familia y cambió todo para ocuparse de la cobertura periodística en el sur de Salta. “Tenía una oficina toda vidriada -dice María del Carmen-; era otra vida, porque pasamos de una zona campestre a una zona urbana como Rosario de la Frontera”.

FIESTA. En 1970 abrió la corresponsalía en Rosario de la Frontera.

Hasta el momento del crimen, Gramajo había sido un aficionado a las fotos, pero una vez que empezó a trabajar en la corresponsalía, estudió periodismo, fotografía y laboratorio. Empezó a revelar las imágenes y a enviarlas al diario. Con el paso de los años también se convirtió en corresponsal de la revista “Corsa” (especializada en automovilismo), de la revista “Gente” y, más adelante, fundó el diario “El Portal”. Murió joven, en 1981, cuando tenía 44 años.

Al asesino le decían “Paco”. Su nombre completo quedó registrado como Francisco Julio Bernardo Hernández, de 32 años, de profesión perito agrónomo. Durante el juicio, el homicida explicó que por una hermana suya se enteró de que su cónyuge estaba en el parque con los chicos y la suegra. Fue al lugar con un revólver calibre 22 largo, que tenía siete proyectiles. “Estaba ofuscado -diría Hernández ante el juez, un año después del crimen, mientras estaba sentado en el banquillo de los acusados-. Dijo que había tenido una discusión con su mujer (Margarita Bellomío), a quien le pegó varias cachetadas y con su suegra, a quien le aplicó dos puntapiés.

EL HOMICIDA. “Paco” Hernández tenía 32 años cuando cometió el “crimen del parque”, en 1968.

Fueron apenas unos segundos para tomar la decisión de apuntar con la cámara o guardarla. Involucrarse a través de la lente o bajar la Berssamatic. Los fotógrafos profesionales saben que, en la vida real, un fotograma es un segundo irrepetible. Queda registrado para siempre o pasa inadvertido. Es un instante único. En ese momento fue cuando Gramajo presionó el obturador mientras apuntaba al tumulto. Los insultos seguían. Margarita lo trató de cobarde y lo desafió a que se quedara hasta que viniera su padre “para arreglar cuentas”. En medio de los gritos, a muy pocos metros, en la calle, José Bellomío estacionó su auto y se bajó para reencontrarse con su familia. Allí tomó en cuenta la situación tensa que se vivía con su sobrina Margarita y su sobrino político, “Paco” Hernández. Le quedaban apenas unos minutos de vida. Intervino y recibió dos trompadas en el estómago que lo tumbaron al suelo. Casi de inmediato, Bellomío se incorporó y llevó ambas manos a la cintura, pero fue para arreglarse los pantalones y no para sacar un arma, como pensó Hernández. Casi de manera instantánea, el atacante hizo los disparos que hirieron en el abdomen a Bellomío. Luego el asesino se dirigió hacia su esposa, mientras su suegra resguardaba a los niños. Bellomío se reincorporó a pesar de estar baleado de muerte y se arrojó sobre el atacante, en procura de desarmarlo y proteger al resto de la familia. Recibió un tercer disparo. Luego cayó para no levantarse más hasta que fue trasladado al Centro de Salud.

En la sala de juicio, Margarita Bellomío reconstruyó la escena. Detalló que estaba con sus hijos y otros familiares cuando, de repente, llegó su ex esposo con una actitud violenta y empezó a insultar. “¡Qué hacés aquí, infeliz!”, le gritó Paco Hernández. El 4 de diciembre de 1969, un año y medio después del asesinato, el juez del crimen de la segunda nominación, Jacinto Cámara Griera, determinó que no correspondía aceptar el argumento del “estado de emoción violenta”, ni de “legítima defensa”. Lo declaró autor de homicidio simple y lo condenó a ocho años de prisión. Para el fiscal Julio Mauro Sosa, apeló el fallo al considerar que el homicida debió ser condenado a 10 años de cárcel.

El asesino estaba en la cárcel de Villa Urquiza, cuando al año siguiente, en abril de 1970, el fiscal de Cámara Luis Rodolfo Argüello pidió una reducción de la condena por considerar que actuó “bajo emoción violenta”. Cinco meses después, el 2 de septiembre de 1970, la Cámara de Apelaciones en lo Penal le redujo la condena a cuatro años. Al salir de la cárcel se fue del país.

Mientras tanto, el fotógrafo Gramajo comenzaba su trabajo en la corresponsalía en Rosario de la Frontera. Empezaría a perfeccionarse en el arte de la fotografía y, más adelante, aprendería a revelar sus propias fotos para enviarlas a la redacción de LA GACETA. “Cuando pasó todo esto -dice ahora María del Carmen Gramajo, 55 años después-, mi papá nos llevó al auto rápido y volvimos a la casa de mi abuela, en el pasaje Centenario. Seguía nervioso -rememora- y le contaba a mi mamá lo que había pasado. Con el paso de los años, eso era motivo de conversaciones en las reuniones familiares y así pudimos dimensionar lo que había sucedido”.

Margarita Bellomío murió joven, el 28 de marzo de 1989.


* Las fotos del “Crimen del parque” fueron rescatadas del Banco de Imágenes del Archivo de LA GACETA por Jorge Olmos Sgrosso. Luego, como una madeja de hilo que se desenreda con paciencia, empezó la búsqueda de los protagonistas de este trágico episodio.