Incidentes en Santiago del Estero: amenazas, bastonazos y el peor desenlace posible

El detalle, minuto a minuto, de lo sucedido fuera del estadio y de la agresión a LA GACETA.

PASÓ DE TODO. El operativo policial fue un fracaso; los controles que empezaban a escasos metros del estadio formaron varios embudos, donde hubo represión. la gaceta / fotos de franco vera (enviado especial) PASÓ DE TODO. El operativo policial fue un fracaso; los controles que empezaban a escasos metros del estadio formaron varios embudos, donde hubo represión. la gaceta / fotos de franco vera (enviado especial)

Son las 13.30 y desde afuera del estadio ya se puede escuchar con claridad el bullicio de los hinchas “decanos” proveniente de las entrañas del imponente “Madre de Ciudades”. En las inmediaciones el movimiento es incesante: los tucumanos invadieron Santiago y el clima se va poniendo cada vez más espeso, porque falta poco menos de una hora para el inicio del partido y los controles en los ingresos comienzan a desbordarse.

Hasta que se produce la primera corrida de la siesta santiagueña: un grupo de mujeres aparece con los ojos rojos y sufriendo arcadas. “Le tiraron gas pimienta, conseguime agua para los ojos”, implora Rubén Ledesma, mientras su novia, Gisel, se esfuerza para contener el vómito. Falta media hora para el partido y la situación no pinta bien. Ese pedido de auxilio de Gisel es el primer aviso de que el panorama puede incluso empeorar.

14.05. Desde avenida Roca Norte se viene una avalancha de hinchas que enfilan hacia el acceso Sur del estadio, pero llegan a un vallado donde se forma un embudo en el que nadie puede avanzar. Hay corridas, gritos, empujones y disparos al aire. Los niños lloran. Las mujeres levantan las manos y corren. Un hombre pasa con la cabeza totalmente ensangrentada. Un joven acompaña a una señora mayor que llora por los efectos del gas pimienta.

HERIDAS EN LA CABEZA. Muchos hinchas tucumanos fueron reprimidos.  HERIDAS EN LA CABEZA. Muchos hinchas tucumanos fueron reprimidos.

14.10. La situación está descontrolada. El operativo policial es un rotundo fracaso. Los hinchas empujan y empujan hasta que los portones del estadio ceden y todos ingresan corriendo. Los que corren no sólo intentan ingresar al estadio, quieren escapar del caos que se vive atrás. Se escucha un grito, identifico de donde viene. Es Franco Vera, fotoperiodista que está realizando la cobertura conmigo. “Amigo, filmá que me están pegando”, pide. Al darme vuelta veo que dos efectivos de infantería lo tienen sujetado, golpeándolo e intentando quitarle las cámaras.

14.13. “Está entorpeciendo el operativo”, dice el oficial de infantería que tiene sujetado del cabello a Franco. Un compañero le golpea las costillas mientras le exige la identificación. Franco muestra su billetera con la credencial y el oficial le pide que se la entregue. Franco se niega a darle ese documento. Forcejean, el oficial quiere quedarse con la billetera y todas las identificaciones de Franco. Llegan más efectivos. La explicación del oficial es que Franco estaba entorpeciendo el trabajo. No es cierto: lo único que hizo fue retratar el momento en que uno de los oficiales le pegaba brutalmente en la cabeza a una persona que estaba tirada boca abajo en el piso. “No te vengas a hacer el vivo. Te voy a hacer desaparecer por tucumano. Aquí mando yo”, lo amenaza el oficial mientras le pega a la altura de las costillas y le jala el cabello.

14.15. “Volá de acá porque te llevamos a la comisaría a vos también”. La frase del policía dirigida hacia mí viene acompañada de un bastonazo. Mientras tanto, la situación con los hinchas continúa desbordada, pero lo único que parece importarle a la Policía es mantener detenido al fotógrafo de LA GACETA, rodeado por seis efectivos pertrechados con escudos, cascos y cachiporras.

Mientras filmo la escena, uno de los efectivos me grita: “salí de aquí porque estamos armando un cordón”. Acto seguido me golpea el brazo y mi teléfono celular cae al piso, donde otro efectivo lo pisa y le rompe la pantalla. “No filmes más”, ordena a los gritos, y hace el gesto de golpear con el bastón mientras se ríe. “Estamos trabajando”, atino a responderle.

DESBORDADOS. La organización no estuvo a la altura de las circunstancias.  DESBORDADOS. La organización no estuvo a la altura de las circunstancias.

14.17. Entre cinco uniformados esposan a Franco y lo trasladan desde el acceso Sur del estadio hasta cerca del ingreso Oeste, como si fuera un delincuente, sujetándolo del cabello y agrediéndolo físicamente. “Ahora viene el patrullero y te llevamos a la comisaria”, le advierten. Franco camina, pero las agresiones no cesan. Mientras tanto, amenazan con los bastones a cualquiera que intente registrar lo que está pasando.

14.30. Franco está tirado sobre el pavimento de la avenida Belgrano, custodiado por cinco agentes que cada tanto lo golpean. Otros dos me obligan a salir a la fuerza del lugar. “Vos no entrás más, estás fuera del perímetro”, enfatizan.

14.45. Al reportero gráfico lo suben esposado a una camioneta y lo trasladan a la Comisaría 2°. Ingresa como detenido, pero no hay tiempo para explicaciones. Los policías deben regresar al estadio debido a los incidentes entre los hinchas de Atlético y de Central Córdoba que se están produciendo en las tribunas.

14.55. En la comisaría los oficiales a cargo no saben decir qué es lo que pasó con el fotógrafo. El patrullero que lo trasladó no pudo informar lo sucedido. Franco está encerrado y nadie brinda respuestas.

18.30. Después de más de cuatro horas de detención, llega la orden de liberarlo. Antes, por pedido del periodista, una médica auditora constata las lesiones del reportero por la agresión recibida. Un zumbido en el oído derecho, un labio partido, la ropa dañada. Eso es lo que se puede ver, pero a Franco lo amenazaron con “hacerlo desaparecer” y lo golpearon.

Epílogo. En la calle se suele decir que los policías saben cómo y dónde pegar. Vera puede dar fe de ello. Como también pueden dar fe de los excesos de la policía santiagueña los miles de tucumanos que sufrieron la violencia en carne propia, producto de una organización deplorable. Niños llorando, mujeres asustadas, cabezas sangrando. Policías abusando del poder y dirigentes que se llenaron los bolsillos gracias a un evento deportivo que otra vez quedó en segundo plano.

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