Nadie más lejano al glamour de Hollywood que la autora de esta novela y de ese boom editorial que fue Prohibido morir aquí, redescubierta gracias al buen gusto de Luis Chitarroni. Y el epígrafe con que se abre el libro, de Virginia Woolf, habla del lugar en las sombras que eligió esta autora, desde el que observó el paso del tiempo en los infinitos detalles con que aquél esculpe la vida de los hombres y en especial, la de las mujeres.
Una estación de tren -gran tópico de la literatura inglesa- es el lugar donde un suceso inquietante deja una marca en el comienzo del relato en el que tres amigas de muy diferente edad se encuentran, como todos los años, para pasar sus vacaciones en casa de una de ellas. Todo menos una temporada de armonía se avecina cuando descubren que la vida las ha llevado por caminos bien diferentes y que la extrañeza va cubriendo los vínculos que unos años antes habían sido fraternales y el disfrute de los reencuentros, perdiéndose sin remedio.
Frances, la anfitriona, vieja institutriz, vive rodeada de sus cactus, un piano maltratado y sus pinturas cada vez más oscuras y abstractas. Su antigua alumna Liz, joven esposa de un sacerdote más comprometido con sus feligreses que con su vida conyugal, acaba de tener un bebé, lo que modifica el precario equilibrio emocional del grupo de amigas. Y la protagonista, Camilla, rígida en su coraza emocional, sarcástica e intolerante, conoce en el tren a un hombre al que sus prejuicios la llevan, en principio, a rechazar.
Reuniones literarias imaginarias donde se desgranan ideas sobre la literatura escrita por mujeres y sobre el sentido del arte, sin más, en las que se deja ver la tensión entre la vocación artística y el mandato del matrimonio, son el fondo sobre el que se recorta la historia de la amistad entre estos tres personajes contradictorios, imperfectos y muy bien construidos. En especial el de Camilla, quien lleva adelante el punto de vista, a la que la narración pone frente al espejo de todas sus neurosis.
Todo el campo semántico de la soledad se despliega en este texto. Solos y solas, personajes solitarios, solterones o atados a un matrimonio en el que “pasarían el resto de sus vidas, separados uno del otro, pero también separados del mundo a causa del otro”, pura humanidad, en la que se pueden reconocer todas las variantes de ser mujer y en sus detalles, “un retazo de vida”, con los que esta gran autora construye un relato capaz de prescindir de ese tirano megalómano, el yo.
Por María Eugenia Villalonga.
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