Seguro te ha pasado. Estás en la sala de espera de un consultorio y tus ojos no se despegan de la pantalla del smartphone. Los otros pacientes están igual. Salvo que se encuentren con sus hijos pequeños: darles un teléfono es la salvación para que estén entretenidos hasta que llegue el turno con el especialista. Ya casi nadie se mira o charla mientras aguardan en una sala de espera, que en otras épocas era un lugar para hacer sociales por obligación, o para hacer causa común cuando uno está enfermo.
Pero en el hospital Avellaneda (Catamarca 2.000) algo está empezando a cambiar. En el tercer piso, la sala de espera de pediatría ya no es tan monótona como antes. Tiene bancos coloridos, una rayuela pintada en el piso y un pizarrón listo para el que quiera dibujar. Arriba, un cartel les avisa a los pacientes que esta es una sala “libre de celulares”. Y a pocos metros una biblioteca va tomando forma.
La idea de armar esta sala libre de dispositivos tecnológicos fue de la licenciada Lina Marcela Almazán, a cargo del Consultorio Público de Tartamudez que funciona en el Avellaneda. Ella fue la que propuso a las autoridades de la institución que se cree un espacio con otras opciones para que los chicos y grandes puedan relacionarse, divertirse y leer.
Apagar el teléfono, volver a los juegos y conocer gente cara a cara es una experiencia increíble, subraya la especialista. “Hay quienes pasan mucho tiempo aquí, así que es un momento fabuloso para aprovechar al máximo y volver al hábito de la lectura”, apunta.
Almazán veía con preocupación cómo el exceso de pantallas, especialmente desde la pandemia, estaba teniendo un gran impacto en sus pacientes, en plena etapa de desarrollo.
“En muchas familias, donde no hay espacio para el juego y la comunicación, el celular está muy presente y termina aislando a las personas. Si a eso le sumamos que hay pacientes con tartamudez, la situación se agrava porque los móviles no ayudan a mejorar la calidez comunicativa”, comenta.
En el consultorio que dirige le ha tocado incluso tratar con chicos de 14 o 15 años que ni siquiera saben leer y escribir, y les cuesta muchísimo exponerse ante el público.
“Planteamos que es fundamental la lectura y por eso transformamos este espacio, para darles la oportunidad de que se amiguen con los libros y de que también puedan leerles a otros pacientes del hospital; por ejemplo, a los niños internados con distintas patologías”, detalla.
Con el correr de los días, la sala de espera se convirtió en la favorita de los pacientes que acuden a algún consultorio del tercer piso del hospital. Pero al principio, no fue fácil.
En la primera reunión que se organizó en la sala de espera los pacientes se miraban raro, cuenta Almazán. Algunos le plantearon: “es imposible estar sin el celular”. Otros se reían, nerviosos. “Ahora vamos a hablar”, les dijo la profesional. Para su sorpresa, el contacto visual entre los presentes hizo que charlaran un largo rato, contaran experiencias buenas e incluso malas. “Hubo quienes confesaron haber sufrido bullying. Compartir estas situaciones de dolor con otros fue muy emocionante”, explica.
La respuesta
Entre los fanáticos de esta sala libre de celulares está Ignacio Mata, de 12 años. El tiene que concurrir cada martes al hospital. “Espera ansioso que llegue el momento para poder leer libros; le encantan las leyendas, sobre todo la del perro familiar”, cuenta su madre, Alejandra Sanabria. Hace poco empezaron a ir al consultorio de tartamudez, pero ya notan grandes avances.
“Uno a veces, como madre, comete el error de darles el celular a los chicos para que se queden quietos y esperen tranquilos”, confiesa la mamá de Ignacio, quien comenzó a tartamudear a los tres años, después de sufrir un golpe en la cabeza en un accidente doméstico.
No solo los chicos disfrutan. A Víctor Guanca, de 38 años, también le emocionó la nueva sala de espera. “Es algo muy motivador tener libros para leer; especialmente para quienes recién están empezando a decir algunas palabras”, remarca el hombre, que padeció hasta hace dos años una tartamudez severa. “Antes escribía en un papel y le daba al señor del kiosco. No podía decir ni hola, ni avisarle al chofer adonde me bajaba del colectivo. Me trababa. Incluso había dejado de estudiar. Yo veía a la tartamudez como un monstruo que me asustaba y no podía enfrentar”, explica, ahora con una fluidez sorprendente. Y cuenta que retomó la carrera de abogacía, estudia profesorado de música y hace cerveza artesanal. “Me cambió la vida”, cierra.
Demostración
Algunos juegan y saltan en la rayuela. Otros leen un cuento o resuelven sopa de letras y crucigramas. Pasar un rato sin el móvil parece imposible. Hasta que lo prueban. Hay quienes por primera vez tienen un libro entre las manos.
“Vemos que muchos chicos no tienen acceso a los libros, y que se está perdiendo la lectura, el significado del libro, el contacto con la hoja papel. Sin embargo, esta experiencia nos ha demostrado que los niños sí pueden divertirse más con textos que con una pantalla”, cierra Lina.
Necesitan más libros: piden ayuda para terminar de armar la biblioteca
Para terminar de armar la biblioteca ubicada en el tercer piso del hospital Avellaneda, se necesitan más libros, revistas, sopas de letras, crucigramas, etcétera. Los interesados en ayudar con donaciones y aportes, pueden comunicarse al 381-5843387.
Asistencia: cómo funciona el consultorio de tartamudez
En Tucumán funciona desde 2016 el único Consultorio Público de Tartamudez, ubicado en el hospital Avellaneda, además de otros 26 nodos distribuidos en toda la provincia. La licenciada Lina Almazán, destacó que la provincia fue la primera en tener un espacio público para la tartamudez. Allí se realizan talleres para niños, adolescentes, preadolescentes, adultos y padres. Aunque el 80% de las consultas que reciben son de menores de siete años, la profesional remarca que cuando antes se empiece a tratar la tartamudez, mayores son las posibilidades de revertirla. “Antes no se hablaba del tema y muchas personas lo padecían en silencio, sufriendo también retrasos en el lenguaje. Hoy por suerte hay más concientización y llegan buscando ayuda a los dos o tres años del niño”, señala la profesional. No obstante, todavía hay personas que consultan cuando deciden retomar el secundario o una carrera universitaria. En el hospital cuentan con un interdisciplinario. Hay psicólogos y fonoaudiólogos especializados en tartamudez.