“¡No vayas pa ’la higuera que te va a salir el duende!”, le grita la abuela al changuito de ocho años que, a orillas del río, inventaba en el barro de la siesta uturuncos, pájaros, sapos y gusanos. En Monte Grande, Famaillá, el sábado 9 de junio de 1900, una cofradía de grillos le abre la vida en el canto para alegría de Arsenio y doña Filotea Bachi. “Hacíamos interminables viajes en carreta a Famaillá y luego a la ciudad; mis padres nos entretenían contando cuentos de aparecidos y fantasmas, del runauturunco, la mulánima, hechiceras, el duende de la siesta... Esos personajes me sirvieron de inspiración para sus obras”, cuenta.
El espíritu zahorí vibra en su cuerpo. “Cuando vinimos a la ciudad, me pusieron en el Colegio de Santo Domingo; faltaba a las clases y pronto me hice famoso en el barrio por mi pandilla y mis diabluras que consistían en sacarle las tejas a los vecinos, hacerme el fantasma o esconderle el bombo al músico de la banda. En el colegio no me soportaban”, comenta.
Fabrica un par de alas con sábanas robadas. Se trepa a la azotea y se arroja al vacío con la idea de volar, ante una expectante concurrencia: “Me salvé milagrosamente. Caí sobre un árbol: piernas y costillas rotas. Una larga temporada en la cama. Luego en el Colegio Sagrado Corazón pasé más horas en penitencia que en clase”.
Dibujos y figuras en barro alteran los rumores de la siesta. Una beca para estudiar en Buenos Aires en el colegio “La Cordaire”: “Los directores se dieron cuenta de que mi vocación no era la iglesia y me buscaron una novia millonaria, cuyos padres (dueños de una zapatería) me corrieron porque había sacado 30 pares de zapatos para venderlos a mis amigos”.
Zonza Briano y Oliva Navarro son sus maestros artísticos. Una barra de poetas, músicos, pintores despierta la algarabía en el café Tortoni. Llegan premios y encargos. Dos presidentes (Alvear y Justo) son sus amigos. Con Benito Quinquela Martín funda el partido Federación Artística Obrera. Tiene ya taller propio. En la calle Independencia la bohemia circula con Juan de Dios Filiberto y Agustín Magaldi. En la casa xeneize de Quinquela, conoce a Antonio Machado, Pablo Neruda, Federico García Lorca, Alfonsina Storni, Berta Singerman, Osvaldo Pugliese, Lía Cimaglia Espinosa... (“una vez empapamos a Alfonsina con vino, de pies a cabeza”).
A lomo de burro
Los hombres sufridos de la tierra norteña viven el destino en sus esculturas. Una pasión minera le abraza los sueños: “A lomo de mula recorríamos los cerros encontrando manganeso, plomo, azufre, oro y mármoles. En esto gastaba casi todo lo que ganaba”. El corazón de Margarita Tula Todd lo entrampa y florecen cuatro hijos: Juan, Alfredo Anuncio, Eduardo y Leonardo.
1941. El gobernador Miguel Critto le encarga el Cristo Bendicente, de San Javier que, desde sus 28 metros, cuida en la cima del cerro el alma de San Miguel de Tucumán. Las obras monumentales se gestan ya en los pensamientos. 1949. Parte a Estados Unidos. Da conferencias, enseña y es el huésped del pianista y compositor húngaro Ernest von Dohnányi, a quien le esculpe un busto. Gana fama y dinero. Esculpe las cabezas de Albert Einstein y de gobernadores estadounidenses. El general Mac Arthur le regala un anillo. Los vinos salteños y las empanadas le tiran el alma. Regresa en el barco “El naviero” y detiene su curiosidad en La Habana, Curaçao, Río de Janeiro y Montevideo.
En su casa museo de Entre Ríos 27, funda la Cofradía de la Cordialidad Humana. “Participaban pintores, escultores, intelectuales. Me designaron jefe y me bautizaron ‘El apóstol’. Era como formarnos los unos a los otros”. La sangre húngara del violinista Ladislao Szentgyorgyi, el violista Francisco Heltai, integrantes de la ínclita Sinfónica del ’48, el dibujante Lajos Szalay y la pianista Hilda Deniflée, recibe un abrazo cofrade en ese hogar donde la música se derrama en la vereda. “Se reunían acá, en casa, tocaban el piano, el violín, cantaban en húngaro y hacían una sopa, que se llamaba gulash. Traían otra cosa que se llamaba paprika, un pimentón, un condimento. También se reunían en la casa de Juan Lazko, en su carpintería, en la Chacabuco segunda cuadra”, recuerda su hijo Leonardo, poeta y abogado.
Proyecta para el cerro San Bernardo de Salta un Cristo colosal. Dura 16 años la gesta de marchas y contramarchas y la obra recibe el nombre de “El penitente”. Un Belgrano de siete metros le obsequia a Salta y ya sueña con Güemes.
La audacia
“Me encanta el arte moderno y admiro la audacia de los jóvenes. En mi época yo también fui de los primeros rebeldes y melenudos; entonces para poder usar melena era necesario ser poeta o artista. Estoy satisfecho con lo que produje. No he recibido influencias de nadie, pues siempre fui muy rebelde”, explica.
1973, junio 14. Ese jueves se ha encogido por el frío. Una sombra ronda la esquina ese 14 de junio de 1973. Rostros mineros e indígenas se sientan en la cama de Juan Carlos Iramain y le vidalean el alma los duendes de greda y del bienbec.