Una novela perdida de Céline

Hallazgo a 60 años de la muerte del autor. Por Fabián Soberón para LA GACETA.

LA ESTÉTICA CELINESCA. Céline nos muestra la miseria, el costado más oscuro de las personas y también de los comportamientos extremos. LA ESTÉTICA CELINESCA. Céline nos muestra la miseria, el costado más oscuro de las personas y también de los comportamientos extremos.
10 Septiembre 2023

El personaje se llama Ferdinand, como el escritor Louis Ferdinand Céline. Este dato es un punto de partida: el texto trabaja con la clave autobiográfica. O, al menos, hay una posibilidad de autoficción. Ferdinand es un soldado que pelea en la Primera guerra, como el médico Louis Ferdinand Céline. Es salvado de una herida de bala. Corre riesgo de muerte. El equipo médico lo atiende y lo devuelve a la vida, ¿a qué tipo de vida? La barahúnda y el ensueño febril y sucio de la guerra están en la voz de Ferdinand. En este punto, Guerra y Viaje al fin de la noche son libros que proponen estéticas comunes. El tema de la guerra y las reflexiones hirientes y penetrantes sobre la muerte desde la primera persona funambulesca continúan en esta novela autobiográfica.

Ferdinand se cruza con Cascade, con la enfermera L`Espinasse, con Angèle, con los otros soldados enfermos. Lo internan en un lazareto. Los días son monótonos, pegajosos. Las bombas atronan en el exterior y Ferdinand vive entre el deseo abatido y el desdén del inmediato pasado. Un hastío furioso se respira entre las líneas. Al comienzo del libro, Ferdinand pronuncia una frase que condensa el mundo narrativo de la novela y de toda la obra del autor: “atrapé la guerra en mi cabeza”. Es como si de esta frase contundente saliera el universo simbólico.

Lo cómico y lo soez

En una escena breve y fundamental aparecen los padres de Ferdinand y funciona como el extremo posible de la descripción de la podredumbre: es el viaje al fin de la noche de la novela. En contra del buen humor burgués y cristiano, Ferdinand considera que sus padres son el infierno: “Nunca he visto u oído nada más asqueroso que mi padre y mi madre”.

En Guerra se mezclan lo cómico, lo ridículo, lo macabro y lo soez. La figura de la prostituta está cincelada de tal modo que vemos en ella una “individua” maliciosa, artera, hilarante y provocadora. Angèle sintetiza los rasgos de la novela y eso no es poco. Por lo demás, Ferdinand se despacha sobre el entorno y los otros personajes y recrea el mundo celinesco entre el tono del bufón y la música fúnebre y terminal. La prostituta está casada con Cascade, un soldado amigo de Ferdinand. Angèle ejerce el oficio con los soldados ingleses. No hay tapujos en el accionar de Angèle y en la narración de los sucesos. Las enfermeras masturban a los soldados. El sexo en medio de mugre, la desolación y la abulia se combina con la sordidez de la agresión más elemental: los cadáveres que circulan entre los enfermos: “Lo que repugnaba del lazareto era el olor a podrido de los muertos”. Céline tensa las escenas hasta exprimir el jugo de lo absurdo: en medio de la noche humana, los personajes hacen bromas o se ríen de la desgracia ajena. Un personaje pregunta si le pueden amputar la pierna porque ya no resiste el dolor. Como si fuera un caleidoscopio de lo bestial, Céline une prostitución, amor fugaz, ambición monetaria, la traición y el deseo de sobrevivir en medio de la podredumbre. La peripecia es mínima y la atmósfera crece e inunda el relato. Hacia el final, Cascade es fusilado por la delación de una mujer y Angèle, la viuda, le propone un trato a Ferdinand: él debe hacerse pasar por su marido e irrumpir en medio del acto sexual con el cliente con el objetivo de amenazarlo. Angèle quiere sacar más dinero con la extorsión. Ferdinand dice con ironía: Angèle era una buena chica.

Aunque no es el libro más sorprendente del autor, podemos decir que la novela amplía y continúa la estética creada por el autor en otros libros. Guerra prolonga el leit motiv de esa música furiosa que es Céline: el tono funambulesco, irritante y burlesco de Viaje al fin de la noche sigue sonando en las páginas de Guerra y, a través de las escenas sórdidas y por momentos desopilantes, Céline nos muestra la miseria, el costado más oscuro de las personas y, también, de los comportamientos extremos y de las posibilidades del mal en la tierra.

Quebrar el buen gusto

Con su obra, Céline inaugura un sentido del arte que une lo soez con la finura, el sarcasmo asqueroso con un extraño placer que se desprende de su prosa. Una expresión del narrador define lo dicho: “Lo más cruel de toda aquella porquería era que no me gustaba la música de las frases de mi padre”.

“Pero aun así era duro de pelar”, dice en otro fragmento. Eso es Céline para los lectores: un autor difícil de asimilar, no sólo por su ilustre condición de filonazi sino también porque la prosa rasposa y oral penetra los oídos y las lenguas hasta el punto de quebrar el sentido del buen gusto.

Esta novela fue encontrada en un baúl perdido en los años 40, después de la Segunda Guerra. Es curioso hallar en este manuscrito olvidado una idea que condensa de modo tan evidentemente autoconsciente el hallazgo de la estética celinesca: “En la vida todo es cuestión de pillar el tono, incluso para un asesino”.

© LA GACETA

PERFIL

Louis-Ferdinand Céline (Courbevoie, 1894-Meudon, 1961). Fue uno de los escritores más influyentes del siglo XX y uno de los más controvertidos. Héroe de la Primera Guerra y colaboracionista filo nazi en la Segunda. Es autor de las novelas Viaje al fin de la noche (Premio Renaudot), Muerte a crédito, Guignol’s Band, Fantasía para otra ocasión, De un castillo a otro, Norte, El puente de Londres y Rigodon.

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