¿Estamos todos locos?

Hay un punto en el que en general coinciden quienes analizan el comportamiento en nuestro país: somos afectos a no respetar las normas.

¿Qué nos pasa a los argentinos? La maestra de periodistas Mónica Cahen d’Anvers se hacía esta misma pregunta cada noche cuando por la señal TN conducía “Al pan, pan”. ¿Qué nos pasa a los argentinos? comenzaba preguntándose el genial Fabio Alberti en un desopilante sketch de “Todo x 2 pesos”. ¿Qué nos pasa a los argentinos? inquiría el título de un libro firmado por Aftalión, Mora y Araujo y Noguera en 1985. ¿Qué nos pasa a los argentinos? nos podemos preguntar hoy cada uno de nosotros en nuestra vida diaria y ante hechos tan comunes como transitar las ciudades. Las respuestas pueden ser muy variadas. Pero hay un punto en el que en general coinciden quienes analizan el comportamiento en nuestro país: somos afectos a no respetar las normas. Y eso deriva en una degradación alarmante. No hablamos de delitos como crímenes o robos. Las normas básicas, las que nos marcan como sociedad, son rotas a diario y a casi nadie le sorprende. Un enorme porcentaje de la sociedad hace un culto al “qué me importa”, al “si es lo mismo” y sobre todo al “pero si aquel también lo hace”. ¿Qué nos pasa a los argentinos?

Hace unos años, un estudio sobre la situación del Estado de Derecho en el país, realizado por Ipsos Mora y Araujo a pedido del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, señaló que el 60% de la población consideraba que el respeto a la ley no es un valor en la sociedad argentina, aunque el 90% pensaba que el país funciona mal porque las leyes no se cumplen. En 2006 un joven doctor de la Universidad de Yale y profesor de la Universidad de Buenos Aires analizaba: “Los argentinos deberíamos instaurar un día de la legalidad, en el que todos deberíamos comprometernos a no violar ninguna de las normas que nos rigen. Quizás a partir de ese día nos demos cuenta de que si todos obedeciéramos, todos estaríamos mejor”. Ese joven era Carlos Rosenkrantz, actual ministro de la Corte Suprema de Justicia.

A la jungla

Para muestra basta un botón: todos los días los tucumanos salimos de nuestras casas y nos adentramos en esa jungla que llamamos ciudad. Lo hacemos como podemos. Algunos caminan, otros usan bicicletas (o los monopatines eléctricos que parecen estar tan de moda), motocicletas, autos, colectivos (cuando circulan), camionetas o camiones. Todo nos sirve para trasladarnos. En esos momentos, ¿cuántas infracciones vemos? ¿cuánto nos crispa ver que cada uno hace lo que quiere sin importarle el otro? ¿Datos? Por San Miguel de Tucumán circulan a diario 900.000 vehículos. De esos, 200.000 son motos. Sí, leyó bien. En Tucumán hay tantas motos como soldados tiene Polonia. El grave problema es que según estadísticas realizadas por la subsecretaría de Tránsito y Transporte de la municipalidad capitalina, el 100% de esos motociclistas cometió alguna infracción de tránsito. Por ejemplo, si pasan dos semáforos con luz verde, al tercero lo cruzarán en rojo. Todos cometieron algún tipo de infracción. Son 200.000 tucumanos que de una u otra forma quebraron las normas. Y hay de todas las formas, además de cruzar semáforos en forma indebida. No usar casco, circular con más de dos personas a bordo, hablar o leer mensajes por celular (el “deporte” favorito de los automovilistas también), sobrepasar por la derecha, circular en contramano, por las veredas, sin luces, haciendo wheelie, por sobre las platabandas, sin chapa patente, o con la misma adulterada, etcétera. No respetan nada. Nada. Todos tienen su propio prontuario, como en el caso de los automovilistas que estacionan en doble fila, o de los dos lados de la calle, o giran en U. La conducción es una fuente inagotable de romper las reglas. Pero también es una costumbre muy argentina. En nuestro país mueren más de 4.000 personas al año en accidentes de tránsito y muchas de esas vidas (¿más de la mitad?) podrían salvarse si respetáramos las normas. En su libro “Abogados, percepción pública y Justicia, el abogado Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, analiza: “Cuando viajamos a Chile y Uruguay -no a los EE.UU. o Suiza-, respetamos las normas de tránsito como no lo hacemos en nuestro propio país. En este caso, no podemos argumentar que se trata de países con fuertes diferencias socio-económicas o historias muy distintas”. Dentro del libro hay un estudio en el que el 86% de los encuestados considera que la mayoría de la población no goza de los beneficios del Estado de Derecho, porcentaje coincidente con la respuesta de descreimiento en el funcionamiento, la independencia y la igualdad en la Justicia. “Esto es una evidencia concreta de que la Argentina tiene un problema particular con el cumplimiento de las normas que no puede explicarse simplemente a través de la tesis de que se trata de un país latinoamericano con un nivel de desarrollo intermedio”, opinó Fraga.

Mala educación

Uno de los principales problemas que acarrea esto es la falta de modelos, de liderazgos. En aquella entrevista, Rosenkrantz sostenía que “el problema de toda desobediencia al derecho, independientemente de su envergadura, es que tiene un efecto multiplicador, pues siempre es invocada por los demás como una manera de justificar su propia desobediencia”. Pero entonces, ¿qué nos pasa? Hay quienes, con mucha experiencia, sostienen que el principal problema tiene que ver con la educación. En el caso de las transgresiones del tránsito, en el país no es obligatoria la materia seguridad vía en las escuelas. Sí se capacita a docentes para que tengan herramientas para transmitir a los alumnos, pero esto no parece estar alcanzando. Teniendo en cuenta la realidad no estaría de más comenzar a incorporarla en currículas.

Perón solía recurrir a analogías en sus discursos y de allí surgieron las 20 verdades peronistas. Y hablando de liderazgos, aseguró: “La destrucción, en las instituciones como en los pueblos, comienza por la cabeza, como sucede con el pescado, éste empieza a pudrirse por la cabeza”. Si quienes nos guían no dan el ejemplo, ¿qué se puede esperar del resto? Si el propio presidente Alberto Fernández hizo una fiesta en la Quinta de Olivos mientras todos estábamos obligados al encierro, ¿con qué altura moral puede luego dar órdenes? En 1875 José Hernández le hizo decir a Martín Fierro: “La ley se hace para todos. Mas sólo al pobre le rige. La ley es tela de araña. En mi inorancia lo esplico: no le tema al hombre rico, nunca la tema al que mande, pues la ruempe el bicho grande y sólo enrieda a los chicos”.

Los argentinos somos el claro espejo de quienes nos gobiernan. ¿Qué nos pasa? se preguntaba Alberti y él mismo contestaba con otra pregunta: “¿estamos todos locos?”. Si la salud mental no fuera un problema tan serio tal vez podríamos darle la razón.

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