“Y en el pedestal se leen estas palabras:

‘Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:

¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!’

Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia

de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas

se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas”

(“Ozymandias”, soneto de P.B. Shelley, 1818)

En su despedida, el kirchnerismo se va mostrando su peor rostro, que es el verdadero.

El Indec acaba de dar a conocer el índice de pobreza consolidado del primer semestre de este año. El resultado es una catástrofe social. El 40,1% de los argentinos es pobre. Es decir, no tiene dinero para costearse la canasta básica. En castellano rioplatense, no le alcanza para vivir. En la primera mitad de 2022 esa cifra había sido del 36,5%. Queda a la vista que la obra empobrecedora de este cuarto gobierno “K” nunca descansa.

La cifra de la indigencia es otro cataclismo: 9,3%. Es decir, prácticamente uno de cada 10 argentinos no tiene recursos para proveerse del mínimo de calorías diarias: la canasta alimentaria. En otras palabras, subsisten sin que ni siquiera les alcance para comer. En la primera mitad del año pasado, ese indicador, también denominado “la línea de la miseria”, era del 8,8%.

¿Y la “puja distributiva?

Sólo a las élites kirchneristas les ha ido bien en este país durante las presidencias kirchneristas. Escandalosamente bien. Por caso, en la historia de esta patria sólo un vicepresidente en ejercicio ha sido condenado por un hecho de corrupción. Específicamente, la actual Vicepresidenta de la Nación, encontrada culpable en primera instancia del delito de administración fraudulenta, con un perjuicio contra el Estado por 1.000 millones de dólares. Ahora ha sido reabierta la causa “Hotesur – Los Sauces”, que investiga si la Presidenta del Senado incurrió en el delito de lavado de activos mediante los llamativos y reiterados alquileres de los hoteles de su familia, y de inmuebles de la inmobiliaria de su familia, a los grupos empresarios de Lázaro Báez y de Cristóbal López.

Frente a la realidad de los fallos judiciales, los adoradores del “relato” ensayaban explicaciones de siglos anteriores, propias del “Comunismo de Guerra” que sobrevino a la doble Revolución Rusa de 1917. Sostenían, sin ruborizarse, que todo era parte de un feroz ataque del capitalismo en la “puja distributiva” de la riqueza nacional. Los enemigos del pueblo lo querían empobrecido -argumentaban, con emoción-. Y como el kirchnerismo era el pueblo lo atacaban con el “lawfare”: una “guerra judicial” contra los adláteres de la Justicia Social.

Pero especialmente durante este cuarto gobierno “K” se manifestaron como la miseria de la política. Coherentemente, entonces, sólo distribuyeron pobreza. Y en magnitudes industriales. El vehículo con el que no dejaron a nadie sin su cuota de empobrecimiento fue la inflación descomunal. En el período que se extiende desde diciembre de 2019, cuando asumió la actual gestión, y el mes pasado, la inflación acumulada de la Argentina fue del 621%. Si se toma el más sensible de los rubros de la canasta básica, “Alimentos y bebidas”, la inflación acumulada dio, en igual lapso, 691%.

¿Y la mesa de los argentinos?

El empobrecimiento creciente de la sociedad argentina se cocina en esta estadística del fracaso. Y todavía no hemos visto lo peor. Por un lado, porque esta “fotografía” del Indec que arroja una pobreza consolidada del 40,1% va de enero a junio pasados. Es decir, no tiene en cuenta el impacto social que provocó la devaluación del 22% de la moneda nacional (dispuesta por el Gobierno el 14 de agosto, al día siguiente de terminar tercero en las PASO). Ni tampoco considera la inflación de ese mes, que fue del 12,4%.

Por otra parte, el informe del Indec sólo releva pobreza urbana. La medición se realiza en 31 conglomerados de ciudades, cuyas poblaciones suman casi 30 millones de personas. Es decir, en este estudio faltan algo más de 16 millones de argentinos que viven, en muchos casos, en zonas rurales. Sí, en el campo. Ese que estuvo azotado por la sequía, por la caída en la extensión de superficies sembradas. Y por la consecuente baja de la demanda de mano de obra.

Suponiendo, desde una óptica optimista, que la pobreza urbana puede proyectarse sin estridencias en la población rural, son pobres 18,5 millones de argentinos. Y de entre ellos, unos 4 millones son indigentes.

La langosta populista, entonces, arrasó con el tejido institucional de la Argentina y, al mismo tiempo, destruyó el tejido social de este país.

No conforme con ello, comenzaron a devorarse el futuro, también.

¿Y la Justicia Social?

Durante el primer semestre de este año, la pobreza alcanzó al 56,2% de los niños de este país. A pesar de todo el aparato de programas y de ayudas sociales desplegadas por el Estado. En la primera mitad del año pasado, ese índice había sido del 50,9%. Expresado en números absolutos, de los 11 millones de argentinitos menores de 14 años, poco más de seis millones de ellos viven y crecen en hogares sumidos en la pobreza.

Puesto en proporciones, uno de cada tres pobres de este país tiene menos de 14 años.

Cuando se discriminan las cifras de la infancia argentina por rangos de edades, queda expuesto que cuanto menos niño se es, más expuesto se está a la pobreza.

· Son pobres el 51,6% de los niños menores de cinco años.

· Son pobres el 58,6% de los pibes de entre 6 y 11 años.

· Son pobres el 59,2% de los chicos de entre 12 y 17 años.

¿Y la “soberanía alimentaria”?

El Senado de la Nación sesionó ayer: el kirchnerismo tuvo quórum propio. ¿La tragedia social de los argentinos monopolizó el debate de la Cámara Alta? Ni remotamente. Tampoco debería sorprender este comportamiento: si en cuatro años se ocuparon de consagrar este desastre, ¿por qué iban a preocuparse por el resultado?

Mientras los cimientos de la argentinidad se conmovían, producto de que ahora la pobreza es la verdad y el progreso era mentira, el oficialismo se abocó a su urgencia más quemante: aprobar el pliego de prórroga de la jueza “K” Ana María Figueroa.

En la retirada, ya nadie se preocupa por sostener una pose ni arreglar un maquillaje. Quedó expuesto que a los que se desgargantanam justificando la fallida expropiación de la agroexportadora “Vicentín” al grito de la “soberanía alimentaria”, en realidad, nunca les importó el hambre del pueblo. El sueño eterno de esta “revolución” era, tan sólo, la consagración de la impunidad. Llegaron en 2003 prometiendo “Un país en serio” y se van, 20 años después, con un único y obsesivo asunto en la agenda del Estado: lograr que la Patria jamás los demande.

La fortuna del funcionariado kirchnerista es el infortunio de los argentinos.

¿Y el “relato”?

El Ministro de Economía de la Nación no pudo esquivar el informe del Indec. Corresponsable del huracán inflacionario y del tsunami de la pobreza nacional, se refirió a la estadística oficial ayer, durante un acto en la ciudad de Ensenada.

“Generamos empleo, pero también es cierto que el salario no alcanza. Construimos Estado, pero también es cierto que no nos alcanzó para derrotar a la pobreza”, manifestó el candidato a Presidente de Unión por la Patria.

Termina el cuarto gobierno kirchnerista y sus miembros se quedaron sin épica en la salida. Después de cuatro años, la economía del país es un páramo. Y la situación social es un desierto. Ya ni siquiera hay “relato” porque lo que lograron es, sencillamente, indecible.

Sólo queda contemplar esa obra. Y desesperar.

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