En 2021, el mundo alcanzó un hito nuevo, aunque indeseable: el número de personas afectadas por el hambre aumentó a 828 millones, un incremento de alrededor de 150 millones desde el estallido de la pandemia de COVID-19. Así lo afirma un informe de las Naciones Unidas, “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo” –“The State of Food Security and Nutrition in the World” (SOFI)–. Las cifras son evidencia de que el mundo se está alejando de su objetivo de poner fin al hambre, a la inseguridad alimentaria y a la malnutrición hacia finales de esta década, según la Agenda 2030 de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible. Y las mujeres siguen siendo un recurso subutilizado para mejorar esta situación.
De acuerdo a estadísticas del Banco de Alimentos de Argentina, en el último año sufrieron hambre por falta de recursos 2 millones de chicos/as. La inseguridad alimentaria severa afectó a 3 millones de personas, mientras que la inseguridad alimentaria moderada afectó a casi 8 millones de personas. Estas son cifras inaceptables para un país de recursos naturales como el nuestro.
Los conflictos mundiales, las crisis económicas, el cambio climático y los efectos persistentes de la pandemia de COVID-19 han impulsado el aumento del hambre a nivel mundial. Las mujeres y las niñas se ven afectadas de manera desproporcionada, ya que a menudo son las que comen las últimas y comen menos. Como resultado de la guerra en Ucrania, la cadena mundial de suministro de alimentos se ha visto perturbada, ya que ese país es un importante proveedor de cereales y aceite de girasol.
¿Cuál es el mejor enfoque para resolver este problema? Según el Centro Internacional para la Investigación sobre la Mujer –International Center for Research on Women (ICRW)–, mejorar el acceso de las agricultoras a recursos, tecnologías, mercados y Derechos de Propiedad adecuados puede ayudarlas a aumentar la productividad agrícola y mejorar la nutrición del hogar. Esto es relevante porque el trabajo de la mujer tiene un impacto en su propio estado nutricional y en el de su familia.
Las mujeres representan, en promedio, el 43 por ciento de la fuerza laboral agrícola en los países en desarrollo y tienden a tener empleos mal remunerados. Tienen, en su mayor parte, trabajos estacionales o a tiempo parcial. Las parcelas administradas por mujeres tienden a ser más pequeñas que las gestionadas por hombres y tienen menos acceso a herramientas y tecnología en comparación con los agricultores masculinos. Las agricultoras con mejores recursos podrían aumentar sus ingresos y rendimientos agrícolas, gestionar mejor los recursos naturales y ayudar a asegurar los medios de vida para sus familias. Se ha estimado que, si se proporcionaran a las mujeres los mismos recursos que a los hombres, podrían aumentar la producción agrícola en un 4 % y reducir el número de personas que pasan hambre en el mundo entre un 12 y un 17 %.
Las mujeres tienen el papel tradicional de ser las únicas cuidadoras de los niños, los ancianos, los enfermos, los discapacitados y todos aquellos que no pueden cuidar de sí mismos. En África, las mujeres trabajan aproximadamente un 50 por ciento más de horas al día que los hombres. Recuerdo haber visitado el campo en Guinea Ecuatorial donde vi lo que se llama “casa de la palabra” –“House of the Word”–. Allí, los hombres se reúnen por la tarde después del trabajo y pasan varias horas charlando o discutiendo problemas en el pueblo o comunidad, mientras sus las esposas continúan trabajando en casa o en el campo. Esto también es cierto en otros países africanos. Aún hay poco reconocimiento del papel fundamental que las mujeres podrían desempeñar en el aumento de la productividad agrícola y empresarial.
En Camerún, por ejemplo, las mujeres poseen menos del 10 por ciento de los certificados de tierras, a pesar de que realizan una parte importante del trabajo agrícola. En África, el 70 por ciento de los alimentos lo cultivan las mujeres; en Asia, la cifra es del 50 al 60 por ciento y en América Latina es del 30 por ciento. Pero el trabajo de las mujeres no se limita a la producción de cultivos alimentarios; también participan en la producción de cultivos industriales.
Las mujeres trabajadoras son esenciales para la supervivencia de sus familias. En Kenia, se ha demostrado que las mujeres con los mismos niveles de educación, información, experiencia y recursos agrícolas que los hombres tienen un rendimiento agrícola un 22 por ciento mayor. Para ayudar a eliminar el hambre, las mujeres deberían tener un acceso más fácil a semillas, fertilizantes y tecnologías que ahorren tiempo, así como a mejores créditos, más tierras cultivables y mejores oportunidades laborales.
Las mujeres son probablemente el recurso más subutilizado del mundo. Crear más oportunidades para que las mujeres mantengan a sus familias a través de nuevas iniciativas agrícolas, aumentará significativamente su productividad y ayudará a poner fin al flagelo del hambre en el mundo.