19 Noviembre 2023

En el taller de lectura que coordino desde hace varios años somos presa de una versatilidad sorprendente: podemos pasar del barroco de Alejo Carpentier al humor de Ema Wolf, del nuevo cuento extraño de Julia Armfield a los delirios semánticos de Bernardo Jobson, de autores argentinos contemporáneos como Hector Prahim, Carolina Bruck o Alejandra Kamiya a clásicos como Cortázar, Bolaño o Lovecraft (a Borges no hay que nombrarlo, Borges es como el sol: siempre está). Pero el del mes pasado fue pura obsesión, pura neurosis literaria (una neurosis sana, si se perdona el oxímoron). Y esa obsesión se llamó Raymond Carver. Uno de los padrecitos santos del realismo sucio.

Hay ahí, ya lo sabemos, temas reincidentes como las relaciones de pareja, las frustraciones individuales, los bares, el alcohol, el desasosiego, la sordidez, el ruido que hace al caer cada vez que cae El Gran Sueño Americano. A esa maestría en el diálogo, en las descripciones, en la metáfora amputada, en el recorte de la pintura cotidiana, en lo alusivo, lo elusivo, lo sugerido –en fin, la teoría del iceberg– tan propio de los faros literarios del norte del siglo pasado, se nos sumó el asombro frente a cuentos como “No son tu marido”, “Tanta agua cerca de casa” o “Dile a las mujeres que nos vamos”.

El asombro por la capacidad de proyección al futuro de esos relatos: la inmadurez del género masculino y la condena a la sumisión del género femenino, las nociones de familia, la valoración del otro, el morbo, el prejuicio, el cuestionamiento de un concepto del cuerpo, el maltrato, la violencia, el ojo vigilante. En dos de esos tres cuentos hay un femicidio. Cuestiones tan del presente que apabulla verlo en un autor que construyó su obra en las ya lejanas décadas del ’60, ’70 y ’80. La literatura, otra vez, es anticipación.

II

Hay un cuento de Bukowski (uno más entre tantos) que es una maravilla. Se llama “Clase”. En él boxea contra Hemingway –incluso con un cigarro en la boca– y, por supuesto, lo tumba. (“Era un asesinato. Muerte en la tarde”.) Después, en el vestuario, consigue un editor y una bella amante con clase, todo sazonado por el infalible y ácido humor de Chinasky (“Estreché su mano: –No te vueles los sesos”). Pero lo mejor de todo es lo que plantea de cara a la literatura: la muerte del padre literario, la crítica a la escena instalada, el rol del cuerpo en la escritura, el cambio de tradición: yo estoy acá cambiando las letras norteamericanas y es hora de que caigan los padrecitos santos (“–Eres un buen tipo, Papá. Pero nadie puede vencer a todo el mundo”.). Al fin y al cabo, la clase no es la estatura social de esa amante esporádica: la clase es literaria, y la da ese tío loco llamado Charles. Léanlo, es maravilloso.

© LA GACETA

Hernán Carbonel – Escritor y periodista.

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