Cómo gobernar en la época del libertario

El triunfo de Milei les puso difícil el ejercicio político e institucional a todos los que no ganaron.

Cómo gobernar en la época del libertario

El triunfo de Milei les puso difícil el ejercicio político e institucional a todos los que no ganaron, que son todos aquellos que quedaron en el camino tras las primarias de agosto, como a los que luego perdieron en las generales de octubre y finalmente a los derrotados del balotaje de hace siete días. Los desacomodó, los desestabilizó y los puso nerviosos, en tensión, pues deben resolver -siendo parte de la desacreditada “casta”- un drama existencial como dirigentes o fuerzas políticas: cómo deberán pararse frente al liberal libertario, tanto como para ejercer el rol de oposición, al que han sido sometidos los renegaron de Milei; e incluso hasta cómo ser oficialistas en este escenario.

Porque, respecto de lo último, algunos sin haber sido ni siquiera invitados a la fiesta en la casa libertaria se sumaron al carro vencedor como si hubieran sido mileístas de la primera hora. Las convicciones duran poco. Ahí están los macristas, por ejemplo, pidiendo cargos en el futuro gabinete nacional cual si fueran socios de la primera hora, cuando Macri se sumó a la cruzada de La Libertad Avanza a último momento, tal vez olfateando que ahí estaba la oportunidad de reivindicarse, él principalmente. No le interesó, ni le interesa el futuro de Juntos por el Cambio -al que hizo implosionar, sólo habría que ver cómo quedan desparramados sus integrantes y dónde quedan parados-, sólo le preocupa su expresión política, el PRO, y el destino de algunos macristas puros, o amigos suyos.

¿Los radicales?, que se salven solos, pensará el ex presidente, una posición que no debería extrañar porque siempre usó al radicalismo de furgón de cola en su gestión, de dadores de representatividad y meros aportantes de estructuras territoriales a lo largo del país. Ni les preguntó qué hacer después de las generales. Mayor desprecio político es imposible de hallar.

Muchos referentes de un sector interno de la alianza que se armó exclusivamente en contra del kirchnerismo-cristinista-peronista -incluyendo a macristas desencantados, radicales desorientados o peronistas descontentos- no saben cómo calzarse el traje de oficialistas, porque la postura ideológica casi extremista y libertaria del presidente electo los inquieta. Algunos, para disimular, y dado que se está en plena etapa de transición, han salido a deslizar que son dadores de gobernabilidad, una buena frase que hace gala de fe democrática para ocultar una ambigüedad, o la desorientación: la de no animarse a decir que quieren jugar en el equipo oficialista -al que vieron ganar desde la tribuna opositora- o bien que no saben cómo acometer el rol de oposición en el país que se viene. Menos frente a un presidente electo con un 55% de los sufragios, lo que le brinda un gran respaldo popular, conseguido en base a renegar y denostar a toda la dirigencia política que viene gobernando las últimas décadas.

Además, el mensaje de las urnas fue bastante claro como para que no resulte difícil de decodificar: la mayoría quiere vivir mejor, pero con otro referente, y bajo otro paraguas. Entonces, o se suben al carro libertario o asumen el papel de oposición. Están con el 55% o con el 45%; dicho así, la opción es estar con Milei o ponerse del lado del oficialismo que perdió y que integran el PJ tradicional, el kirchnerismo cristinizado y el massismo. O sea, el peronismo en todas sus vertientes, o líneas internas o ideologizadas del movimiento.

La dificultad es para los “oficialistas” de última hora, de los que se subieron al tren de Milei porque este hizo lo que ellos no pudieron y, encima, primero los hizo quedar como la casta que objetan los seguidores del liberal libertario. ¿Cómo instalarse en este nuevo espacio al que adhirió una mayoría de la sociedad? En especial cuando renegaron del líder de LLA, al que le dijeron de todo hasta las generales del 22 de agosto; después pasó a ser lo mejor que le pudo haber pasado al país, él era el cambio; el cambio de Juntos había quedado trunco, vetusto y asociado las tradiciones políticas que rechazó más de la mitad de los ciudadanos. Los indignados con la casta.

Muchos dirigentes de este espacio están en plena etapa de reflexión porque el mandoble fue para todos, la ciudadanía les avisó donde estaban sus preferencias, independientemente de dónde identificaba a sus referentes políticos partidarios. El problema para estos políticos tradicionales -por tratar de definirlos-, es que sus simpatizantes los convirtieron primero en oposición y luego les dieron la espalda y respaldaron al mileísmo. Entonces, ¿qué son, qué deben hacer, dónde ubicarse? O son opositores por primera definición o tratan de ser oficialistas por el resultado final.

La ideología libertaria de Mieli y sus definiciones políticas en línea con ese pensamiento hace trastabillar a muchos, especialmente a aquellos radicales cuya dirección ideológica choca con las del presidente electo. ¿Deben estar de su lado porque la mayoría de los votantes de la UCR lo acompañó o tienen que ponerse el ropaje de opositores clásicos porque no comulgan con las propuestas asentadas en su ideología?

Justamente, la tajante postura ideológica de Milei los pone en una dramática encrucijada: o se plantan ideológicamente frente al nuevo presidente o aceptan con pragmatismo la voluntad de los miles de radicales que votaron por el que les pateó el tablero y se ajustan a los nuevos tiempos. Decir que son dadores de gobernabilidad va en una línea intermedia, la de la indefinición, por lo menos en esta etapa previa; luego, con la gestión en marcha se verá dónde se los descubre. Sí saben los dirigentes más veteranos del radicalismo que Milei no quiere a los radicales, de los que habla pestes, especialmente del último líder venerado por los correligionarios: Raúl Alfonsín.

En este año electoral quienes fueron beneficiados son precisamente los de la UCR, que ganaron gobernaciones en varias provincias con los colores del radicalismo, y tienen diputados y senadores ocupando bancas; bien podrían intentar renacer como expresión popular renegando del macrismo puro. El conflicto para este sector político es que antes tienen que definir el rol que quieren (o deben) desempeñar: el de oficialistas con diferencias insalvables o el de opositores con coincidencias con el futuro mandatario.

Una vez que lo resuelvan, junto con aquellos del PRO desencantados con Macri y su apuro por pegarse a Milei -así como hubo peronistas desencantados con Cristina que huyeron del espacio oficialista- y con otras expresiones -¿Coalición Cívica?- podrían reagruparse en una nueva coalición. Todo está por verse en el escenario político que se viene en el país, incluso hasta la vida partidaria y militante, porque el mensaje que viene aparejado con el resultado electoral expone el descontento generalizado con la política y sus dirigentes, con el Estado y sus gestores políticos.

Entonces, ¿por qué habría que pensar que esos millones de votos juveniles se van a interesar en involucrarse en las internas de los partidos políticos? La pregunta que se viene para la dirigencia tradicional es cómo harán para enamorar a esos votantes nuevos, de este milenio y, por lo tanto, que tienen una mirada crítica sobre la acción política. Por ahí alguno que otro dirigente deslizó con nostalgia que ya no basta con las imágenes de Perón y Evita o con la “marchita”, o también con “el padre de la democracia”; hay que aggionarse o entender qué es lo que se les dijo para redefinir conductas y actualizarse.

En ese aspecto, el triunfo de Milei bien puede imaginarse como una sorpresiva patada al hormiguero, por lo que todo lo antiguo tiene que reconstruirse; incluso en el peronismo y en las provincias gobernadas por justicialistas, porque tienen que ver con qué liderazgos se plantarán frente a Milei, desde qué espacios institucionales lo harán y con qué estrategia política común desde las gestiones gubernamentales. ¿Como hará el peronismo para renovarse?

Ser opositores es su rol, el balotaje los instaló en esa orilla, y les pinta un panorama de zozobras, especialmente desde las definiciones cargadas de tinte ideológico del presidente electo, que promueve la reducción del Estado a una mínima expresión, que habló de eliminar subsidios, de hacer desaparecer los recursos discrecionales y que hasta les dio la espalda a los tomadores de créditos UVA porque asumieron un riesgo, y perdieron; según manifestó. O sea, muchachos gobernantes, a hacerse cargo de aciertos y de errores, pero asumiendo responsabilidades. A hacer cálculo de riesgos.

Cuando se vive durante años de un Estado paternalista, aprovechando las amistades y las cercanías a los hombres y mujeres del poder para obtener beneficios, alguna que otra gestión pudo haber marchado tranquila, pero ahora les avisaron que se acaban los ATN, que no habrá recursos para la obra pública y que pueden eliminarse subsidios. Van a tener que hacer equilibrio y reorganizarse para abajo, urgente.

Ser opositor no será cómodo, especialmente para los compañeros que administran, tendrán que hamacarse -como se dice- y arremangarse porque, encima, la crisis económica, y por ende la social, amenaza con profundizarse en 2024. La intranquilidad domina a los gobernantes peronistas. Y es aquí donde aparece Jaldo con sus ajustes a cuestas. Vale preguntar si los hizo para diferenciarse de Manzur y para acotar a sus simpatizantes, como un gesto verticalista típico de un conductor peronista, o bien si se adelantó a los tiempos turbulentos que se avecinan con Milei en la presidencia, a partir justamente de la ideología y de las definiciones del libertario.

El tranqueño, así como el sucesor de Alberto Fernández, avisó por dónde puede ir, también envió mensajes a la dirigencia con responsabilidades de gestión ejecutiva en la provincia: a hacerse cargo y con mucha imaginación para sus administraciones, con los recursos que puedan conseguir. Porque si a la Provincia no le llegan fondos discrecionales, tampoco habrá derrame para abajo, ni para los amigos, ni para los adversarios. Entre los compañeros ya hay pataleos, pero como bien dicen en las filas del PJ: el que avisa no traiciona.

Por otro lado, Jaldo tiene el mismo problema que muchos de los gobernadores del PJ, de la UCR, del PRO y otros: cómo tender puentes con la presidencia, desde lo institucional y desde lo político. Es decir, debe pensar en los dirigentes que van a ocupar roles en el Congreso, por ejemplo, o en aquellos políticos que tengan alguna afinidad o llegada al libertario. Nexos tiene que conseguir para no quedar completamente aislado. O bien Jaldo y el resto del peronismo -sea como sea que se aglutine-, elige a un líder fuerte que los represente frente al nuevo poder, o bien conforman una liga de gobernadores peronistas lo suficientemente fuerte como para meter alguna presión con éxito ante Milei.

O, lo más difícil, se plantan como espacio opositor tratando de hacerse fuerte en ambas cámaras del Congreso -donde el libertario deberá dar varias batallas- para negociar con algún éxito con el Ejecutivo nacional. En el marco de esto último vale preguntar: quiénes serán los presidentes de bloque del PJ en Diputados y en Senadores, porque esos hombres o mujeres pueden ser los futuros representantes del peronismo, con lo que implica puertas adentro del PJ. Así se entiende, por ejemplo, que Manzur se anote para el Senado; ahí tiene perspectivas para acrecentar su volumen político nacional. Y enfrentar a Jaldo.

En suma, todo está por verse, porque muchos se tienen que acomodar a los nuevos tiempos, el de los hinchas del libertario que, por lo menos en las urnas, son millones. Veremos cuánta paciencia le tendrán y si el 19 de noviembre mileista fue o no un 17 de octubre a lo peronista.

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