La finalización del año escolar no necesariamente debe implicar un alejamiento de los niños y de los jóvenes de la lectura. Por el contrario, las vacaciones pueden ser un buen momento para potenciar el contacto con los libros, un recurso de gran valor para el proceso formativo. Les permite descubrir, viajar y proyectarse sobre el mundo que los rodea.
En tiempos de hegemonía de los medios electrónicos, no dar por perdida la batalla en favor de los libros debe ser el primer paso. Adolescentes y niños suelen sentirse más cómodos y familiarizados con las pantallas, por lo que pretender arrebatarles esa costumbre no es una buena idea, según los especialistas. Lo ideal es matizar ese tiempo frente a dispositivos con algunos minutos hojeando algún texto en papel. La creatividad y la imaginación, así como la profundidad y la riqueza de contenido que proporcionan los libros insustituibles.
La lectura es un canal que abre paso a la adquisición del conocimiento y es, sin duda, uno de los mejores hábitos que se puede adquirir. Los especialistas sostienen que la lectura es una práctica en la que los jovencitos pueden encontrar satisfacción, emoción, un escape de la rutina e incluso una forma de calmar su estrés. Ese, precisamente, debe ser el mensaje a transmitir.
Pero para que ese mensaje llegue es fundamental que haya ejemplos, un espejo para mirar. Por eso, para acompañar a los chicos en este camino, padres o algún miembro de la familia debe leer libros o revistas que sirvan de motivación.
Hace un tiempo, un aviso de una firma comercial graficaba la trascendencia de la lectura. “Esta noche en la mesa, al cenar, lean en voz alta algo a su familia. Mañana por la noche permítale a otro miembro leer algo. Una noticia, un verso bíblico, un poema de Robert Frost (poeta norteamericano), la etiqueta de una caja de cereales, historia, humor, cualquier cosa. Todas las noches, un miembro diferente de la familia puede leer una pieza elegida. Imagine la gran variedad de temas que su familia leerá en 365 días. Es una forma de hacer que sus hijos se acostumbren a leer”, sostenía esa empresa de platería.
Con tiempos más relajados, con encuentros familiares realizables por el tiempo de vacaciones, propiciar este tipo de prácticas puede ser un buen comienzo. Por supuesto, pretender que de cuajo se arranquen los dispositivos electrónicos resulta imposible. La rivalidad existe y se mantendrá. Pero hay que procurar que chicos y adolescentes elijan los libros de acuerdo a sus intereses, priorizando dedicar cierto tiempo del día a realizar esta actividad con el fin de que se convierta en un hábito.
Además de lo familiar, hay estrategias válidas, como los talleres literarios que se dan en bibliotecas populares, encuentros de lectura que pueden incorporarse en las colonias de vacaciones. Existe una amplia gama de posibilidades para fomentar la lectura infantil y juvenil, intención en la que siempre el ambiente familiar tendrá un papel preponderante. Sencillamente, porque los hábitos se aprenden y se enseñan y la lectura y la adquisición del conocimiento, también. Aquellos niños que no ven leer a sus padres y no los intuyen disfrutar con la lectura, difícilmente sientan el deseo de atravesar por la experiencia. Es fundamental que asocien a esta práctica con un momento de placer, de diversión y de fantasía. Cuando un adulto les dice algo en contra de los libros o, por ejemplo, “¡qué aburrido leer!”, lo más probable es que este sentimiento de asociación en torno a la lectura sea imitado o reconocido como poco deseable. Este tiempo de vacaciones puede ser el marco adecuado para dar ese primer paso.