Cada inicio de ciclo lectivo, las aulas de las universidades argentinas se llenan con rostros jóvenes ansiosos por aprender. Pero si hay algo que ha marcado un cambio radical en las últimas décadas, es la transformación del perfil de esos estudiantes. Las mujeres han protagonizado un ascenso monumental en la educación superior, conquistando espacios que en tiempos pasados les resultaban inaccesibles.
Según el informe “Mujeres en el sistema universitario argentino” de la Secretaría de Políticas Universitarias (SPU), el panorama es claro: cada año, un mayor número de mujeres elige emprender estudios universitarios, hasta convertirse en la mayoría aplastante del estudiantado. Según el informe las mujeres representan el 61,2% de la matrícula total y el 63,5% de los graduados en total.
Este fenómeno no es pasajero ni fortuito; es el resultado de un crecimiento sostenido que se ha mantenido constante desde 2012. Año tras año, más mujeres optan por la educación superior, excediendo en número a sus pares masculinos en ingresantes, estudiantes y egresadas. Este avance progresivo se refleja en el aumento constante de la cantidad de nuevas inscriptas, que ha experimentado un promedio de crecimiento anual del 7,2% desde 2012.
Sin embargo, tras estas cifras alentadoras, se esconde una realidad menos favorable: el persistente “techo de cristal”. A pesar de representar la mayoría del estudiantado, las mujeres siguen enfrentando obstáculos significativos en su ascenso hacia los puestos de mayor jerarquía y toma de decisiones dentro de las instituciones universitarias.
El análisis detallado que realizó la Secretaría de Políticas Universitarias revela la magnitud de esta brecha. Si bien la paridad de género se ha logrado en la planta docente y no docente, la presencia de mujeres en roles de liderazgo sigue siendo mínima. En las autoridades superiores, solo el 12% son mujeres, una proporción que se refleja en las funciones clave como el de rectoras. Además, en cargos como vicerrector/a, secretario/a de universidad, decano/a y vicedecano/a, las mujeres representan entre el 38% y el 45%, evidenciando una subrepresentación persistente en los niveles de conducción.
Estas barreras no son exclusivas del ámbito universitario argentino; son un fenómeno extendido en los sistemas universitarios de la región, como lo confirma un estudio de la Unesco. La persistencia de este “techo de cristal” refleja una estructura profundamente arraigada de desigualdad de género, que limita el avance de las mujeres hacia roles de toma de decisiones.
Pero ¿cómo se manifiesta esta realidad en el día a día de las universidades? Las experiencias de las mujeres en las aulas y en los pasillos universitarios reflejan un panorama complejo. A menudo, nos encontramos con jurados de concursos docentes integrados exclusivamente por hombres, o paneles académicos sin presencia femenina como oradoras. Estas situaciones no son meras casualidades, sino síntomas de una cultura patriarcal que persiste incluso en instituciones dedicadas al pensamiento crítico y la excelencia académica.
En este contexto, el activismo feminista ha ganado terreno en las universidades, impulsando demandas por una mayor igualdad de género en todos los niveles de la vida universitaria. Sin embargo, para lograr un cambio significativo, se requiere un compromiso firme por parte de las agencias estatales y los actores universitarios en la implementación de políticas públicas y acciones institucionales que promuevan la igualdad de género.
Es esencial garantizar una representación paritaria en los órganos de cogobierno y promover la participación de las mujeres en los escalafones superiores. Esto implica no solo aumentar el número de mujeres en roles de liderazgo, sino también garantizar condiciones equitativas de acceso y promoción para todas las personas, independientemente de su género.
Además, es fundamental transversalizar la perspectiva de género en todas las áreas de la vida universitaria, desde la planificación curricular hasta la selección de personal y la organización de eventos académicos. Solo mediante un enfoque integral y sistemático de la igualdad de género podemos construir universidades verdaderamente democráticas e inclusivas.
El camino hacia la igualdad en la universidad no será fácil ni rápido, pero es un camino que debemos recorrer para romper el techo de cristal que aún limita el potencial de las mujeres en la educación superior y construir un futuro igualitario para todas y todos.