28 Abril 2024

Por Walter Gallardo
PARA LA GACETA - DESDE MADRID

España podría quedarse sin presidente del gobierno mañana. Después de un período de cuatro días de reflexión anunciado en una sorpresiva carta dirigida a la ciudadanía, Pedro Sánchez revelará entonces, a primera hora, si se queda o se va. La situación, inédita y para todos inesperada, incluso para sus propios colaboradores, sacudió el tablero político con tal impacto que ha sumido en el desconcierto a sus aliados, temerosos ahora de la caída al vacío de un amplio conglomerado de izquierdas, y también a la oposición, ocupada hoy en una roedora labor de desgaste al gobierno, ante un calendario con grandes citas electorales: entre las más destacadas, las de Cataluña en mayo y las europeas en junio.

Aunque el hábito de renunciar no está arraigado en la política, en este caso esa posibilidad surge de una reacción de hartazgo ante el desenfreno inescrupuloso en el que entraron la derecha y la ultraderecha en todos los frentes con campañas burdas, plagadas de mentiras o medias verdades, con el fin no sólo de negarle legitimidad al gobierno que preside, tal como lo vienen haciendo desde hace cinco años sin importar las matemáticas y opciones constitucionales, sino de ir más lejos y deshumanizarlo, llevar el debate a un plano de amor y odio a la persona.

Un ejemplo, entre muchos, es la convocatoria hecha por agrupaciones radicales, ligadas a partidos de derechas con representación parlamentaria, a un acto público para patear y golpear con palos y puñetazos a un muñeco gigante con el rostro de Sánchez, a metros de la sede central del Partido Socialista en Madrid, el 31 de diciembre pasado.

No era una manifestación aislada sino una más de las que se repetían cada noche con mucho ruido desde las elecciones generales del 23 de julio, cuando el Partido Popular, a pesar de ganarlas en números de votos, descubrió que no podría formar gobierno y tomó el camino del resentimiento.

El foco se ha puesto ahora sobre su esposa, Begoña Gómez, a quien acusan de tráfico de influencias y de negocios turbios. Precisamente la gota que colmó el vaso fue la admisión a trámite en un juzgado madrileño de una denuncia contra ella presentada por el Sindicato Manos Limpias, ligado a un universo de organizaciones y medios de ultraderecha y conocido hasta hace poco por maniobras extorsivas a bancos y empresas. Lo curioso y casi inverosímil es que la denuncia se elaboró en base un amasijo de versiones lanzadas por periódicos y portales digitales como pruebas. El propio denunciante, horas más tarde de acudir a tribunales, ante las evidencias de que el material aportado es de dudosa credibilidad, admitió impávido que también podría ser falso. En tal caso, se defendió, los responsables serían los periodistas que firmaron esos artículos. Uno de ellos, ampliamente difundido, afirmaba que Begoña Gómez había recibido una subvención del gobierno. Y no mentía, aunque no se aclaró que se trataba de una mujer con el mismo nombre de la esposa de Pedro Sánchez, dedicada a la hostelería en Cantabria. La rectificación nunca llegó. Y las disculpas, tampoco. Como no ocurrió hace meses cuando varios medios se hicieron eco de una insólita versión que sostenía que Begoña Gómez era un transexual.

El reino de la mentira

Se podría pensar que tanto desparpajo e improvisación merecerían la condena unánime de todo el arco político, pero nada más lejos de la realidad. Pocos parecen estar dispuestos a desperdiciar la ocasión de enlodar al contrincante creando o difundiendo mentiras, o las dos cosas a la vez, conscientes de que siempre alguna mancha quedará. La estrategia incluye obligar al atacado a defenderse a sabiendas de que eso lo hará aún más débil. En su carta, Pedro Sánchez habla de una “operación de acoso y derribo por tierra, mar y aire” con la que se ha traspasado todas las líneas rojas. Sin embargo, y por experiencia propia, debería saber que la ambición por el poder no conoce de límites.

En cualquier caso, nada de esto es nuevo. Se ha llegado hasta aquí luego de un largo viaje de descalificaciones e insultos que ha llevado a la política española a quedarse sin superlativos y, peor, sin voluntad de diálogo y de acuerdos. Todo acto de colaboración suena a cobardía o venalidad. Los debates, cuando los hay, ya no son una batalla de ideas o de propuestas sino un espectáculo vulgar cuyos protagonistas llevan desde casa la frase incendiaria para las cámaras de televisión y las redes sociales. En este culto a lo breve y viral, no hay adversarios sino enemigos. Las palabras deben ser puñales afilados: antes que llamar a la reflexión o generar discrepancia deben herir al oponente. Y si es posible, eliminarlo.

El protagonista

De Pedro Sánchez se podría elaborar un diccionario de adjetivos y sobrenombres usados por la oposición. Desde el famoso “Perro Sánchez”, como suelen llamarlo, pasando por el récord de descalificaciones usadas por Pablo Casado, el anterior líder del Partido Popular. En un solo acto le dedicó 19 palabras y expresiones para describirlo. Entre ellas, okupa, felón, mentiroso compulsivo, ilegítimo, ridículo, incapaz, ególatra y mediocre. Luego llegó Alberto Núñez Feijóo para arrojar a Casado por la ventana durante una crisis interna y pasar a dirigir ese partido, con una fama de moderado que lo precedía. Tampoco se mordió la lengua: le dedicó perlas como autoritario, corrupto, irresponsable, frívolo o inmoral. Y la frutilla del postre, la puso la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, correligionaria de Feijóo. Mientras Sánchez se dirigía al Congreso, ella desde la tribuna de invitados le soltó un “hijo de puta” al oír que la mencionaba en un presunto caso de corrupción. Lejos de rectificar, dijo tener derecho a decirlo. En su partido le festejaron la ocurrencia.

¿Qué se podría esperar de este periodo de reflexión que se ha tomado Pedro Sánchez? Autor de un libro titulado “Manual de Resistencia” y sobreviviente de mil batallas jugándolo todo a la carta más arriesgada, se hace difícil imaginar que abandone la política, aunque ni siquiera sus confidentes se animan hoy a interpretar lo que pasa por su cabeza. Algunos analistas suponen que se trata de una estrategia de “golpe de efecto” para imponer los temas de debates y que finalmente se someterá a una cuestión de confianza ante el Congreso, para la que contaría con los votos necesarios, y de ese modo reforzar su autoridad. Y la opción más temida por sus fieles y socios es que renuncie, con lo cual dejaría el poder casi como un regalo a la oposición y al Partido Socialista a la deriva.

De todas maneras, la importancia del futuro de Pedro Sánchez es relativa frente al ambiente de fanatismo y de exaltación, en ocasiones salpicado de odio, instalado hace bastante tiempo en la vida de las instituciones democráticas españolas. Por ahora, hay poco espacio para la razón y la sensatez. Y casi ninguno para la empatía.

El terreno perdido o por recuperar está a expensas de “la máquina del fango”, ese famoso instrumento de deslegitimación del adversario del que hablaba el escritor italiano Umberto Eco. Sólo hace falta apretar un botón y generar una sospecha para arruinar una carrera o un prestigio. A partir de ahí, ya se puede chapotear en la inmundicia.

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