Freud argumentó que la autoestima humana sufrió tres golpes por la ciencia: Copérnico desplazó a la Tierra del centro del universo, Darwin rebajó al hombre de su estatus divino, y Freud reveló el inconsciente, limitando la libertad humana. Ahora podríamos agregar una cuarta herida narcisista con la Inteligencia Artificial (IA), que, usando el lenguaje humano, procura acceder y reproducir lo más sublime del individuo: su pensamiento. La veneración a la IA se debe más a la manipulación que a su superioridad objetiva. Las empresas tecnológicas buscan mimetizar sus productos con los usuarios para que se les tornen adictivos. El instalar en el imaginario social la idea de que la IA es superior a la nuestra les incrementa las ganancias. Esto quedó claro en 1997, cuando Deep Blue, la supercomputadora de IBM, le ganó a Garry Kasparov una partida de ajedrez y al otro día subieron las acciones de la empresa. La distinción fundamental entre la inteligencia humana y la artificial es que la primera es abierta y que la IA, es cerrada, más allá de que sus algoritmos simulen apertura. El hombre posee sensibilidad. siente, esencialmente placer y dolor, y a partir de allí toda la compleja gama de sentimientos, emociones e intuiciones -conscientes e inconscientes- vinculada, básicamente, al registro sutil de las cualidades. Todo esto no existe en la IA, dado que no siente ni posee consciencia. La máquina solo puede simular sentimientos. Seguramente la IA será siempre un artificio humano creado por “su amo y señor”, que por una rara paradoja ahora parece confundido con su invento y hasta cree estar por debajo de él.
Jorge Ballario