Una paz perpetua a prueba de un sommelier de diatribas

Una paz perpetua a prueba de un sommelier de diatribas

Hace poco más de un siglo y medio, estalló una conflagración en Europa que modificaría sustancialmente el mapa del Viejo del Continente. La Guerra Franco-Prusiana fue trascendental. Sus causas son profundas, pero su detonante fue un texto. Se lo conoce como “El telegrama de Ems”.

La crisis empezó a gestarse con el exilio la reina Isabel II de España, y la búsqueda de un sucesor. Uno de los propuestos fue el prusiano Leopoldo de Hohenzollern. La Francia de Luis Napoleón III recelaba la unificación de territorios que impulsaba la Prusia del káiser Guillermo I. Otto von Bismarck, el “Canciller de Hierro”, era el equivalente al primer ministro. Tras la traumática experiencia con Napoleón Bonaparte, en Europa regía el “equilibrio de poder” entre los imperios, consagrado en el Congreso de Viena (1514-1815). Se desconfiaba de cualquiera Estado que amenazara el statu quo.

Francia pidió a Prusia que retirase la candidatura de Leopoldo y el propio príncipe hizo pública la declinación. Pero los galos querían más y le pidieron a Guillermo I que renunciase a perpetuidad a la posibilidad de que un Hohenzollern ocupase el trono español. El embajador francés, Vincent Benedetti, contactó al káiser para solicitar un segundo encuentro. Guillermo I le pidió esperar hasta la renuncia de Leopoldo. Cuando la leyó, consideró que no tenía “nada nuevo que decir”. En esos mismos términos se lo telegrafió a Bismarck el 14 de julio de 1870. El primer ministro condensó los hechos en un texto y al hacerlo “retocó” la versión que difundió en la prensa.

“Después de que las noticias sobre la renuncia del príncipe de Hohenzollern hayan sido trasladadas al gobierno francés por el gobierno español, el embajador francés le ha pedido al rey Guillermo que le autorizase a telegrafiar a París que Su Majestad se obligaba en el futuro a no dar nunca jamás su consentimiento a los Hohenzollern en caso de que estos revocasen su renuncia. Su Majestad se ha negado una vez más a recibir al embajador francés, al que le ha hecho saber, a través de un edecán, que no tenía nada más que comunicarle”. Para los franceses, su embajador había sido ultrajado. Para los alemanes, su rey había sido despreciado. El conflicto bélico no demoró en explotar.

En Argentina, hoy, puede parecer irreal que una guerra europea haya estallado por este puñado de palabras. Sobre todo cuando, comparativamente, nuestro país debería estar envuelto en conflictos armados con media docena de naciones a juzgar por los insultos del presidente, Javier Milei.

Las últimas novedades tienen que ver con España. El ministro de Transporte de ese país, Óscar Puente, durante una charla con estudiantes, dirigió un comentario desubicado e insultante contra Milei, al aludir que el jefe de Estado argentino incurre en una posible “ingesta de sustancias”. La respuesta argentina, mediante un comunicado oficial, no contestó la injuria del funcionario, sino que respondió directamente al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, con descalificaciones.

“El gobierno de Pedro Sánchez tiene problemas más importantes de los que ocuparse, como las acusaciones de corrupción que caen sobre su esposa, asunto que lo llevó incluso a evaluar su renuncia. Por el bien del Reino de España, esperamos que la justicia actúe con celeridad para esclarecer semejante escándalo de corrupción que afecta directamente la estabilidad de su Nación y, por consiguiente, las relaciones con nuestro país”, dice el pronunciamiento argentino.

“Pedro Sánchez ha puesto en peligro la unidad del Reino, pactando con separatistas y llevando a la disolución de España; ha puesto en riesgo a las mujeres españolas permitiendo la inmigración ilegal de quienes atentan contra su integridad física; y ha puesto en peligro a la clase media con sus políticas socialistas que solo traen pobreza y muerte”, agrega.

Es llamativo el purismo trasatlántico del jefe de Estado. No ha tenido el menor reparo en reunirse con Donald Trump y en apoyarlo como candidato a presidente de EEUU, pese a que es el primer ex mandatario de ese país en enfrentar cargos federales. Se lo acusa de “retención deliberada de información de defensa nacional”, conspiración para obstruir la Justicia y falso testimonio. Según la Fiscalía, habría retenido documentos confidenciales de la Casa Blanca tras cumplir su mandato en 2021. ¿Eso no ha puesto en peligro a Estados Unidos ni hace peligrar las relaciones con Argentina?

Dïas antes, la canciller argentina, Diana Mondino, habló de la inspección que se realizó en Estación del Espacio Lejano que montó China en Neuquén. “Los que fueron de investigación no identificaron que hubiera personal militar. Son chinos, son todos iguales”, lanzó. Ni Bismarck se atrevió a tanto…

Y siguen los éxitos. Siendo Presidente de la Nación, Milei calificó al mandatario colombiano, Gustavo Petro, como “asesino, terrorista, comunista”. A su par de México, Andrés Manuel López Obrador, lo tildó de “ignorante”. En campaña, al papa Francisco, líder del Estado Vaticano, le llamó “el representante del maligno en la Tierra”, no sin antes acusarlo de avalar “dictaduras sangrientas”.

Por cierto, el país también debería estar en guerra civil. “A este chorro lo metemos preso hasta el cajón”, afirmó Milei respecto de Néstor Kirchner. “Fracasado hiperinflacionario de Chascomús” y “estafador” dijo de Raúl Alfonsín. Salvo Mauricio Macri, despotricó contra cuanto opositor se le cruzó. Incluyendo a Patricia Bullrich, a la que acusó de “montonera” que ponía bombas “en los jardines de infantes”. El mismo Milei que la injurió, luego, la convirtió en Ministra de Seguridad.

Argentina, aun así, y por fortuna, no está en guerra. Después del “Telegrama de Ems” pasaron dos guerras mundiales. Y después de la segunda de ellas rescataron a Inmanuel Kant. En su tratado “Sobre la paz perpetua”, el filósofo sostuvo que el hombre había abandonado el “Estado de Naturaleza”, donde no se reconoce más ley que la propia. La instancia superadora es el “Estado de Derecho”. Sin embargo, advirtió que los países aún se encontraban en el estadio anterior.

“Los pueblos, como Estados que son, pueden considerarse como individuos en estado de naturaleza -es decir, independientes de toda ley externa-, cuya convivencia en ese estado natural es ya un perjuicio para todos y cada uno. Todo Estado puede y debe afirmar su propia seguridad, requiriendo a los demás para que entren a formar con él una especie de constitución, semejante a la constitución política, que garantice el derecho de cada uno”. Cualquier parecido con la ONU no parece pura coincidencia. Con una salvedad: Kant advierte en el “Primer artículo definitivo de la paz perpetua” un requisito pétreo: “La Constitución política debe ser, en todo Estado, republicana”.

Kant reconoció que habría Estados que atentarían contra esa evolución. En su “Metafísica de las costumbres” los llamó “el enemigo injusto”: “Es aquél cuya voluntad públicamente expresada (sea de palabra o de obra) denota una máxima según la cual, si se convirtiera en regla universal, sería imposible un estado de paz entre los pueblos, y tendría que perpetuarse el estado de naturaleza”.

Hace mucho que la Modernidad nos es esquiva. Y por momentos, hasta la Ilustración se nos escapa.

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