Las tucumanas eligen tener un solo hijo y la familia tipo empieza a cambiar

El último censo demostró que un tercio de las mujeres tiene un solo descendiente en Tucumán. Además, el promedio de nacidos continúa en descenso.

Las tucumanas eligen tener un solo hijo y la familia tipo empieza a cambiar

La abogada Carolina López Flores (42 años) se crió en una familia grande. Una de sus abuelas tuvo cinco hijos y la otra, 10. Su mamá tuvo cuatro hijas biológicas y luego, con su papá, decidieron adoptar tres varones. Ella, a la hora de decidir, fue muy clara: “quiero uno solo”.

Deborah Martín Nilsson (de 48) también creció en una familia muy numerosa. “Mi abuela tuvo 10 hijos. Mi mamá tuvo cuatro, pero en total somos 13 hermanos”, explica la profesora de gimnasia.

Las mesas grandes en las reuniones familiares es lo más recordado por ellas. “Eran otros tiempos”, reconoce Deborah, hoy con una familia muy reducida: son ella y su hijo Kristian, que pronto cumplirá los 20 años.

“Nunca pensé en tener más de un hijo. Con el papá de Kristian lo habíamos hablado mucho y esa fue la decisión cuando nació. Me siento plena teniendo uno solo, al que le dedico todo mi tiempo y mi amor”, resume la entrenadora, que perdió a su esposo hace ocho años.

Cuando su hijo era pequeño, siempre le preguntaban: ¿para cuándo el hermanito? También ha escuchado frases juzgando a los hijos únicos como caprichosos y solitarios. Pero hizo oídos sordos. “No sentí presión. Todo depende de la crianza y mi hijo no es así”, remarca.

Su vivencia no es aislada. En Tucumán, tener dos hijos o más parece ser un mandato que va cayendo. La idea de la familia tipo está cambiando y ya hay preguntas que no van más. Al menos eso quedó en claro en el último informe sobre los niveles de fecundidad, que difundió el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) en base a los datos del censo 2022.

De esos datos se desprende que en Tucumán un tercio son hijos únicos. Además, el promedio de nacidos por mujer sigue en descenso. Las cifras son contundentes. Hay un total de 480.003 mujeres de entre 14 y 49 años. De ellas, el 60,1% tiene hijos nacidos vivos. En promedio, cada una tiene 1,5 hijos. En 2010 ese número había sido de 1,6.

Del casi medio millón de tucumanas relevadas, 288.256 son madres. De ese total, 89.219 tienen un hijo, 86.765 tienen dos y 112.272 tienen tres o más. Esto significa que el 31% de los niños (casi uno de cada tres) son hijos únicos.

Tucumán está apenas por encima del promedio de hijos por mujer del país, que es de 1,4 (en 2001 había sido de 1,7 y en 2010 de 1,5). En Buenos Aires ese número es de 0,9 en la actualidad, mientras que Santiago del Estero, en Misiones y en Formosa tienen el promedio más alto, 1,7 hijos por mujer de 14 a 49 años.

Las razones

Porque se prioriza la profesión, porque se posterga la maternidad, porque la plata no alcanza. Esos son algunos motivos por los que cada vez más personas deciden tener un solo hijo. Una muestra de este fenómeno es que cada vez nacen menos bebés. Desde hace casi una década los nacimientos vienen en picada y hoy son el 30% menos que en 2014, cuando arrancó la tendencia decreciente. Mientras que en 1960, la tasa global de fertilidad era de cinco hijos por mujer, en 2019 ya era menos de la mitad.

Fernando Longhi, investigador del Conicet y docente de demografía, habla sobre este tendencia, que se denomina Segunda Transición Demográfica, y que se caracteriza por un descenso brusco de las tasas de natalidad. En esto influyen cambios culturales y de crianza de los hijos, el cambio de rol de la mujer en la sociedad y modificaciones sociales que marcaron la disminución en el número de hijos que hoy tienen las madres. “Hubo también una baja de matrimonios, aumento de separaciones, nuevas formas de parejas, las familias ensambladas; todo tiene que ver con esto que está pasando”, resaltó.

“Hay estudios sobre otros factores asociados a la disminución de hijos por mujer; por ejemplo relacionados al nivel educativo de la madre. A mayor cantidad de años de educación, menor el número de hijos. Hay una relación directa, no solo en términos de capital educativo y de acceso a métodos de anticoncepción, sino también la dilatación para formar parejas y uniones más estables, producto de la inversión en ese capital educativo”, explicó.

Hace tiempo se viene modificando la edad para concebir el primer hijo. Las mujeres postergan su maternidad por razones de realización personal y tienen su primer embarazo, muchas veces, pasados los 30 o 35 años.

“Es una tendencia que también los postulados de esta posmodernidad lo plantean de alguna manera, en donde las relaciones son más inestables, menos duraderas, menos profundas, y eso también implica decisiones a la hora de formar familias, de tener hijos”, evaluó el especialista.

De todas formas, Longhi señaló que hay muchas desigualdades: “lo que se ve es una relación en términos de pobreza-riqueza”. Así, según analizó, las áreas más pobres aún sostienen mayor número de hijos que las áreas con mayores recursos económicos. Las áreas rurales -que coinciden muchas veces con áreas más pobres-, tienen mayor número de hijos que las áreas urbanas, apuntó.

¿Qué pasa con el mito?

Si cada vez hay más familias con hijos únicos eso no necesariamente tiene que algo malo. Sin embargo, no son pocas las recomendaciones para crianzas de niños sin hermanos. Lo que sí está claro: poco a poco los mitos negativos están desapareciendo.

“La percepción va cambiando porque van cambiando los deseos, los roles, los proyectos y las aspiraciones de los sujetos que constituyen una familia. La emancipación es cada vez más tardía -ya sea por proyectos vocacionales o por dificultades económicas-, se postergan las uniones de pareja y la procreación en estas uniones, por lo que disminuye el promedio de hijos. Se trata básicamente del resultado de la adaptación al entorno social y económico”, analizó la psicóloga Natalia Gronda.

Respecto de los mitos y de la “mala reputación” de los hijos únicos, muchas veces calificados como egoístas, caprichosos, solitarios introvertidos o egocéntricos, la terapeuta hizo énfasis en cómo la evidencia científica no apoya la idea de que estas características se encuentren asociadas necesariamente a los niños y niñas que no tienen hermanos.

“Ser hijo único no determina por sí mismo un déficit en las habilidades sociales; el contexto y los entornos de socialización son factores de mayor peso en estas discrepancias, como por ejemplo la situación socieconómica de la familia o los recursos emocionales de los que dispone para la crianza”, precisó.

A la hora de hablar de hipotéticas ventajas de ser hijo único, Gronda dijo que tienen que ver con la presencia de una familia que le brinde más tiempo, más dedicación y más recursos. “Por esto, podrían desarrollar mayores destrezas lingüísticas al estar rodeados de adultos. Al no tener que compararse o estar a la altura de otros, quizás experimenten mayor confianza y seguridad en sí mismos. Y probablemente, al tener más oportunidades para jugar solos, desplegarán más su autonomía y su imaginación a la hora de entretenerse, organizar y emplear su tiempo libre”, especificó.

Y luego enumeró algunas desventajas: “podría ser perjudicial la atención desmedida y la carga de cumplir con las expectativas de sus progenitores, generando a futuro sobreexigencias y necesidad de aceptación. Asimismo, una actitud sobreprotectora de la familia puede generar en los niños miedos o preocupaciones en exceso”.

Las tucumanas eligen tener un solo hijo y la familia tipo empieza a cambiar

Testimonio: “Siempre tuve en claro que iba a tener un hijo”

Según los testimonios de las entrevistadas para esta nota, a la hora de decidir tener un solo hijo pesa mucho la cuestión económica. Actualmente es cara la educación de un niño y todas las actividades extraprogramáticas, entre muchas otras cosas cotidianas. “Siempre tuve en claro que iba a tener un hijo. Al principio, cuando Agustín era chico, sí pensaba que podía tener otro. Después, cuando empezó a tener más carga de actividades, a medida que iba creciendo, ya fue una decisión quedarme solo con uno”, cuenta Florencia Caram, mamá de un niño de siete años. “¿Por qué? Porque realmente consumen mucho tiempo, son muy demandantes y nosotros, con mi esposo, somos una pareja de padres muy presentes, de sentarnos a hacer las tareas, de acompañarlo en el deporte y en todas las actividades que tenga”, explica Florencia, que es licenciada en Comunicación Social, y que a pesar de haber crecido en una familia numerosa (sus abuelas tuvieron cuatro hijos cada una) nunca imaginó algo así para su vida personal. También reconoce que en su decisión influyó la cuestión económica. “Desde mucho antes que pensara en ser madre, supe que cuando eso sucediera quería dedicarle tiempo de calidad a mi hijo, y que no le faltara nada. Entonces, con más de uno, eso se complica, por lo menos para mí”, sostiene.

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Testimonio: “Enfrentamos muchos prejuicios y cuestionamientos” 

“Recién sentí el deseo de maternar cerca de los 35 años, producto de la maduración personal y del crecimiento de la relación de pareja. Allí dijimos con mi esposo, como punto de acuerdo, tener un único hijo para asumir las tareas de crianza de manera compartida y repartidas entre ambos lo más equitativamente posible”, cuenta Carolina López Flores (42 años), abogada, docente e investigadora universitaria,   mamá de Teo (siete años). Su paso por la universidad y su militancia en organizaciones de derechos humanos fueron determinantes, según cuenta. “Me sirvieron para fortalecer mi libertad, para decidir sobre su maternidad y planificación”, dijo. “Entendimos que no podíamos romantizar la maternidad, ni el proceso de gestación, o la idea de familia dando por hecho que la cantidad de hijos son la medida de la felicidad o son garantías contra la soledad. Como familia con hijo único enfrentamos prejuicios y cuestionamientos porque se rompen mandatos y reglas. Por ejemplo, como madre se me adjudica un rol sobreprotector, exagerado, absorbente y anormal. Se da por sentado que la maternidad de hijo único se conecta a cuestiones económicas o de clase social, y no siempre es así. A las madres de hijos únicos se nos acusa de egoístas por no pensar en la soledad que viven esos niños cuando crecen”, apuntó.

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