Las respuestas típicamente de “zurdos” de los libertarios

Las respuestas típicamente de “zurdos” de los libertarios

“¿Sabe cuál es la desgracia de Venezuela? Es una desgracia parecida a la de Argentina: es demasiado rica. Y la han cercado. Tiene un régimen porfiado, que está con la venda puesta y es contradictorio. Cuando (se) tiene una ‘plaza sitiada’, cualquier discrepante es un traidor. Entonces, el sistema político de Venezuela está siempre en guardia y no respeta las leyes elementales de la democracia. Necesita respetar a los que piensan distinto porque para estar de acuerdo… sería un bollo, nos quedamos con la monarquía. Precisamos libertad para discrepar”.

Los cuestionamientos contra los populismos de izquierda no son de un liberal ni de un dirigente de derechas, sino de uno de los mayores referentes de la izquierda latinoamericana: José “Pepe” Mújica. El ex presidente de Uruguay entre 2010 y 2015 formuló estas declaraciones el 25 de marzo pasado. Y con ellas confirmó que, aunque nunca renunció a su ideología, tampoco se dejó colocar las “vendas” fanáticas que deplora. Sus reparos contra el chavismo y el kirchnerismo confirman que escapó a una extendida falacia que entrampó a buena parte de la izquierda argentina del siglo XX: la obtusa idea de que criticar a la izquierda era “darle pasto” a la derecha.

Esa obcecación fue característica de las dos décadas “K”. Tanto es así que ese signo político no tardó en trocar su “narrativa” de gobierno en un “relato” para justificarlo todo. Inclusive, la corrupción. Hasta el punto de haber acuñado el extranjerismo “lawfare” (“guerra judicial”) respecto del desfile incesante de funcionarios por los tribunales, para enfrentar denuncias sobradamente documentadas. Pero la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, condenada en la causa “Vialidad”, invoca entelequias mesiánicas del estilo de “a mí me juzgó la historia”. Y algunos de sus militantes hablan de un partido de fútbol en un country, y no de las pruebas del redireccionamiento de obras viales santacruceñas en favor de Lázaro Báez. Ello configura un negacionismo oficialista inédito en democracia. Pero, por lo visto a la vuelta de los últimos días, para nada exclusivo…

El presidente Javier Milei ha hecho de sus cuestionamientos contra las izquierdas parte del credo libertario. Sin embargo, tanto él como sus seguidores incurren en la misma fanatizada intransigencia: el oficialismo se asume incuestionable. Y cualquiera que trasgreda esa regla antidemocrática es parte de “la casta”. Léase, asumen que criticar a este Gobierno es darle pasto al kirchnerismo. Una necedad que no sólo los equipara con los “zurdos” que tanto demonizan, sino que los hace incurrir en la misma inconsistencia histórica. El negacionismo kirchnerista llegó hasta tal extremo que no asume como propia la gestión de Alberto Fernández. Pese a que Cristina lo escogió personalmente para liderar el binomio del Frente de Todos; y de que ella fue la Vicepresidenta de la Nación.

La ceguera “K” hizo, en 2015, que la continuidad quedará trunca y que Mauricio Macri llegará a la Presidencia. Pero Cambiemos se colocó el mismo vendaje: criticar su gestión era de “kukas”. Cuatro años después perdió la reelección en primera vuelta. Lo sucedió el cuarto gobierno “K”. Otra vez, ante toda crítica, respondieron con descalificaciones: los que se quejaban eran gorilas. El resultado fue un fracaso rutilante: Alberto ni siquiera se postuló para un segundo mandato. Lo suplantó Sergio Massa: pese al “Plan Platita” perdió el balotaje contra Milei (quien ni partido tenía) en 21 distritos.

Ahora, mayo se ha despedido con las peores dos semanas en lo que va del medio año de gestión libertaria. Medio millar de empresas, industrias y estaciones de servicio se encontraron, durante un par de días de la semana pasada, sin provisión de gas natural. Fue porque el Gobierno no tuvo otro criterio más que “No hay plata” para suspender las licitaciones pendientes en diciembre. En la volteada cayeron las válvulas para incrementar la presión del gasoducto Néstor Kirchner. La ola de frío y el aumento de la demanda de gas residencial completaron el escenario de escasez extrema. Así que hubo que apelar a la compra de emergencia de GNL provisto por Brasil (gobernado por “Lula” Da Silva, líder del Partido de los Trabajadores, acaso el mayor partido de izquierda de occidente).

La respuesta del Gobierno fue culturalmente kirchnerista. O, si se prefiere, “zurda”. La culpa fue del Gobierno anterior, que inauguró un gasoducto que no estaba terminado.

Terminó de estallar como un escándalo, en simultáneo, una cuestión que se venía gestando desde mediados de mayo: la retención de toneladas de alimentos compradas por el Gobierno anterior. El primero en denunciarlo fue Juan Grabois: la respuesta oficialista fue que el dirigente, es kirchnerista e impresentable. Pero el 26 de mayo, al reclamo lo hizo la Conferencia Episcopal Argentina. La explicación, entonces, fue que de los 5 millones de kilos de alimentos, 3 millones eran yerba mate. La semana pasada terminó con la confirmación de que en un depósito oficial de Villa Martelli hay casi 400.000 kilos de leche en polvo que vencen en julio. O sea, el mes que viene. Para entonces, la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello (blanco de todos los cuestionamientos) echó a Pablo de la Torre, secretario de Adolescencia, Niñez y Familia, alegando su “mal desempeño de tareas”. Así que para el Gobierno el problema no es que quedó en evidencia una falencia sistémica de la gestión, sino que un funcionario (uno sólo) trabajaba mal. Lo cierto es que los críticos tenían razón. Y, para infarto de los libertarios, uno de los que más razón tenía era Grabois.

La salida de Posse

Sobre llovido, mojado: el Gobierno perdió nada menos que a su jefe de Gabinete, Nicolás Posse. No fue uno más en la hemorragia de funcionarios que viene desangrando el oficialismo. Entre ellos, dos ministros de Trabajo con rango de secretarios. Este es el miembro más importante del Gabinete. Baste un detalle como economía de ejemplos: ningún decreto del Presidente es válido si no va acompañado de la firma del jefe de Gabinete. Ese ministro coordinador saltó por los aires, envuelto en un escándalo que, en democracia, es imperdonable: supuesto espionaje contra los miembros del mismísimo Gobierno. Con oficialistas así, ¿quién necesita opositores?

El hecho desnuda un asunto para nada menor: el mal criterio del Presidente para elegir nada menos que al jefe de Gabinete (y ojalá sea sólo en ese caso). Elegir administradores de la cosa pública basándose en la amistad y no en la idoneidad no sólo riñe con la Constitución liberal de Alberdi (artículo 16), sino que es un comportamiento, por así decirlo, “muy de casta”. La enmienda, por cierto, no fue mejor que el soneto que corrigieron: resulta que a Posse no lo dejaron fuera del Gobierno, sino que ya le van a buscar otras funciones. Para que sigan los éxitos, les faltó agregar…

De estos últimos 14 días a pura crisis, el Presidente estuvo de gira oficial durante 10 jornadas. Una cosa es tomar distancia de los problemas; otra cosa es ser ajeno respecto de ellos. Teniendo en cuenta que todos esos problemas son de su gobierno y, por directo correlato, de los argentinos.

Por genuinas razones ideológicas, Milei desprecia el Estado. “El Estado no es la solución, es el problema mismo”, dijo en enero durante su conferencia en Davos. Pero ello no puede traducirse en desprecio por la administración del Estado. Sobre todo si fue él quien, voluntariamente, se postuló para hacerse cargo de la gestión del Estado argentino.

De paso: si siguen demonizando a los que piensan distinto, en lugar de escuchar lo que tienen para decir, son los libertarios los que están haciendo kirchnerismo cultural. Y militando su regreso.

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