El asma es una enfermedad crónica e inflamatoria de las vías respiratorias que afecta a unos 262 millones de personas en todo el mundo. En nuestro país, representa 10% de la población. Hay que hablar de él: en Argentina, más de cuatro millones de personas viven con la enfermedad; y a pesar de su prevalencia, esta condición no debería impedir llevar una vida plena.
Un diagnostico adecuado y un tratamiento efectivo. Eso es todo lo que se necesita para que la calidad de vida de los pacientes sea buena. “El asma no debe ser una barrera para vivir con normalidad. El diagnóstico correcto y un buen tratamiento son claves para una vida de calidad”, afirma Pablo Moreno, médico especialista en Alergia e Inmunología y presidente de Fundaler.
En un comunicado difundido por la Iniciativa Global para el Asma (GINA), se explica que el enfoque moderno para tratar el asma se centra en la comprensión de la enfermedad por parte del paciente, la medicación correcta, la continuidad del tratamiento y chequeos regulares cada trimestre. Este enfoque -indican- no solo mejora la calidad de vida, sino que también reduce la ansiedad y el temor típicos en los pacientes asmáticos. “La medicación utilizada por más del 95 por ciento de los pacientes es accesible y, cuando se usa correctamente, no tiene efectos secundarios”, aclara Moreno.
Enfermedad compleja
El asma es una enfermedad heterogénea, que se manifiesta con sibilancias, dificultades respiratorias, opresión en el pecho, tos y una variabilidad en el flujo de aire debido a la inflamación y estrechamiento de los bronquios. La genética juega un papel importante en su origen, ya que la mitad de los pacientes tienen antecedentes familiares. Otros factores desencadenantes incluyen alérgenos, humo de tabaco y contaminación.
El tabaquismo materno durante el embarazo, la obesidad y algunas reacciones psicosomáticas también son elementos predisponentes. Aunque comúnmente se presenta en la niñez, el asma puede persistir o aparecer en la adultez.
Para diagnosticar el asma, los médicos realizan un interrogatorio para evaluar los síntomas y antecedentes del paciente, junto con una espirometría, un estudio sencillo y no invasivo. Este prueba mide el VEF 1 (volumen espiratorio forzado en el primer segundo) para determinar la severidad de la obstrucción, Una vez diagnosticado, los pacientes deben establecer un plan de acción con su médico, ya que aquellos que lo hacen tienen significativamente menos probabilidades de necesitar hospitalización.