Punto de vista: el Papa de la compasión

Punto de vista: el Papa de la compasión
21 Abril 2025

Por Julio Saguir
Doctor en Ciencias Políticas
Especial para LA GACETA

“Y quién soy yo para juzgar?” –dijo Francisco en aquella ocasión. Era allá por 2013, casi al inicio de su pontificado, refiriéndose a la condición de homosexualidad de las personas. Aquella frase penetraba por los intersticios de corazas largamente fundidas en sociedades y culturas, a lo largo de siglos. Y señalaba un punto de partida y otro de llegada: el de la compasión. Aquella compasión enraizada en lo más profundo del evangelio cristiano –en esa parábola del hijo prodigo, que consagra el amor por sobre cualquier otra “verdad”. Siempre. Aquella compasión que caracterizaría luego su pontificado –su palabras y sus acciones; su testimonio y su voluntad.

Una compasión que no era solo gesto fraterno –aunque era ello antes que nada. Era una compasión que tenía consecuencias. Era una compasión que latía, sufría y bregaba por los marginados de todo tipo y de toda clase: pobres, inmigrantes, ancianos, condenados, violentados. Por todos aquellos a quienes un medioambiente envilecido, un sistema económico injusto, una guerra fratricida o cualquier trasgresión colectiva sistemática y sistematizada, postergan y condenan al olvido y la desesperanza. Para Francisco no eran solo excluidos: eran “descarte”, “desecho”, “sobrantes” de una sociedad que prefería sostener y preservar en la periferia lo que ella misma producía –para no ver, para no sentir…para no incluir. La contracara y el rechazo de la justicia social –aquella enseñanza de larguísima y profunda raigambre judeocristiana.

Una compasión que urgía a la acción –individual y colectiva; a entrometerse; a sanar; a curar. “Hacer lio” o armar “hospitales de campaña” no fueron solo frases juveniles o dirigidas a sus propias comunidades de Iglesia. Ellas expresaban el fervor de aquella compasión que para Francisco debían –ineludible e ineluctablemente— insuflar, inspirar e impulsar cualquier acción de un hombre o mujer de buena voluntad. En la mano extendida que mira al rostro y a los ojos, en el compromiso barrial, en la acción política. La compasión culmina en alguna forma de bien común –porque finalmente, para Francisco, “el todo es siempre más que las partes”. Como “la casa común”.

Una compasión que procuró el dialogo y el encuentro como modo y camino para la resolución de los antagonismos y la procura de intereses colectivos. Las formas colegiadas en la propia Iglesia Católica; el dialogo con protestantes, musulmanes y judíos; los acercamientos y mediaciones en guerras regionales ---Rusia y Ucrania, Israel y Palestina, entre las más conocidas—fueron acciones que emanaban de convicciones profundas sobre el modo mismo de relacionamiento entre las personas, las sociedades y las naciones –y sus líderes. Claramente, para Francisco, cualquier tipo y forma de antagonismo no podía tener su solución en la consecución exclusiva de los intereses particulares, ni en la competencia que los potencia o el aislamiento que los cristaliza.  Si tienen alguna esperanza de resolución, solo pueden acaecer por el camino del dialogo y el encuentro. Porque solo ellos pueden producir algún entendimiento y coincidencia. Y, de esta manera, subsumir el enfrentamiento –o controlar sus consecuencias. Es en este sentido que, para él, “la unidad es siempre superior al conflicto”.

A lo largo de la historia de la Iglesia hubo papas “teólogos” y papas “pastores”. Los primeros privilegiaron la búsqueda y procura de la verdad. Los segundos, el cuidado de aquellos a su cargo. En tiempos de “verdades” que dividen y que enfrentan, que condenan y que excluyen, Francisco eligió el cuidado. Que es una forma excelsa de la compasión.  Quizás también, como el afirmó, porque finalmente “la realidad es más importante que la idea”.

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