Tito Cossa deja un teatro en el cual poder mirarse como sociedad

El dramaturgo y gestor cultural falleció ayer a los 89 años. El legado de su ética y de su compromiso político. Tucumanos lo recuerdan.

CONSTRUCTOR DE SENTIDOS. Comprometido con lo social, Tito Cossa fue mucho más que un dramaturgo. CONSTRUCTOR DE SENTIDOS. Comprometido con lo social, Tito Cossa fue mucho más que un dramaturgo.

Decir que Roberto Tito Cossa fue un dramaturgo es quedarse corto. Protagonista clave de la construcción de identidad cultural del país; impulsor de la resistencia a la dictadura militar con Teatro Abierto; defensor inquebrantable de los derechos intelectuales y humanos; periodista de Clarín, La Opinión, El Mundo, El Cronista Comercial y Prensa Latina; militante de izquierda y, sobre todo, entrañable conversador de los mil temas que hacen a la vida y que volcó en sus escritos.

Su muerte ayer, a los 89 años, implica despedir al último gran referente del nacimiento del teatro independiente argentino, de mediados del siglo pasado. Sobreviviente de una generación irrepetible y emblemática, que forjó con su conducta y su ética a quienes vinieron luego y que dejaron ejemplo de que lo que se decía sobre el escenario debía reflejar lo que pasaba abajo e, incluso, anticiparlo. Su lucidez y sus enseñanzas podían ponerlo en la vanguardia, pero siempre prefirió el trabajo colectivo, la construcción común, la defensa del nosotros antes que del yo. Por eso, en cada distinción que recibió (como el Konex, entre decenas más) resaltó la importancia de estar junto al otro.

Sus obras sirven para que noveles artistas suban a los escenarios en cuanto taller de actuación hay. Muchos (incluyendo los entrevistados por LA GACETA) comenzaron con ellos. Y hay para elegir, con varias versiones que llegaron al cine y guiones con su firma. Aunque lo fundamental es su legado: un teatro en el cual poder mirarse como sociedad.

El dramaturgo y director Carlos Alsina forjó una profunda amistad con Cossa, “pese a que era de una generación anterior a la mía; compartíamos muchas cosas y con frecuencia, el humor”. Cuando Tito condujo Argentores (era su actual Presidente Honorario), juntos diseñaron una colección con autores de distintas regiones del país.

“Hablábamos de política y de las tragedias que fueron sucediendo. Fue un intelectual que siempre se preocupó por el destino de los que menos tienen y el más grande dramaturgo argentino; puse en escena varias de sus obras en Tucumán y en Italia. Fue un grande por su talento, su coherencia, su hombría de bien, su bondad y disponibilidad. Una personas generosa a la que les resulta imposible no ser solidario. Nada le era ajeno”, describe el dueño de El Pulmón, quien debutó actuando en “La ñata contra el libro”, en 1975.

El último contacto que tuvieron fue telefónico, hace un mes: “cuándo le pregunté ‘¿Cómo estás?’, me respondió ‘Desde las cejas para arriba, muy bien’. Estaba lúcido. Nos despedimos sin despedirnos, sin tristeza, como deberían ser las despedidas”.

Incansable

“Se nos va un baluarte, un mito-leyenda que nos atraviesa -asevera Raúl Reyes, desde la sala Luis Franco en El Círculo de la Prensa-. Está muy ligado a nuestra formación teatral allá por los 80. Lo recuerdo con mucho cariño, alegría y respeto desde mi debut como actor en su obra ‘Nuestro fin de semana’. Tomé algunas clases con él y recuerdo con mucho orgullo que lo trajimos a Tucumán para seminarios de dramaturgia”. “Se me mezclan muchas imágenes, ideas y un respeto enorme, porque su nombre excede su propia obra: fue un Hombre de Teatro como los hay pocos, militante, único, incansable”, lo definió.

“Partió Tito hoy, cuando la estupidez se sienta al trono. Se lo va extrañar y mucho”, sentencia Guillermo Montilla Santillán. El escritor, actor y director lo califica como “referente obligado del teatro argentino, que con su impronta ha influido en toda la dramaturgia actual hasta nuestros días”. “Es un norte para quien haya perdido el rumbo en el traicionero monte de las estéticas. Digo ‘es’ porque hay obras que trascienden a su hacedor y lo sobreviven en el alma del pueblo y en su memoria”, agrega.

El dramaturgo Mario Costello recuerda: “en un desopilante programa de Peter Capusotto y Fabio Alberti, allá por 2000, aparecía un personaje con el nombre de Cossa que era una parodia argentina al Súper Agente 86, y podía resolver fácilmente cualquier conflicto con instrumentos comunes convertidos en herramientas”.

En esos años, el tucumano lo conoció en un evento organizado por Argentores: “parecía serio, y las inflexiones de su voz acrecentaban la figura que se había construido sobre su impronta y su sabiduría. Charlamos, y tuve una devolución generosa y una cálida sugerencia de continuar el camino de la creación. No dijo que resultaría fácil, sino que valía la pena. Producía en mí respeto y admiración, pero con una elegante sonrisa y un guiño, se encargó de derrumbar mi nerviosismo y mostró la inmensa humanidad que lo habitaba en una charla amena y cariñosa porque con recursos simples y genuinos, podía trasformar a las palabras en armas muy poderosas a través del compromiso, la coherencia, la militancia en los derechos humanos y la emoción profunda”.

“La Nona” y mucho más: seis décadas de escritura

La producción teatral de Roberto comenzó hace 60 años con “Nuestro fin de semana”, dentro de una línea realista que reflejaba ya el deterioro de los vínculos y la condición humana. Luego nacieron “Los días de Julián Bisbal”, “La ñata contra el libro”, “La pata de la sota” y “Tute cabrero”, obras de corte social, pero el cambio de década lo lleva a un terreno más político con “El avión negro”, una alegoría anticipatoria a la vuelta de Juan Domingo Perón al país. Con la dictadura ya en el poder, estrenó “La Nona”, esa matriarca siempre al borde de la muerte que devora todo a su paso y termina comiéndose (simbólicamente) a su familia, obra en la cual desaparece un personaje, con todo lo que significaba. “No hay que llorar” y “El viejo criado” (con tres protagonistas que referenciaban a las Fuerzas Armadas) cerraron los 70. Motor de Teatro Abierto, en ese ciclo presentó “Gris de ausencia” y después llegaron “Ya nadie recuerda a Frédéric Chopin”, “El viento se los llevó”, “El tío loco”, “De pies y manos” (con referencias a la tortura), “Los compadritos” (brillante comedia sobre un grupo de nazis que pasan de querer construir un nuevo Reich a ser mozos de un bar de mala muerte), “Yepeto” (entrañable relación entre un maestro y un pupilo), “El Sur y después”, “Angelito”, “Lejos de aquí”, “Viejos conocidos” y “Los años difíciles”, para cerrar el siglo pasado. Desde 2000 lanzó “Pingüinos”, “Historia de varieté”, “Definitivamente adiós”, “De cirujas, putas y suicidas” y “Del ropero al closet”, para abarcar una mirada amplia de las distintas etapas de una Argentina que siempre le preocupó y dolió.

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