Literatura y sexo gratis
30 Junio 2024

Por Juan Ángel Cabaleiro

Para LA GACETA - TUCUMÁN

En una anécdota muy ilustrativa que Ernesto Sabato incluyó en Uno y el universo, alguien pide que le expliquen la teoría de la relatividad, y un experto en el tema lo intenta varias veces, rebajando más y más el nivel de abstracción y buscando ejemplos concretos y cotidianos. Y cuando el otro finalmente capta la idea, el experto, resignado, le aclara que eso, en realidad, ya no tiene nada que ver con la teoría original. Son los límites de la divulgación científica, que también existen en el mundo del arte y las humanidades.

Pienso en los notables esfuerzos que hacemos a veces para embutir de algún modo la cultura en espíritus reacios, como esas madres que dan una medicina amarga a sus hijos embadurnándola en dulce de leche: así tratamos de colarle la literatura a nuestros jóvenes, al descuido, sin que le noten su verdadero sabor, haciéndoles creer que es otra cosa, porque de esa manera, jugando y jugando, conseguimos que toquen un libro con el dedo, que lo miren de cerca, que consideren remotamente su lectura sin que un escalofrío les suba por la espalda.

Un caso de tantos fue la reciente Feria del Libro de Tucumán, que ponía en la vidriera a una sexóloga, un experto en mercadotecnia de heladerías y un relator deportivo al servicio de la política, amén de otras engañifas varias para echarle un anzuelo al pretendido lector.

Para ser justos, no se trataba de una «feria de la literatura», sino «del libro», que soporta los contenidos más diversos. Si antes las ferias del libro eran eventos esencialmente literarios, hoy ya no lo son, sino grandes centros comerciales donde desfilan famosos de todo tipo. Los viejos y amargados lectores de Dostoievski se renuevan con alegres booktubers, booklovers y hasta bookstagrammers, que en un futuro no muy remoto serán sustituidos por otra flor de un día, por algo más efímero y encandilante aún, mientras el fenómeno profundo y solitario de la lectura va quedando tan lejano como la teoría de la relatividad en la anécdota de Sabato.

Seudolectores

Tanta buena voluntad por edulcorarnos la lectura termina alejándonos de ella, porque mata o nos oculta su esencia verdadera, la específica manera de disfrutar del lenguaje que tenemos los humanos. Dudo mucho que un auténtico lector abandone el sillón de su casa y se sienta atraído por estos paripés culturales en los que se ha visto ya de todo, hasta lo más ajeno a la literatura, con la excusa de ser amplios y estar al día. En definitiva, están convocando a las ferias del libro a los que no quieren leer, aunque tal vez les guste aparentarlo, dar un paseo, conocer al famosillo de turno, sacarse la foto y conseguir la firma, rebañar el dulce de leche y dejar de lado la medicina. Son los seudolectores, una mayoría que valora la lectura por la rara inercia simbólica que mantiene el libro, pero que no tiene tiempo para leer ni verdaderas ganas. O que leen, en el fondo, no por la lectura, sino por la política, las heladerías o la esperanza ilusoria y siempre rentable del sexo. Lectores de autoayuda, de consejos milagrosos, de fórmulas secretas para el éxito, de chismes de famosos. Los que tienen a la lectura como medio o instrumento para otra cosa y no como un fin en sí mismo. La gran legión de los seudolectores que mantiene en pie la industria editorial.

¿Leer o no leer?

Dan ganas de inmolarse en esta idea: si no quieren leer, que no lean, qué tanto… Seguirá pasando, a pesar de todo, el fuego sagrado de mano en mano, entre minorías, como ha sido siempre. Y me pregunto: ¿no va siendo hora de que abandonemos esta absurda batalla perdida de forzar a la gente a hacer algo que no quiere? Quizá tengan ellos la razón y no nosotros. Si hoy la lectura concentrada y profunda es un padecimiento o una imposibilidad para la mayoría de las personas, sobre todo para los jóvenes, que no lean, que busquen en otro lado los estímulos para la imaginación, el pensamiento y la creatividad.

Me amparo en Borges, cuando decía que la lectura es una de las formas de la felicidad, y uno no le puede imponer a nadie ser feliz.

© LA GACETA

Juan Ángel Cabaleiro – Escritor.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios