Ponelo al revés

Durante más de 30 años estuvo colgado el cuadro en la pared del comedor. Era una especie de hombre apoyado en un paraguas. Fue este enigmático caballero el quinto comensal de la familia durante todo ese tiempo. Corrección: excepto el escaso tiempo en el que fue un perro. Permítanme explicar. Cierto día, mi hermano descubrió que el nombre de la pintura era “Figuras y perro frente al sol”. Hasta entonces, no nos había interesado ni su santo ni su seña. Nos gustaban las líneas, los colores y ese rostro mezcla con violín, de ojitos y narices pegaditos como un meandro de boleadora. El hallazgo de mi hermano nos sonó extraño y pasamos el día buscando el perro y el sol. Ahí surgió uno de los clásicos familiares: estaba al revés. No había internet ni nada por entonces, así que buscamos una pinacoteca de la abuela que nos despejó cualquier duda. Dimos vuelta el cuadro con algo de vergüenza. Las visitas acusaban algo extraño, pero no decían nada o quizás no alcanzaban realmente a entender su malestar. Lo grave era lo que pasaba con la familia. Intentamos, Dios sabe que intentamos referirnos al perro, al sol, a la calidad de los trazos, a la inteligibilidad que había ganado al revelarnos su posición correcta. Mi hermano no hablaba, se castigaba solo por haber puesto nuestra vida al revés. Más de una vez vi a mis padres dando vuelta la cabeza, saludando al hombre del paraguas. A los diez días, alguien, solo sé que no fui yo, pero también sé que lo hubiera hecho tarde o temprano, volvió el cuadro a su posición natural: al revés. Claro que la situación no era igual que antes. Porque antes ignorábamos que estaba al revés, ahora lo sabíamos y nos gustaba así. Sorry, Miró. Gracias, Miró.

Luego supe de otros episodios célebres, que teníamos antecedentes célebres. Un caso extremo fue un cuadro de Piet Mondrian titulado “Ciudad de Nueva York I”, que estuvo al revés durante 75 años en el Museo de Arte Moderno (MoMA, por su acrónimo en inglés) de Nueva York, desde 1945. Menos mal que conocen su ciudad. Un dato de interés: tal como nosotros en casa, lo dejaron así, pero porque “darlo vuelta” era peligroso para la pintura misma, que estuvo tanto tiempo en esa posición incorrecta. Me imagino que tuvieron razón en hacerlo, en este caso el trauma no era para los espectadores, sino para el lienzo mismo.

Pero el caso más fascinante fue el de una pintura de Paul Gauguin. Es sabido: Paul Gauguin fue un genio maldito. No se cortó una oreja como Van Gogh, pero logró que Van Gogh se rebane la suya. Revolucionó la pintura impresionista, fue ícono del simbolismo. Pasó de corredor de bolsa de París a un harapiento tahitiano. Murió de sífilis, odiado por casi todos: colonos, misioneros, autoridades de las islas, su familia francesa (dejó cinco hijos para dedicarse a la pintura) y por varios isleños que veían la cara del francés en sus hijos. Tenía deudas que no pagaría en vida ni después. Ignorado y despreciado, como se señaló, le subastaron hasta las sábanas el día después de muerto. Solo uno de los presentes en ese remate lastimoso intuyó que había cosas geniales. Cuenta el escritor Victor Segalen que pagó diez dólares por una tela que nadie entendía y que, en medio de risas, el subastador había nombrado «Las Cataratas del Niágara».

Ponelo al revés

El asunto es que nadie de los presentes entendía el talento de Gauguin, excepto Segalen. Ni conocían la nieve. La pintura no era ninguna catarata, sino un recuerdo del pintor de una mañana hace décadas en un pueblito bretón cubierto por la nieve. Paul Gauguin, enfermo de sífilis, ahogado en deudas y en serios problemas con la ley, logró una de las más maravillosas pinturas haciendo posar… a su propia memoria, al destello lejano de un lugar bello, silencioso, cubierto de nieve. Cuando uno ve la pintura -que está en el museo D’Orsay-, llega a sentir el frío, aunque la vea por internet en plena siesta santiagueña. ¿Cómo descubrió el comprador que el cuadro no era ninguna catarata mal hecha, sino una joya invaluable que muestra que con el arte los recuerdos pueden ser ciertos? ¡Lo puso al revés!

Desde luego, también hay cosas que, por más vueltas que uno les dé, no tienen pies ni cabeza.

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