Un derrumbe fatal y escatológico en la ciudad germana de Erfurt, hermana de San Miguel de Tucumán

Un derrumbe fatal y escatológico en la ciudad germana de Erfurt, hermana de San Miguel de Tucumán

Desde hace más de tres décadas San Miguel de Tucumán tiene una relación de hermandad con la ciudad alemana de Erfurt capital del estado de Turingia en la zona central del estado germano. Entre ambas ciudades y estados existe un fluido intercambio en diversas áreas tanto del conocimiento como de la educación y la economía. Pero en esta ocasión nos vamos a remontar a más de ocho siglos atrás en la historia de la ciudad germana. Era el 26 de julio de 1184 cuando Enrique de Hohenstaufen se instaló en Erfurt cuando iba de campaña militar hacia Polonía. Enrique era hijo de Federico I Barbarroja rey del Sacro Imperio Romano Germánico y estaba como regente ante la ausencia de su padre que se sumó a la Tercera Cruzada. Aunque lo que le llevó a instalarse con la corte en Erfurt, en el ducado de Turingia, fue intentar mediar en la disputa que mantenían su primo, el landgrave (duque) Luis III y el arzobispo de Maguncia, Conrado de Wittelsbach, tras la caída en desgracia del duque Enrique el León, quien se había rebelado contra el rey. El conflicto se disparó cuando el arzobispo de Maguncia comenzó en 1180 la construcción de un castillo en una colina de Heiligenburg, sitio muy cercano a la frontera turingia. El proyecto se debía al temor a una invasión por parte de Luis III pero éste lo consideró una provocación y, a la vez, una amenaza. Así estaban las cosas cuando Enrique llegó a Erfurt (la misma ciudad donde en 1507 sería ordenado sacerdote Lutero) para solucionar el conflicto. La reunión o Dieta fue convocada y se reunieron en el piso superior de la rectoría de la Peterskirche, la iglesia del monasterio de San Pedro, el edificio más antiguo de la Ciudadela Petersberg, germen de la actual catedral y sede de una comunidad monástica benedictina. Es difícil saber cuántas personas había exactamente pero eran muchas más de un centenar, ya que la disputa se había ramificado implicando a otros señores que tomaban partido por un bando o por el otro. Tantos eran que las vigas del suelo, probablemente podridas, no resistieron el peso y todo se vino abajo. El peso era tal que al llegar personas, maderos y piedras al firme del primer piso también lo hundieron y continuaron la caída hasta el subsuelo del edificio, donde estaban las letrinas y debajo una gran fosa séptica que recibía los desechos de aquellas y de los aborteker (estructuras sobresalientes de la fachada utilizadas como retretes. En cualquier caso, también las letrinas cedieron y, por la fuerza de la gravedad, todos acabaron sumergidos en una gran piscina materia fecal. Las fuentes señalan que hubo más de sesenta víctimas mortales, algunas por los golpes que recibieron de los cascotes al caer sobre ellos pero muchas ahogadas en las toneladas de excrementos acumulados durante años. Aunque las crónicas regionales evitaron ser tan explícitas con el accidente y usaron formas más elegantes de anunciarlo: “el edificio se derrumbó de repente y muchos cayeron en el pozo inferior, algunos de los cuales fueron laboriosamente salvos, mientras que otros se asfixiaron en el barro”. Enrique, Luis y el obispo Conrado  salieron sin problemas del hecho.

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