La ciudad maldita que Dios destruyó en Salta

EN EL MONTE SALTEÑO. Allí se encontraron las ruinas de la ciudad. EN EL MONTE SALTEÑO. Allí se encontraron las ruinas de la ciudad.

Harapiento, exhausto, hambriento, el forastero se adentra en la ciudad y golpea todas las puertas. Clama por misericordia; por un mendrugo, por un poco de calor, pero nadie atina a compadecerse de su miseria. Lo miran con una mezcla de asco e indiferencia. Hasta que en la última casa lo atiende una mujer, abrazada a su bebé. No sólo lo hace pasar; abnegada, sacrifica al último animal que le quedaba para darle de comer al enigmático invitado. Entonces el forastero -hay quienes dicen que se trataba del propio San Francisco Solano- le cuenta la verdad. Ese mismo día el Señor descargará su ira, así que ella tiene que huir porque es la única digna de salvación en ese pueblo corrompido hasta los huesos. Pero por ningún motivo debe darse vuelta; no importa lo que escuche, de lo contrario su curiosidad también será castigada. La ciudad es Esteco; la fecha, 13 de septiembre. Un día como hoy.

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¿Cuándo se convirtió Esteco en nuestra Sodoma colonial? ¿Cuándo y cómo se dispersaron las leyendas que la convirtieron en una ciudad maldita? El terrible escarmiento que les propina el Altísimo a los pecadores de Esteco fue, durante siglos, un favorito entre los cuentos de fogón. Una lección de moral con forma de historia de terror, descaradamente copiada del Antiguo Testamento. En Esteco se habían olvidado de Dios, entregados a un hedonismo propiciado por las fabulosas riquezas que ostentaban. Oro, manjares, sexo. Entonces el Señor acabó de un plumazo con esa Babilonia criolla y un terremoto se la tragó para siempre el 13 de septiembre de 1692.

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Lo único cierto de todo esto, queda claro, es el terremoto. La ciudad se llamaba en realidad Nuestra Señora de Talavera de Madrid y los hallazgos arqueológicos precisaron su ubicación en el sudeste salteño. Pero ese no era el emplazamiento original, sino el de la mudanza concretada hacia 1609. En la primera fundación, que databa de 1566, ya latía la génesis de un conflicto, suerte de paso en falso o de nube oscurísima que perseguiría el devenir de la ciudad. Aquella “Esteco Vieja” había nacido como respuesta a un conflicto con el gobernador del Tucumán, Francisco de Aguirre. Dicen que una maldición primigenia se cernía sobre su futuro. La sensación es que Esteco ya cargaba con el mito desde la cuna.

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En líneas generales, los motivos de la mudanza de Esteco no difieren demasiado de los barajados por San Miguel de Tucumán en 1685: belicosidad de la indiada, lejanía con la ruta comercial al Alto Perú, lucha en desventaja con lo agreste de la geografía. Al igual que la capital tucumana, Esteco se convirtió en ciudad itinerante. Pero al contrario de lo sucedido en Ibatín, hay indicios de que una parte de los vecinos no acató la decisión de marcharse, por lo que durante algunas décadas convivieron las dos Esteco, separadas por alrededor de 80 kilómetros. No todo era blanco y negro en la sociedad colonial del siglo XVII.

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Para que la leyenda de Esteco se complete y adquiera su verdadero sentido moral y cristiano no se la puede escindir de la Fiesta del Señor y la Virgen del Milagro. Para los pervertidos habitantes de Sodoma y Gomorra no existía perdón posible porque -recordemos- habían sacado a Dios de la ecuación social. Pero en la ciudad de Salta quedaba una chispa de esperanza. entonces el 13 de septiembre el terremoto devora a Esteco mientras los salteños eran azotados por una sucesión de temblores, suerte de anuncio de lo que vendría. Es así que se refugian en la fe y dos días después, el 15, sacan a la calle las imágenes del Cristo y de la Virgen y peregrinan junto a ellas. La intercesión divina funciona, la tierra se calma y la certeza es que se ha tratado de un milagro. A Esteco la perdieron el orgullo, la soberbia y la adoración al dorado vellocino de la prosperidad económica. Salta, en cambio, se puso en manos del Señor y aceptó sus designios. Desde entonces la Fiesta del Señor y la Virgen del Milagro recuerda qué les sucede a unos y a otros cuando sacan los pies del plato. El Cielo no tiene contemplaciones.

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La aniquilación de Esteco es un relato que desde siempre sirvió para asustar a los chicos, un clásico de la mitología del NOA. La historia señala que hacia 1692 el terremoto no fue otra cosa que el golpe de gracia para una comunidad que ya venía golpeadísima. Poco antes, en 1688, la ciudad había sido arrasada por una partida de indios mocovíes y para entonces varios vecinos se habían mudado a Metán y a Rosario de la Frontera, mejor ubicadas en el camino que conducía a Charcas. Es cierto que a mediados del siglo XVII la producción textil de Esteco, en cuyas inmediaciones se cultivaba algodón, proporcionaba buenas ganancias. Seguramente de allí partieron las exageradas conjeturas acerca de la riqueza de la zona. Pero a la vez Esteco carecía de un necesario equilibrio demográfico, ya que contaba con una población variopinta y cosmopolita (españoles, portugueses, italianos, indios, esclavos de origen africano) que tendía a la movilidad. El progreso, para ellos, ya se adivinaba en otras pujantes urbes de la región y así quedaría certificado en el siglo XVIII. Había además graves problemas con el agua -lo que derivaba en recurrentes epidemias- y, cuando se clausuró la ruta Tucumán-Paraguay a causa de los ataques de las tribus chaqueñas, Esteco quedó más aislada todavía. ¿Qué calamidad podía faltar? Un terremoto.

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En 1864, Heinrich Schliemann descubrió las ruinas de Troya. No habrán existido Aquiles o Casandra, pero había una historia detrás del mito. De Nuestra Señora de Talavera de Madrid hablaba en detalle la documentación colonial; lo que faltaba era encontrar la evidencia física de ese pasado. El antropólogo Alfredo Tomasini -ya fallecido- se calzó al hombro la misión y dio con Esteco al cabo de años de tenaz búsqueda en pleno monte salteño. Muchos de esos hallazgos pueden apreciarse hoy en el Museo de Antropología de Salta. Explican los arqueólogos lo complejo que resulta trabajar en la zona y lo costosas que son las excavaciones. Un obstáculo -el económico- que los especialistas tucumanos también afrontan en Ibatín. Mientras, bajo tierra, ¿qué clase de sorpresas guarda Esteco?

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El final del cuento es sabido: la mujer que escapa de Esteco no pudo con su genio, se dio vuelta para mirar y quedó convertida en piedra. Así, con el bebé en brazos. Hay maldiciones a las que parece imposible eludir.

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